ARTE Y CULTURA EN «LA AVENTURA DEL SABER» ENTREVISTA TVE

Esta es la entrevista que hace unos días se ha emitido en «La aventura del saber»de TVE. María José García, su presentadora, me envío con antelación un guión escrito sobre el que elaboré las respuestas. Después, en la grabación, el resultado tuvo una  deriva algo diferente. Dejo aquí testimonio de ambas: la imagen con el sonido y el texto escrito. Tanto en la primera como en el segundo podréis escuchar y leer ecos y contenidos de otros textos y obsesiones que, en otras ocasiones, he compartido.

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ENTREVISTA EN “LA AVENTURA DEL SABER” TVE 16 JUN 015

Dentro de tus líneas principales de trabajo están el arte, la cultura, la ética y la política. ¿Todo debe entenderse como parte de un todo?

Más allá de las clásicas bellas artes, la cultura también es todo aquello que nos constituye como ciudadanos, la lengua que hablamos, la manera en la que nos vestimos y nos relacionamos, cómo establecemos nuestras relaciones de género, los usos y costumbres ordinarios y extraordinarios de la vida cotidiana, los mitos, relatos, formas artísticas etc… Por eso, como dice el director de cine Jean Luc Godard, en cualquier película incluso cada plano es una cuestión de ética y, por tanto, implica una responsabilidad política. Qué y de qué manera comemos, cómo y dónde compramos lo que vestimos, las películas y libros que vemos y leemos, a qué dedicamos nuestro tiempo libre. En fin, todo lo que hacemos forma parte de una cadena de compromisos que afecta a nuestro entorno cercano, pero también al mundo común que habitamos. Por eso me gusta hablar de cultura ecológica, ya que las políticas culturales afectan a la sostenibilidad de nuestro hábitat, y de cultura educadora porque tiene que ver con la formación permanente de todas las personas a lo largo de toda la vida.

He leído bastante de lo que has escrito acerca del concepto de museo. ¿En qué medida nos debemos replantear su función, su utilidad social?

Cuando me refiero a los museos me refiero también a las instituciones cuyo objetivo fundamental es conservar y producir patrimonio: bibliotecas, archivos, centros de arte, etc.. El nacimiento de esta institución representa uno de los grandes gestos modernos de secularización, porque los objetos históricos, en otro tiempo ligados a la propiedad feudal o eclesiástica, ven transformado su destino y pasan a ser bienes públicos. No hace mucho, el mismo Miguel Zugaza, director del Museo del Prado, decía que cualquier ciudadano del mundo, de alguna manera , es propietario de las obras que conserva el museo.

Prado

No hay ninguna duda, pensar el museo y el patrimonio supone también recapacitar sobre el modelo de sociedad que queremos construir; sobre qué entendemos por bienes comunes y cómo hacemos para que su valor social sea respetado y fomentado con el fin de que forme parte de los conocimientos, saberes, materiales estéticos y simbólicos fundamentales en la formación y sensibilización de las personas.

El museo es, por tanto, además de un espacio para la memoria, un lugar de puesta en circulación de las obras de arte destinadas a ampliar nuestra sensibilidad, desarrollar el valor estético y ético y, en consecuencia, el debate público.

Tú hablas del concepto de bien común y de “prácticas culturales que hacían comunidad” ¿Eso está lejos de los grandes museos que son imagen de marca de ciudades como Bilbao, Madrid o Málaga y que atraen a los turistas? ¿Cuál es el problema? ¿La rentabilidad?

Estos museos de nueva generación, cuyo emblema más reciente y conocido es el Guggenheim de Bilbao, pasan a formar parte de la red de ciudades marca, cuyo objetivo principal es competir entre ellas para convertirse en focos de atracción empresarial. Son todas aquellas que, desde Málaga, Bilbao o Madrid hasta Dubai, compiten por atraer masas de turistas – sobre todo clases pudientes- y capital financiero que se pueda invertir en sectores económicos emergentes. Así pues, desde el momento en que la cultura se convierte en una industria, el museo y el patrimonio en su conjunto se encuentran absorbidos por una dinámica económica que poco a poco altera su misión ilustrada y educadora hasta convertirlos, sobre todo, en máquinas de producción. Precisamente el gran logro del capitalismo cultural es haber trasformado de arriba abajo el paradigma de la inutilidad de la que habla Nuncio Ordine en su último libro La utilidad de lo inútil. Manifiesto. Desde que las industrias culturales, en el sentido más amplio de la palabra, se han hecho dueñas de todas las manifestaciones artísticas, dice, también la música, la literatura, el arte, las bibliotecas, los archivos, los museos, la arqueología, etc. son todas cosas que se consideran útiles porque producen beneficio. Se han convertido estrictamente en mercancía y se miden por su valor de cambio. Creo que es absolutamente necesario corregir esa deriva mercantilizadora y devolver a esas instituciones su primigenio sentido de tesoros públicos y poner en el centro el valor de uso de sus materiales.

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Y respecto a sus relaciones con el estado ¿Tienen que retomar esa responsabilidad? Teniendo en cuenta, que en los últimos años ha habido un retroceso y que se ha optado por otros modelos…

El patrimonio y sus museos, como la educación, la sanidad o el mantenimiento de la naturaleza, nunca deberían ser considerados una carga para el Estado. La democracia es imposible sin que el acceso al patrimonio, configurador de gran parte del legado material e inmaterial de cualquier pueblo, forme parte también de sus derechos. No hay “comunidad” sin patrimonio o, mejor dicho, sin bienes comunes. La cuestión sería repensar mucho mejor su gestión y encontrar un  equilibrio razonable de sus costos en el conjunto de la economía del ecosistema cultural público.

Paul B. Preciado que, junto a Valentí Roma, fue recientemente despedida de manera injusta por los patronos del MACBA por ser coherentes con sus ideas y consecuente con su trabajo, decía hace poco en un artículo titulado «El museo apagado» que si queremos salvar el museo quizás tengamos que, paradójicamente, elegir su ruina pública frente a la rentabilidad privada. No la ruina como espectáculo -añadiría yo- sino como posibilidad de partir de cero, como restauración y reconstrucción. Y si no es posible, entonces, quizás -añade Preciado- haya llegado el momento de ocuparlo colectivamente, vaciarlo de deuda y hacer barricadas de sentido. Apagar las luces para que, sin posibilidad alguna de espectáculo, el museo pueda empezar a funcionar como un parlamento de otra sensibilidad; un museo que ponga en cuestión las políticas y las pedagogías espectaculares para abrir un espacio público para le recomposición de los posibles y para la relectura de las historias, dejando al ciudadano formar parte activa de esos nuevos relatos. Parafraseando la teoría del reparto de lo sensible de Jacques Ranciére: darle a la gente la capacidad de pensar espacios que ya no están predeterminados por una relación dada, implacable, entre el arte, la institución y el mercado.

¿Y cómo se puede recuperar el sentido social de la cultura? ¿Ese sentido de pertenencia? Entiendo que eso recae en los propios ciudadanos

De la clásica concepción ilustrada, en la que la cultura y el arte eran patrimonio de tod+s los ciudadanos y, por tanto, formaban parte de nuestros derechos sociales, hemos pasado a otra cuyos propietarios son, por un lado, el mercado que ha trasformado toda nuestra vida en capital y, por otro, el estado que los concibe como una herramienta de gobierno y, en demasiadas ocasiones, propaganda partidista o instrumento para la construcción identitaria.

Frente a la “mercantilización”- la cultura solo como consumo- y la “gubernamentalización” -la cultura como instrumento de gobierno- se trataría de abrir cauces a otras políticas que posibiliten recuperar su sentido social y participativo. Es decir, pensar mucho más en sostener y fomentar las redes, proyectos, espacios donde primen la cooperación y el bien común, mediante la interacción autónoma de los agentes con una administración pública capaz de desprenderse de su autoritarismo tecnoburocrático.

Es necesario revolucionar la economía de la cultura pública para ponerla a disposición del bien común, en beneficio de los agentes creadores, mediaciones sociales, cooperativas de trabajo, redes de producción independiente. Supone repensar la cadena de valor de los bienes culturales para priorizar los derechos laborales de los trabajadores culturales. No es posible que el sistema cultural público mantenga su estructura económica, como si los últimos diez años no hubiera pasado nada, a la vez que precariza a niveles nunca vistos el trabajo de los creadores y sus mediaciones.

Habría que activar un nuevo equilibrio económico y social en el ecosistema cultural, entre los grandes y pequeños equipamientos, entre centro y periferia, entre gestión pública y autogestión comunitaria, entre cultura de élite y popular, entre las clásicas políticas para las bellas artes y otras más transversales que superen el sectarismo, entre la cultura espectáculo y aquellas prácticas donde la gente es actor de sus propias experiencias (actor no solo voyeur), entre industria e iniciativas sociales y, claro está mucho más a favor de prácticas antipatriarcales, antirracistas y anticlasistas. Es decir, una cultura de tod*s y para cualquiera.

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¿Y en qué medida el museo tiene que dar cabida a lo nuevo y generar reflexión? ¿Es lo uno o lo otro? ¿O pueden convivir “diferentes modelos museísticos”?

El museo nunca debe ser neutral porque, cuando expone, transforma permanentemente sus contenidos, a la vez que enuncia e instituye. No puede ser únicamente un depósito de fetiches constituyentes y reconocibles.

Cuando el urinario de Duchamp entra en el museo lo que se refuerza no es solo la libertad del arte y el artista, sino el carácter instituyente y legítimo del museo para acoger incluso aquello que le es más externo, salvaje, absurdo, sin sentido o incluso contra el sentido común. Como señala Juan Luis Moraza en el catálogo de su última exposición república, celebrada recientemente en el Reina Sofía, en el museo lo que importa es la negociación del presente más que el establecimiento del pasado.

Pensar la institución museo supone también recapacitar sobre el modelo de sociedad que queremos construir; sobre qué entendemos por bienes comunes y cómo hacemos para que su valor social sea respetado y fomentado, con el fin de que forme parte de los conocimientos, saberes, materiales estéticos y simbólicos fundamentales en la formación y sensibilización de las personas.

En resumidas cuentas ¿cómo propones que se acometa la reforma que necesita el sistema cultural para “cambiar de manos los recursos” y que lleguen a los artistas, los creadores?

Desde mi punto de vista , debemos optar, sobre todo, por una cultura de valores sociales, ecológica y vinculada a su potencia educativa y transformadora; una cultura que nos constituye, por un lado, pero que también nos invita a instituir nuevas formas, expresiones y por tanto transformar el mundo donde vivimos.

Así pues, en esta batalla por el derecho a la cultura como bien común, me sitúo al lado de  aquellas políticas públicas que apuestan por:

– una cultura que no se piense únicamente desde la tradicionales bellas artes, sino inserta en la construcción de lo social, es decir, pensada desde la complementariedad y la cooperación interdisciplinar, desde convergencia entre arte, cultura, educación, urbanismo, bienestar social, lucha por la igualdad y el medio ambiente etc..

– un modelo cultural ecopolítico, comprometido con las futuras generaciones, con menos consumo y más implicación ciudadana (mejor agente productor activo que mero consumidor pasivo).

– menos eventos espectaculares y más inversión en proyectos que trabajan a medio y largo plazo.

– menos gastos en nuevas infraestructuras monumentales y más en pequeños y medianos equipamientos.

–  menos centralización y mas localización (asociaciones de barrio, colectivos sociales, pequeñas empresas etc..)

–  una cultura de alto rendimiento social con coste equilibrado, sin despilfarros, pero garantizando  el trabajo dignamente retribuido de los profesionales, artistas y mediadores.

–  una cultura que contribuya a ampliar los derechos sociales de la mayoría social y no el capricho y el lujo de ciertas élites.

–  una cultura ciudadana, a ser posible, pensada y producida por la propia sociedad civil; frente a la burocratización de los procesos institucionales, mucho mejor la autogestión o la corresponsabilidad subsidiada, no precarizada, vuelvo a insistir.

–  un sistema cultural que afecte mucho más a los ecosistemas y redes micro, más desde y para las redes ciudadanas, creadores, agentes  y pequeñas y medianas empresas intermediarias y menos desde la maquinara funcionarial del Estado o los lobbies de la gran industria del ocio y el entretenimiento.

–  una cultura que tenga en cuenta los nuevos espacios relacionales generados en el marco del avance de las últimas tecnologías de la comunicación (Internet, medios telemáticos de comunicación, etc.), favoreciendo la implicación activa y comprometida de la ciudadanía.

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¿Desde la educación se debe hacer un esfuerzo en esta dirección para que los propios niños vean que el arte es mucho más que lo que ofrece el museo del prado o el Louvre? Dar impulso a la creatividad desde los propios espacios educativos…

Eso es una cultura que incentiva mucho más procesos educativos vinculados al conocimiento, la formación y la experiencia; que acentúe, sobre todo, la participación de las generaciones venideras como clase emergente, infancia y juventud, sujetos activos y responsables de  un futuro por venir y que integre la creciente diversidad ciudadana, cultural, religiosa, de género, lingüística, entendiéndola como una oportunidad y no como una amenaza.

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