Comencé este blog cuando alguien me insinuó la posibilidad de que las columnas que empecé escribir en el año 2006 para el Diario Vasco y otros textos para diferentes publicaciones pudieran estar más accesibles. Los dos epígrafes que lo encabezan: Pensar Europa y Bienes Comunes, resumen sendas preocupaciones personales que me han permitido escribir o, mejor dicho, re/citar textos y voces que voy leyendo, escuchando o investigando sobre ética, política e internacionalismo democrático y sobre la importancia del arte, la cultura y la educación como herramientas para reconfigurar y resignificar el mundo y, de paso, intentar que sea más fraternal, feminista y ecologista.
Casi siempre escribo sobre temas relacionados con la sociología de la cultura y la filosofía política pero sin ninguna pretensión académica. Al contrario, la mayoría de los textos son reescrituras de otros saberes expertos. Pienso, hablo y escribo a partir de diferentes fuentes, conscientes e inconscientes, mediante las cuales trato de vehicular mi subjetividad y capacidad creativa pero siempre reconociéndome deudor de otros conocimientos. Parafraseando a Roland Barthes, podría decir que todos mis escritos son citas infinitas de otros. Es una especie de metodología de trabajo basada en la intermediación, una disposición a aprender de los demás que me posibilita recitados personales, siempre deudores y corales, que en cuanto circulan pasan a formar parte de lo que suelo denominar “gramática común del contacto”. No hace mucho alguien me definió como un personaje a medio camino entre hacker y costurera o pirata de ideas y mediadora de tejidos culturales.
Como dijo Montaigne, en sus célebres Ensayos, la mitad de la palabra pertenece a quien habla, la otra mitad a quien la escucha. También Elinor Ostrom, Premio Nobel de Economía, nos recuerda que el conocimiento es un bien común cuyo uso por parte de un sujeto no impide a otros utilizarlo. Al revés, cuantas más sean las personas que comparten los saberes mejor es la calidad de vida. Paul B. Preciado, filósofo transfeminista, diría que nuestro propio pensamiento se inscribe en cuerpos que son fundamentalmente “somatecas” (archivos políticos y culturales), siempre conectados con otras personas, de cualquier condición y vivan donde vivan. Simplemente, la cultura es siembra y recolección, en un ciclo de mutua generosidad.