EL PATRIARCADO HERIDO

A lo largo de la historia contemporánea, los feminismos han contribuido a cambiar de forma significativa las condiciones materiales de la vida de las mujeres, pero también la de los hombres. A pesar de los recientes giros conservadores, transfóbicos, excluyentes y racistas, algunos hemos aprendido mucho de su historia, de sus militancias heterogéneas, de sus inteligencias académicas, de sus potencias instituyentes, de sus formas de vivir. Nos han permitido modular nuestro pensamiento y modelar nuestras relaciones sociales, nos han resituado en una mutua relación menos autoritaria y mucho más democrática. En definitiva, han moderado nuestras formas de entender el poder y entre tods distribuirlo de forma más igualitaria.

Sin embargo, parece que no a todos los hombres -ni a algunas mujeres- les hace demasiada gracia el papel protagonista que tiene el feminismo en la sociedad actual. Cada vez se escuchan más voces contrarias a lo que denominan “excesos” del feminismo. Recientemente, sobre todo en los días cercanos al último 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, los medios de comunicación han publicado encuestas donde aparecen datos sobre la preocupación que los hombres tienen sobre la fragilidad de sus derechos o sobre sus sentimientos agraviados. Al parecer –a pesar de que estadísticas de todo tipo sigan indicando lo contrario─, se sienten heridos y resentidos por la pérdida de poder, por su inestabilidad identitaria o por el cuestionamiento de su masculinidad. Como dice Christine Delphy para muchos supone un ataque a la propia identidad, a las coordenadas que organizan su mundo y las propias relaciones sociales.  

Además, lo que es aún más preocupante, estos hombres “discriminados” adoptan, de paso, discursos ultranacionalistas, integristas, autoritarios y racistas. Parafraseando a Nuria Alabao, el feminismo genera incomodidad, dice esta miembra del colectivo Cantoneras autors de “La hegemonía de la clase media en el último ciclo feminista», publicado en Cuadernos de estrategia 1 (Traficantes de sueños, 2024), pero lo peor es que -añade- ese malestar está siendo instrumentalizado por la derecha reaccionaria y la extrema derecha en todo el mundo, también aquí cerca. Amparándose en el agravio, algunos no dudan en utilizar la violencia. Según algunas estadísticas está aumentando la violencia de género y el machismo crece de manera muy preocupante entre los jóvenes. Es decir, a la sombra de una supuesta masculinidad herida, resurge una reacción patriarcal en toda regla.   

Durante siglos, casi todas las sociedades han tratado la dominación masculina sobre las mujeres como algo “natural”. Literalmente, “patriarcado” significa “regla del padre”.  Las mujeres, junto a hijos, esclavos, bienes materiales y naturales formaban parte del “patrimonio” del hombre, que tenía poder absoluto sobre todas esas propiedades. Todavía hoy, en muchas partes del mundo es así, lo cual indica que el sistema patriarcal sigue siendo una estructura institucional de poder y un conjunto de tecnologías sociales de dominio que han determinado las relaciones de parentesco, los roles de género y las formas de la sexualidad heteronormativa.

Por mucho que las ideologías reaccionarias digan lo contrario, cuando piensan que el feminismo ha ido demasiado lejos, el patriarcado fue y sigue siendo un sistema muy eficaz de dominación, segregación, opresión y miedo

Para Silvia Federici, las feministas han sacado a la luz y han denunciado las estrategias y la violencia por medio de las cuales los sistemas de explotación han intentado disciplinar y apropiarse del cuerpo femenino, poniendo de manifiesto que los cuerpos de las mujeres han constituido los principales objetivos para el despliegue de las técnicas y relaciones de poder. En este sentido, viene bien recordar su célebre Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (Traficantes de sueños, 2010) donde, a partir del estudio de la persecución y quema de brujas, no solo desentraña uno de los episodios más inefables de la historia moderna, sino el corazón de una poderosa dinámica de expropiación social dirigida sobre el cuerpo, los saberes y la reproducción de las mujeres

Los estudios y biografías activistas que se han producido acerca del control ejercido sobre la función reproductiva de las mujeres, los efectos de las violaciones, el maltrato, el asesinato o la imposición de cánones sociales de belleza o comportamiento constituyen una enorme contribución al legado de la humanidad. Aunque se manifieste en una interminable variedad de formas histórica y culturalmente específicas, con sus propias características antropológicas, económicas, sociales y políticas, el principal objetivo del feminismo siempre ha sido abolir esa estructura de dominación.   

Además, tras una evolución coherente con su propia condición instituyente, los feminismos hoy hablan de todo ─dicen Marta Cabezas y Cristina Vega (eds) en La reacción patriarcal (Bellaterra, 2022) que también inspira este texto─, y lo hacen de forma entrecruzada y transversal: de la pobreza, de los cuidados, del extractivismo y la devastación ambiental, del aborto y la soberanía de los cuerpos colectivos, de la precarización de los trabajos, de la criminalización de la pobreza en el sistema carcelario, del endeudamiento y del racismo institucional. 

Como se leía en el manifiesto de la Comisión 8 de Marzo, el feminismo habla desde la voz herida de una mujer octogenaria desahuciada, expulsada de su casa como hicimos con las judías sefardíes, moriscas o gitanas y ahora con las saharauis y palestinas. Pero el feminismo habla también de árboles, de sequía y aire contaminado, y de las condiciones de producción del norte global que sigue explotando los recursos materiales y humanos de los sures precarizados, de migrantes, de personas desplazadas, encarceladas, e indígenas asesinadas por defender su tierra. El feminismo habla de la sanidad pública, accesible y universal para luchar contra un sistema que agota y hace enfermar. El feminismo es plural y diverso, defiende la justicia social y la igualdad; se nutre de las luchas de todas las mujeres y todas las personas que no estamos dispuestas a que se retroceda y se pierdan los derechos adquiridos tras tantas luchas.

EL ARQUITECTO MIGUEL GARAI EN LA MEMORIA DE ARTELEKU

El 1 de diciembre del pasado año se celebró en la Escuela de Arquitectura de Donostia/San Sebastián un homenaje al arquitecto Miguel Garai, fallecido unos meses antes el 15 de marzo. Viene bien recordar que el edificio de esa escuela fue una de sus obras más emblemáticas, proyectada junto a Santos Barea, que fue precisamente quien me invitó a participar en el acto. En la medida que el resto de ponentes hablarían con más fundamento y criterio sobre sus cualidades profesionales, pensé que mi aportación debía circunscribirse a describir la relación que Garai tuvo con Arteleku, el desaparecido Centro de Arte y Cultura Contemporánea que la Diputación Foral de Gipuzkoa sostuvo durante casi tres décadas en el barrio de Loyola de Donostia-San Sebastián y que tuve el orgullo de dirigir entre 1987, prácticamente desde su apertura, hasta finales del año 2006.

La existencia de Arteleku se inscribió en una profunda convicción política que entiende el apoyo al sistema de la cultura y al arte como una parte más de los servicios públicos destinados a extender los derechos sociales de las personas. Con ese mismo espíritu, como servidores civiles, trabajamos las personas que formamos parte de sus equipos de gestión. Sin su eficaz trabajo y entrega personal la historia de Arteleku no hubiera sido posible.

Arteleku fue una institución algo anómala, quizás excepcional y algo excéntrica; descentrada en relación con el panorama del sistema del arte de aquellos años, pero también periférica con respecto al territorio de la ciudad. Fue, como expresa el significado literal en castellano de la palabra Arteleku, lugar del arte, pero también fue estancia-casa-estudio para artistas. Aquella antigua fábrica de suministros eléctricos, reconvertida en factoría y laboratorio de arte y pensamiento contemporáneo, dejaba transformar su arquitectura, modificar su constitución material, para permitir adaptar el edificio a las necesidades que, paulatinamente, el programa iba requiriendo. Esta condición maleable y flexible no es fácil de encontrar en las instituciones culturales, muchas de las cuales quedan sujetas, incluso encadenadas, a las obligaciones formales y las exigencias patrimoniales de sus arquitecturas que, en demasiadas ocasiones, se convierten en paralizante rigidez orgánica. 

Se podría decir que, desde su fundación, Arteleku casi siempre estuvo en obras, literal y conceptualmente, en permanente construcción. O, quizás en deconstrucción, como Fernando Golvano nos recuerda en su texto Arteleku: una espiral de mutación al servicio del arte y el pensamiento. No en vano, en poco tiempo, pasó de ser una institución pensada desde el arte a convertirse en otra que también acogía actividades y proyectos relacionados con cuestiones y problemas del campo de la cultura contemporánea, como la propia arquitectura. Estar en construcción suponía una permanente disposición a cuestionar sus objetivos programáticos a la vez que, en consecuencia, su materialidad arquitectónica. Este fue el espíritu con el que se abordaron todas las reformas del edificio.

Seguir leyendo «EL ARQUITECTO MIGUEL GARAI EN LA MEMORIA DE ARTELEKU»

ACTOS REVERSIBLES Y ACCIONES IRREVERSIBLES

Hace unos días, en el Museo del Louvre, dos activistas climáticas de Riposte Alimentaire (Respuesta Alimentaria) arrojaron sopa sobre los cristales que protegen La Gioconda, la obra más icónica de Leonardo da Vinci y foco principal de las miradas de los visitantes. Pocos días después, varias personas de Greenpeace y Unmute Gaza se encaramaron a la fachada del Museo Reina Sofia para colgar una gran pancarta con la que pretendían reclamar más atención sobre los graves acontecimientos que están ocurriendo en Palestina.

Podemos estar más o menos de acuerdo en apoyar o rechazar determinados actos que militantes ecologistas están llevando a cabo en espacios e instituciones públicas y privadas. Podemos sentirnos cómplices o desligados de las formas de desobediencia civil ocurridas a lo largo de la historia; sin embargo, es difícil negar la importancia que estos hechos tuvieron para significar y representar las revueltas sociales en favor de los derechos humanos, siempre limitados y en constante proceso instituyente. Por ejemplo, a mediados del siglo XIX, el mismo Henry David Thoreau, autor de Desobediencia civil, se negó a pagar impuestos como protesta contra el exterminio de los nativos americanos, para reclamar el fin de la esclavitud o, pocos años antes de que falleciera, dar testimonio contra la guerra que EE.UU. mantenía entonces con México.

El movimiento ecologista siempre ha sido proclive a llevar a cabo actuaciones mediáticas para subrayar con más eficacia el sentido reivindicativo de sus mensajes políticos. Se pueden rastrear a lo largo de la historia contemporánea desde las históricas acciones antinucleares que se iniciaron en la década de los setenta y ochenta del siglo pasado, como las realizadas por Greenpace en el primer Raibow Warrior, barco que en 1985 fue bombardeado y hundido, causando además la muerte del fotógrafo Fernando Pereira. También son muy conocidas las acciones del segundo buque y actualmente del Rainbow Warrior III en defensa de los océanos y otras causas. Se podrían citar también muchas otras históricas del activismo indígena en Latinoamérica. Sirva la mención a Berta Cáceres, asesinada precisamente por su labor militante, junto a activistas del COPINH, en defensa del territorio, de los bienes comunes de la naturaleza y el proyecto emancipatorio y autonómico de la cultura Lenca en Honduras, que hoy continúan sus hijas Bertha y Laura Zúñiga; hasta las sentadas de Greta Thunberg, imitadas por numerosos jóvenes; las llevadas a cabo por Rebelión Científica el año pasado ante el Congreso de Diputados o las más recientes de activistas de “Futuro Vegetal” en la sala del Museo del Prado donde se encuentran las dos célebres Majas de Goya. También, por citar algunas, se han llevado a cabo acciones de desobediencia ante El Grito de Münch, Los Girasoles de Van Gogh, La Carreta de Heno de Constable, La Joven de la Perla de Vermeer, La Primavera de Botticelli, Masacre en Corea de Picasso o Latas de Sopa Campbell de Warhol. Todas obras de sobra conocidas por el imaginario popular.   

No deja de ser curioso que hayan sido estas acciones contra obras de arte, precisamente, las que más rechazo han provocado en la opinión pública o, por lo menos, en una parte significativa de personas relacionadas con el arte y la cultura. Quizás – me atrevo a sugerir- la razón de ese malestar se deba a que, a través de la historia de la cultura, tan disgregada de la historia material de la naturaleza, hemos aprendido que las obras de arte son parte fundamental de las manifestaciones sublimes del espíritu del ser humano. Por tanto, en cierto sentido, también son sagradas e intocables. La naturaleza y la tierra, por el contrario, son siempre susceptibles de ser explotadas sin límites razonables sin que, al parecer, nos produzca tanto desasosiego.

Seguir leyendo «ACTOS REVERSIBLES Y ACCIONES IRREVERSIBLES»

LA CULTURA DEL TRABAJO EN «247» DE ALONSO GIL

Este texto lo escribí hace unos meses para el catálogo de la exposición 247 de Alonso Gil. El propio artista y Esther Regueira, comisaria de la muestra que se presentó este otoño en la Sala Atín Aya de Sevilla y editora de la publicación, me consultaron para publicar en el catálogo una nueva versión ampliada de otro que, pocos días antes del “Día Internacional de los Trabajadores”, escribí a finales de abril del año 2021 para el Diario Vasco y posteriormente edité en mi blog. Se titulaba La cultura del trabajo y fue una reflexión que hice tras la lectura El problema del trabajo. Feminismo, marxismo, políticas contra el trabajo e imaginarios más allá del trabajo (Traficantes de sueños, 2020) excelente ensayo de Kathi Weeks, profesora de estudios de género, sexualidad y feministas en la Universidad de Duke.

En Tiempo. La dimensión temporal y el arte de vivir, Rüdiger Safranski [1]escribe que quizá por primera vez en la historia hemos llegado a un punto en el que el tiempo y la atención al respectivo tiempo propio han de convertirse en materia fundamental de la política. Tendríamos que desarrollar e implementar –añade– otros tipos de socialización y administración del tiempo, aunque, por desgracia, la clase política todavía, al parecer, no lo ha entendido bien.

Desde finales del siglo XIX el movimiento obrero adquirió carta de naturaleza política en las luchas internacionales por las mejoras en las condiciones laborales. La reducción de la jornada laboral se convirtió en una demanda inaudita debido a su capacidad de agrupar a trabajadores de todo tipo Y condición. La lucha por el tiempo ha sido central en la historia del desarrollo capitalista. Es evidente que, como se ha comprobado en las últimas modificaciones de la legislación laboral en España, todavía hoy reducir las horas de trabajo sigue siendo uno de los objetivos de sindicatos y organizaciones sociales. Hay una conciencia evidente de que se trabaja demasiado y, casi siempre, en condiciones que se podrían mejorar más, pero aún estamos muy lejos de aplicar medidas que impulsen auténticas transformaciones de los hábitos laborales que afecten de verdad a la calidad integral de nuestras vidas. Seguimos trabajando y viviendo con los mismos parámetros productivos y vitales que, en su empeño reformista, hace casi doscientos años propugnó el empresario, filántropo y socialista Robert Owen: ocho horas de trabajo, ocho de ocio y otras ocho de sueño. 

Seguir leyendo «LA CULTURA DEL TRABAJO EN «247» DE ALONSO GIL»

DE VERDADES Y MENTIRAS ELECTORALES

En esta campaña electoral, el (sin) sentido de la verdad y la mentira ha estado en el centro de casi todos los debates políticos. Sin ir más lejos y aunque parezca una ficción, Alberto Feijóo, candidato del Partido Popular en estas elecciones legislativas, en el último mitin de campaña dijo a sus simpatizantes que si alguna vez mentía le echaran del partido y, además, con más contundencia aún, añadió: “Jamás voy a engañar a los españoles. Sea dura la verdad, la contaré. Sea desagradable la situación, la describiré. No vengo aquí a engañar a nadie”.

Si esto fuera cierto, la política partidista y parlamentaria recuperaría gran parte de su sentido. Lamentablemente, muy a menudo, ocurre todo lo contrario, se miente demasiado y gran parte de la desafección de la gente por la clase política está asentada en la escasa credibilidad que proyectan sus previsibles discursos, palabras vacías y promesas.   

En “Verdad y política”, publicado en Verdad y mentira en la política  (Ed. Página Indómita, 2017) Hannah Arendt, que alguna vez se declaró teórica de la política más que filósofa, se pregunta por qué nadie ha dudado jamás con respecto al hecho de que la verdad y la política no se llevan demasiado bien o porqué la mentira siempre ha sido vista como una herramienta necesaria y justificable para la actividad de los políticos.

La extrema derecha española y, al parecer, como se ha comprobado en esta campaña, cada vez más, la más ponderada parecen seguir a pie juntillas la conocida frase del propagandista nazi Joseph Göbbels: una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. La tesis del responsable del Ministerio de Propaganda del partido nazi alemán era semejante a la de Steve Bannon, uno de los primeros ideólogos del trumpismo y adalid de la expansión del pensamiento reaccionario actual y del crecimiento de los partidos de ultraderecha en gran parte del mundo donde (pre)domine la raza blanca de tradición cristiana. Como dice Alba Sidera en Fascismo persistente (Ctxt, 2023), donde analizando en detalle el auge de la extrema derecha italiana, ya plenamente normalizada en un contexto europeo cada vez más tolerante con las ideas (neo)fascistas, en 2019 el 36% de los italianos creían que en su país había veinte millones de extranjeros. Cuando había cinco millones, poco mas del cinco por ciento de la población. Y aunque el número de delitos en Italia lleva diez años disminuyendo, el 78% del electorado cree que ha aumentado por culpa de los inmigrantes. Así todo, dice.

Es una estrategia perfectamente urdida. Sus bulos y fabulaciones son como letanías de un rosario ideológico muy bien tramado que, tergiversando algunos aspectos concretos de la realidad, convierten en engañosas afirmaciones y lanzan al epicentro de las redes sociales con la colaboración de algunos medios de comunicación muy interesados en amplificar su eco.

No hay más que leer a Andrew Marantz, autor de Antisocial, la extrema derecha y la libertad de expresión en Internet (Capitán Swing, 2021), para entender cómo, con esas maniobras, construyen una realidad adulterada y, además, cómo pretenden hacernos creer que lo hacen en defensa de la libertad, palabra que han vaciado de contenido y convertido en arma de guerra cultural y política. Suelen ser consignas que casi siempre remiten a imaginarios negativos sobre la inmigración, a la que culpan de la mayor parte de los problemas sociales nacionales: la delincuencia, violencia callejera, abuso de prestaciones sociales etc.; sobre los musulmanes, a los que acusan de odiar la cultura occidental cristiana y, por tanto ser potenciales terroristas; recientemente, exacerbando de nuevo -subraya Marantz- el odio también contra los judíos, haciendo resurgir otra vez el antisemitismo; sobre la crisis climática que tildan de ser una burda maniobra de la ideología ecologista; sobre los movimientos políticos progresistas y, en nuestro caso, federalistas e independentistas –casi siempre en el mismo paquete- a los que, enarbolando un nacionalismo patriótico heroico, militarista y autoritario culpan del retorno del ateísmo, el comunismo o el separatismo desintegrador; y, con especial crudeza, sobre el movimiento feminista, homosexual y transfeminista al que responsabilizan de atacar la sagrada unidad familiar, la condición binaria “natural” de hombres y mujeres. 

Ahora que cada vez es mas difícil distinguir entre hechos ciertos y burdas manipulaciones, el derecho a la verdad contrastada se ha convertido en una cuestión imprescindible para entender la actual deriva del mundo y nuestra situación política. El derecho a una información fidedigna, siempre verificada con fuentes fiables, o el fortalecimiento de medidas fehacientes de control democrático sobre las acciones del gobierno y su poder ejecutivo (fuerzas armadas y policía) así como del poder judicial son más necesarias que nunca. Pierre Clastres en su célebre La sociedad contra el Estado (Ed. Virus, 2010) nos alerta sobre las tentaciones totalitarias de cualquier gobierno que, por encima de la verdad y la justicia, impone sus mecanismos coercitivos y, por tanto, convierte el poder en un arma de guerra antidemocrática.

Como dice Arendt al final del texto citado: “la verdad, aunque resulte impotente y siempre salga derrotada en un choque frontal con los poderes establecidos, tiene una fuerza peculiar: hagan lo que hagan quienes ejercen el poder, son incapaces de descubrir o inventar un sucedáneo viable de ella. La persuasión y la violencia pueden destruir la verdad, pero no pueden reemplazarla”. 

ORGULLO INSTITUYENTE

La cuestión por antonomasia que ha vertebrado la historia de la filosofía y, en gran medida de nuestra existencia en la Tierra, han sido las preguntas por el ser y las formas de identidad humanas, así como sus relaciones con las otras especies que habitan el planeta y las cosas materiales que lo conforman.

Paul B. Preciado dice en Dysphoria mundi (Anagrama, 2022) que el cuerpo vivo es el objeto central de toda política y que la tarea principal de las técnicas gubernamentales – “biopolíticas”- es fabricar nuestros cuerpos, ponernos a trabajar, definir nuestros modos de producción y reproducción, prefigurar los discursos a través de los cuales llegamos a decir “yo” o “nosotr+s”. Así, el sujeto heterosexual y la nación soberana son las principales construcciones de esas tecnologías de subjetivación y poder. Una vida ordenada sería por tanto una forma de naturalización del cuerpo, de la identidad o de la pertenencia, y el carné de identidad y el pasaporte los principales documentos que dan fundamento jurídico a nuestros datos personales -incluido el sexo explícito- y nacionalidad.

Aunque algunos pensemos que nuestra identidad es una entelequia y las naciones construcciones que se pueden derrumbar y reconfigurar, también somos conscientes de que el sentimiento de pertenencia nos da seguridad y nos protege, pero a la vez constatamos que nos encierra en un yo bloqueado y un nosotros defensivo. Es decir, nos proporciona una inmunidad que, de acuerdo con Roberto Esposito, autor de Inmunitas. Protección y negación de la vida (Amorrortu, 2003) y Communitas. Origen y destino de la comunidad (Amorrortu, 2005) construimos colectivamente en comunidad a través de criterios culturales, sociales y políticos que producen en paralelo soberanía y exclusión, protección y estigma, vida y muerte.

Walter Benjamin ya nos recordó que la historia se escribe desde el punto de vista de los vencedores y nos invitaba a interrumpir la repetición de las opresiones normativas, reescribiéndola a contrapelo desde el punto de vista de los vencidos y excluidos. Esto supone -dice Paul B. Preciado- deshacer los nudos del tiempo, arrancar las palabras a los ganadores para ponerlos de nuevo en la plaza pública, donde puedan ser objeto de un proceso de resignificación colectiva. La historia de la insurrección política -añade- es una colección de gestos prohibidos, de movimientos del cuerpo que se salen de la coreografía social. En los mapas de la opresión se inscribirían también los caminos de la liberación. Cuando el poder deviene biopoder, la resistencia deviene poder de la vida.

Estos días que se celebra por todo el mundo el Día Internacional del Orgullo LGTBIQ+, viene bien rememorar que esta conmemoración se instauró en recuerdo de los disturbios de Stonewall, ocurridos contra la represión policial que tuvo lugar el año 1969 en aquel pub de Nueva York, donde habitualmente se encontraban numerosos homosexuales, afeminados, travestis, drags queens, transexuales, transgénero, prostitutos o jóvenes sin techo. Aquellas revueltas formaron parte de otras iniciativas activistas organizadas para reafirmar el sentimiento de orgullo sobre las orientaciones sexuales e identidades de género tradicionalmente marginadas y reprimidas. También para visibilizar su presencia en la sociedad, en un país donde el sistema legal seguía siendo hostil con cualquier sexualidad que no fuera heteronormativa y donde, además, se extendía una peligrosa fobia social contra las comunidades LGTBIQ+, como de manera muy preocupante está ocurriendo de nuevo entre determinados sectores sociales vinculados a movimientos ultra reaccionarios de todo el mundo. Además, en estos tiempos en que, despojándola de su intrínseco carácter político y transgresor, la cultura de la diversidad está siendo estetizada banalmente y capitalizada por procesos de mercantilización, es importante recordar que el movimiento apareció asimismo como una crítica al clasismo y al racismo dentro del propio movimiento homosexual en Estados Unidos.

Tanto es así que aquellos hechos deberíamos insertarlos en una lista interminable de gestos de insurrecciones históricos que sería inabarcable: revueltas campesinas, huelgas obreras, revoluciones antimperialistas, levantamientos contra el esclavismo y el racismo, luchas pacifistas, feministas y ecologistas, etc. Nuestro devenir mundo común sería como una constante dinámica de contrapesos sociales e institucionales entre las lógicas afirmativas de las “potencias” que se sublevan por la emancipación y las negativas de los “poderes” que se constituyen en sistemas de orden y pacificación, pero también de sometimiento y sumisión.

Los cambios de paradigma nacen de esas tensiones diferenciales. Ninguna institución ni forma de pensamiento puede permanecer encerrada en sí misma sin un punto de vista exterior que quiebre sus lógicas internas, por muy razonadas que sean. El reconocimiento y aceptación de esta dialéctica política, capaz de asumir todo tipo de emergencias, disidencias, confrontaciones y conflictos, es lo que distingue a una sociedad democrática de otra totalitaria.

También Esposito, en su reciente Institución (Herder, 2022) , sitúa en el centro de la cuestión la relación enigmática entre institución y vida humana, pero nunca – dice- consideradas como dos polaridades divergentes solo destinadas a enfrentarse, sino como los dos aspectos de una única figura que dibuja a la vez el carácter vital de las instituciones y el poder instituyente de la vida, capaz de regenerarse a lo largo del tiempo.