Conozco a Mario Zubiaga desde finales de los setenta. Fue un alumno aventajado de mis clases de Historia del Arte y de Historia del Mundo Contemporáneo en la Ikastola Laskorain de Tolosa. Desde entonces hemos coincidido en contadas ocasiones, pero a pesar de la distancia he seguido de cerca su trayectoria como destacado pensador de la izquierda abertzale.
Sabía de su predilección por algunos autores que también forman parte de mi literatura política. Pensadores que, desde la tradición marxista revisada, han repensado conceptos como nación, estado, soberanía, hegemonía: Arendt, Agamben, Zizek, Mouffe, Laclau, Ricoeur, Badiou, Bensaid etc.
Siempre me ha sorprendido que leyendo las mismas obras llegásemos a conclusiones tan diferentes. Ambos partimos de la misma convicción de que el actual modelo de Estado-nacional no responde a las necesidades que exige una democracia al servicio de l*s ciudadanos. Sin embargo, para Mario el problema se establece en términos de confrontación entre España, Francia y Euskal Herria y plantea como solución la creación de una nueva entidad política -otro estado más pequeño construido por sustracción- con los territorios vascos que actualmente forman parte del estado español y francés, y que se conocen como Euskal Herria (el pueblo del euskera). De tal manera que , una vez adquirida la plena soberanía territorial y hegemonía política se pudiera ahondar mucho más y mejor en el tejido democrático de esa nueva nación, ya que las actuales estructuras institucionales y jurídicas de esos estados no lo permiten.
Por mi parte propongo que, sin tener que producir ninguna fractura en la sociedad vasca, ni confrontación civil con l*s ciudadanos de ambos estados, se pueda encontrar una solución postnacional por adición en el marco de una Europa pensada en otras claves territoriales. Es decir, se trataría de no recurrir a las mismas herramientas jurídicas que son a su vez parte del problema (más o menos naciones) y plantear la construcción de un marco constitucional supranacional mucho más amplio.
A pesar de la difícil situación por la que está pasando Europa, todavía me reconozco como un convencido europeísta. Tal vez sea un sueño -seguramente tan utópico como una Euskal Herria libre- pero estoy convencido de que otra Europa, capaz de hacer frente a los retos del capitalismo global, es posible; una Europa construida sobre un mínimo común denominador compartido por tos*s e instituida a partir de su realidad compleja y diversa; reconocible en sus límites y corresponsable con los países del este y sur africano. Es decir, se podría armar un entramado institucional diferente que no pasara por la viejas cargas identitarias de los estados-nacionales sino sobre una nueva organización, estrictamente administrativa, que pusiera mucho más el acento en el bienestar de l*s ciudadan*s, sin distinción de sexo, raza o identidad cultural.
Una estructura macro de gobierno postnacional que legislara y garantizara la ejecución de normativas comunes de aplicación universal en todo el amplio territorio común, por un lado, y por otro, un sistema de legislación micro que afectara y correspondiera a la organización local, aplicando una política municipalista de cercanía que garantizase la participación e implicación ciudadana desde la inmediatez y la corresponsabilidad.
Desde luego, no soy un experto en derecho político, administrativo e internacional, pero estoy seguro de que algo semejante a lo que propongo -iluso- se podría aplicar para construir entre tod*s una Europa más democrática, al servicio general de las personas y no de los interesas particulares de las viejas naciones o del capital global internacional que, por cierto, nunca tiene patria.