En su último libro El tiempo de la promesa (Anagrama, 2024) Marina Garcés nos dice que hacer una promesa es dar la palabra a través de la declaración de un compromiso y de un vínculo. Es una acción que abre un abanico de posibilidades. Cuando prometemos algo nos arriesgamos a que no sea realizado, pero también que se convierta en un compromiso. Es una potencia de futuro que reorganiza y orienta el presente. Tiene tanta fuerza que da miedo, por eso a su alrededor se han desarrollado todo tipo de estrategias para neutralizar sus efectos. Los poderes supremos de nuestra civilización la han convertido en su palabra: Dios, con su promesa de salvación; el Estado, son su promesa de protección y el capitalismo, con su promesa de crecimiento ilimitado.


Para Garcés, el capitalismo es el sistema de vida en el que la promesa es que todo puede llegar a ser una promesa. El capitalismo actualiza y disemina por todos los ámbitos de la sociedad la lógica y la economía de la promesa. No solo se sostiene sobre una promesa que organiza el sentido y el tiempo común, sino que él mismo, como sistema, expresa y articula una promesa: la de la acumulación o el crecimiento ilimitados. El capitalismo hace del objeto más inútil una promesa de vida mejor. El delirio de todos los que vivimos bajo el capitalismo es que, aunque las cosas nos vayan mal, en algún momento pueden empezar a irnos bien. Es el delirio de lo ilimitado. Que, aunque veamos muchas injusticias, el propio sistema tiene herramientas resolverlas. Que, aunque estemos agotando y expoliando el planeta, las mismas empresas que lo hacen lo podrán resolver. Que, aunque nos ahoguemos en el sufrimiento, la felicidad es posible. El mismo capitalismo es la promesa, aunque sea sistemáticamente incumplida, su valor es ser inversión, potencial, rentabilidad…es también el tiempo sin límite para la circulación, la flexibilidad y la transformación continua tanto de la materia como de la mente. Demanda mucha adhesión, incluso entusiasmo, pero poco vínculo, y todavía menos compromiso.
Por el contrario, para la autora de Un mundo común, la promesa es una obligación libre, o una obligación que nos hace libres. Este es el sentido del compromiso, que literalmente significa «prometer con» o «prometer juntos». Si prometer es ponerse uno mismo delante, es decir, exponerse, el verbo comprometer insiste en que eso solo es posible como un vínculo que nos ata a otros destinos. Dar la palabra crea un vínculo irreversible. Prometernos algo puede ser, hoy, una forma de rebelión que introduzca en los escenarios de presente la batalla por el valor de la palabra y sus consecuencias sobre la vida que tenemos y que podemos esperar. Disputar este poder de la palabra, la cual ha ordenado y organizado nuestros mundos, es devolverle capacidad de acción y credibilidad en un tiempo de engaños y de banalidad deliberada. Hacer una promesa es interrumpir el destino. Es afirmar con convicción una verdad que desafía el peso de la realidad.