Siempre he pensado que tener una vida digna supone también mantener una vida política, en el sentido primigenio de la palabra, es decir, hacer posible la existencia en común, compartir deberes y derechos, afectos y decepciones y, a través de la cultura, darle forma a su sentido y, con el arte, también poder transformarlo y elaborar nuevas subjetividades. En mi trabajo y en mis relaciones personales siempre he estado atento a las emergencias estéticas, poéticas y políticas, a las interrupciones de sentido que se producen en los márgenes o en el interior del orden cultural instaurado. En ese sentido, conocer hace más de veinte años a Paul B. Preciado, cuando esa B. respondía a Beatriz, junto a otras muchas feministas, artistas y activistas a lo largo de mi vida, ha sido como una metodología de aprendizaje constante que, haciéndome preguntas, me ha permitido vivir siempre en transito. Por lo menos intentarlo, porque no hay duda que es un camino difícil y complejo. No en vano, vivimos atrapados en cuerpos normativizados y con subjetividades predeterminadas por las condiciones culturales y sociales.
Mirar el mundo, pensar la vida o actuar en ella desde otro lado, poner en duda la propia identidad, intentar abandonar nuestra prepotencia, en mi caso masculina, blanca y burguesa, es un ejercicio que todos podríamos y deberíamos hacer para sentir que nuestra propia vida es la continuidad de otras. Algo de esa gimnasia mental, necesaria para desplazar nuestra autoconsciencia, suele ocurrir a veces con el arte, el teatro y el cine o cuando nos dejamos afectar por una lectura que nos abre otras vidas posibles. Además, en otras ocasiones también se produce una catarsis, en cierto modo, una liberación. Algo así ocurrió cuando hace unos días, en el teatro del Centro Cultural Conde Duque de Madrid, Paul B. Preciado, acompañado de Víctor Viruta, Bambi, Jessica Velarde, Andy Díaz, puso en escena Yo soy el monstruo que os habla (Anagrama, 2020) el texto de la célebre conferencia que el filósofo dio en el año 2019 ante más de tres mil psicoanalistas de la Escuela Freudiana de Francia. Con una sencillo dispositivo escénico, incluidas algunas imágenes de contrapeso visual y un eficaz ejercicio de iluminación, el texto se materializó también como potencia poético-política. Pensado en su origen como un ensayo para una conferencia convencional, el texto se convirtió en un ejercicio de resistencia creativa, por arte –nunca mejor dicho- de la dramatización. Por la atención con la que seguimos la representación y las ovaciones atronadoras que se escucharon al final, ls espectadors seguramente también terminamos siendo parte de aquel quinteto de voces.


En cierto modo, cuando en el Palacio de Congresos de París, Paul B. Preciado se vio frente a todos aquellos psicoanalistas, también pensó que su cuerpo estaba siendo exhibido en un escenario y formaba parte de un teatro, del mismo modo que Pedro Rojo, el simio hablador de Informa para una academia al que emula y alude en el texto escrito en 1917 por Kafka, o los monstruos humanos de los circos del siglo XIX e indígenas o negrs presentados como parte de los zoos humanos en algunas exposiciones universales, habituales hasta bien entrado el siglo XX. Como aquellos “monstruos”, cuando Preciado se expuso, fue consciente de que podría ser despreciado –de hecho muchos abandonaron la sala, otros lo abuchearon hasta que la organización le obligó callar, pero afortunadamente con algunas otras personas mantiene correspondencia. Ya entonces comprendió que aquella situación había tomado un estatuto teatral y, parafraseando a Artaud, pensó que su conferencia era, en sí misma, teatro político, una forma escénica donde pueden hacerse oír voces subalternas, excluidas, marginalizadas que, además, en general no suelen ser escuchadas.
De ahí que ls cuatro interpretes, trasmutando e interpretando al propio Preciado en una especie de comunidad de palabra y voz colectiva, nos invitaron a trasladar nuestra mirada ensimismada hacia otros modos de vivir alternativos, diferentes a los que solemos habitar las personas blancas y heteronormativas, y así seguir pensando junts que las vidas trans, o cualquier vida, son esenciales para el mundo.
En un momento del texto de la conferencia y, en este caso, en el recitado escénico, las cinco voces nos preguntaron: “¿Por qué están ustedes convencidos de que solo los subalternos tenemos identidad? ¿Por qué están ustedes convencidos de que solo los musulmanes, solo los migrantes, solo los maricas amanerados, solo los negros tienen identidad? ¿Y ustedes, los normales, los hegemónicos, los psicoanalistas blanquitos de la burguesía, los binarios, los patriarco-coloniales, no tienen ustedes identidad? No hay identidad más esclerotizada y rígida que su identidad invisible, añadieron. Su identidad ligera y anónima es el privilegio de la norma de género, sexual y racial. Todos tenemos identidad. 0, mejor dicho, nadie tiene identidad porque todos ocupamos un lugar distinto en una red compleja de relaciones de poder (…) Sepan que no soy nada de lo que ustedes piensan. Ni yo mismo sé lo que soy”.
En cierto sentido cuando esas voces que, recitando el texto de Preciado, nos interpelaron también nos invitaron a que pensásemos las huellas de nuestra vida pasada como señales que apuntan en el vacío pero nos indican el camino a otro mundo posible. Sus vidas también nos inducen a que miremos en el calidoscopio de nuestros propios cuerpos para encontrar el deseo de experimentar los cambios necesarios y así encontrar una salida a nuestra propia jaula de oro que nos encierra en las convenciones heteronormativas. Parafraseando a Gilles Deleuze, al estilo de aquellos que saben extraer nuevas formas y nuevas maneras de sentir y pensar todo un nuevo lenguaje.
Al fin y al cabo el régimen de la diferencia sexual, considerado como natural, es una epistemología política, binaria y jerárquica del cuerpo que es histórica y cambiante, formada además junto con la taxonomía racial. Es un sistema de representación que se inventó con el capitalismo en el momento de la expansión colonial del XVI, que se instala en el XIX como el entramado (in)visible de la estructura patriarcal. En palabras de Preciado, es un conjunto de discursos, de instituciones, de convenciones y de acuerdos culturales (ya sean simbólicos, religiosos, científicos, técnicos o comerciales) que permiten decidir a una sociedad determinada aquello que es verdadero y distinguirlo de lo falso. Una epistemología que determina un orden de lo visible y lo invisible, por tanto una ontología y un orden de lo político; que determina la diferencia entre lo que existe y lo que no existe, y establece una jerarquía entre seres diversos, determina un modo específico de experimentar la realidad a través del lenguaje, un conjunto de instituciones que regulan los rituales de la producción y de la reproducción social.
“No hace falta ser un experto en historia de la sexualidad para saber que antes del siglo XVII el cuerpo y la subjetividad femeninas no eran reconocidos como sujeto político, no existían ni anatómica ni políticamente como subjetividades plenas. Una vagina era un pene invertido, los ovarios eran testículos internalizados y el clítoris y las trompas de Falopio no existían. La ginecología era únicamente obstetricia. No había mujeres. Había madres. En el régimen patriarcal anterior al siglo XVIII, solo el cuerpo masculino y su sexualidad eran reconocidos como soberanos. El cuerpo y la sexualidad femenina eran subalternos, dependientes, minoritarios, en términos de sujeción política”, dice Preciado
Para no seguir por ese camino, el coro de voces que en el escenario del Centro Cultural Conde Duque dieron cuerpo a las palabras de Yo soy el monstruo que os habla nos propuso pensar el mundo desde la complejidad y el desafío de la experiencia trans. El paradigma de la diferencia sexual está mutando imparablemente, tendremos que –dijeron el unísono- inventar colectivamente una epistemología que sea capaz de dar cuenta de la multiplicidad radical de los seres vivos, que no reduzca el cuerpo a su fuerza reproductiva heterosexual, que no legitime la violencia hetropatriarcal y colonial. Este cambio de paradigma podría marcar el paso a un numero indeterminado de diferencias, cuerpos, deseos no identificados e identificables; a un proceso de ampliación radical del horizonte democrático que sea capaz de reconocer como sujeto político a todo cuerpo humano vivo sin hacer de la asignación sexual o de la diferencia racial la condición de posibilidad de ese reconocimiento social y político. La violenta y arbitraria epistemología de la diferencia sexual, cuestionada por los movimiento activistas feministas, intersexuales, trans, tullidos y antirracistas y sacudida también por la confrontación con nuevos datos científicos, está mutando. Este proceso de cambio de paradigma científico y político llevará a reconocer como sujetos políticos soberanos a todo un conjunto de cuerpos que hasta ahora habían sido marcados como subalternos. Deben ustedes comprender – nos dicen, emulando a Preciado cuando se dirige al colegio de psicoanalistas de Francia y a espectadores del teatro- que los monstruos futuros son también sus hijos y sus nietos.