El 1 DE MAYO Y EL TRABAJO ABSOLUTO

El filósofo Rudiger Safranski en Tiempo. La dimensión temporal y el arte de vivir (Tusquets, 2017) escribe que quizá por primera vez en la historia hemos llegado a un punto en el que el tiempo y la atención al respectivo tiempo propio han de convertirse en materia fundamental de la política. Tendríamos que desarrollar e implementar –añade- otros tipos de socialización y administración del tiempo, aunque, por desgracia, la clase política todavía, al parecer, no lo ha entendido bien. Aunque el punto de vista del enunciado es muy diferente, en sentido parecido se manifestaba Laura Baena de «Malasmadres» en esta reciente entrevista cuando reclamaba un cambio de modelo completo, no como medidas únicas o aisladas, sino como cambio de modelo social y laboral, y eso no solo se cambia con campañas o con desahogos – dice- sino que hay que pasar a la acción. Las instituciones y las empresas deben entender que tenemos un sistema laboral obsoleto y que hay que cambiarlo por completo. 

Hace unos días, por ejemplo, hemos leído que el Parlamento portugués ha aprobado una propuesta para promover y financiar un proyecto piloto que, incluida una semana laboral de cuatro días o estudiar formas mixtas de teletrabajo, desarrolle nuevos modelos de organización del trabajo con el objetivo de promover una mejor conciliación con la vida  personal y familiar. También en España algunos partidos políticos y organizaciones sindicales están tratando de poner las reformas sobre el trabajo en el centro de la agenda política. Sin embargo, todavía estamos muy lejos de aplicar medidas que impulsen auténticas transformaciones de los hábitos laborales tan arraigados en nuestros modelos de vida fabriles.

Desde hace unos años el artista Juan Luis Moraza, en diferentes formatos y lugares, viene proponiendo una serie de reflexiones visuales relacionadas con la toma de conciencia, a modo de advertencias, sobre las maneras en las que el trabajo constituye nuestras maneras de habitar el mundo. En su publicación Trabajo absoluto presenta imágenes relacionadas con determinadas figuraciones en torno al trabajo y el 1 de Mayo, Día Internacional del trabajo, junto a algunas propuestas sobre la función del artista en la fabricación-creación contemporánea.  

Ya es muy habitual escuchar que en el mundo laboral, en el personal, emocional, incluso en el quehacer del artista – que se presupone una práctica no alienada- se vive sobrecargado de obligaciones laborales. Como es sabido el debate sobre la proximidad del trabajo artístico y el capitalismo ya fue planteado, entre otros, por Luc Boltanski y Eve Chapiello en El nuevo espíritu del capitalismo (Akal, 2002) donde se insistían en las semejanzas de la subjetividad artística y la del capitalismo contemporáneo: la explotación de las potencialidades, las capacidades comunicativas o la flexibilidad laboral y la plena disponibilidad telemática.

Es evidente que nos sentimos empujados a esforzarnos demasiado para mantener un ritmo de crecimiento, perfeccionamiento individual o progreso económico que en realidad no resulta beneficioso ni para cada uno, ni para todos, y mucho menos para el planeta. Moraza nos recuerda que el trabajo y la productividad, entendidos como objetivos finalistas y no como medio para una vida digna, destituyen la excelencia social del trabajo. Hace ya muchos siglos, Aristóteles, cuando pensó la teché, la fabricación material, nos advirtió que para la vida buena era absolutamente necesario conocer el porqué de la producción, la razón de las cosas, y así poder determinar sus límites éticos en relación a su materialidad y, en consecuencia, a la naturaleza que proveía los recursos. También, Murray Bookchin, en su monumental obra Ecología de la libertad. Surgimiento y disolución de la jerarquía (Capitán Swing 2022) publicado en 1982, el historiador y fundador del concepto “ecología social” escribió que, en el momento en que la teché empezó a perder sus connotaciones éticas originales y su vinculación con el buen vivir comunitario, la “técnica” quedó liberada y, en adelante, ya no obedecería más dictados que los impuestos por el interés privado, el beneficio, la acumulación y las necesidades de una “abstracta” economía depredadora de mercado.

En el largo proceso de transformación del sistema de producción capitalista ya no hay límites y se ha implantado una noción de «trabajo absoluto» aplicada indistintamente a cualquier aspecto de nuestra existencia: trabajamos las emociones, nuestro cuerpo e imagen, nuestras relaciones personales, las formas de descanso, en definitiva todo nuestro futuro. Más aún, dice Moraza, para cada área de esta trabajosa vida, además existen expertos, escuelas y empresas que contribuyen a perfeccionar y aumentar nuestra laboriosidad. La creatividad es hoy el gran instrumento de la capitalización y el desarrollo: I+D+i es el epígrafe de un estilo de vida que renuncia a lo bueno en nombre de un eventual «mejor», una especie de inercia de aceleración, móvil y acrítica.

Estamos cada vez más obligados a ser productivos incluso en nuestro tiempo de descanso. Admitimos una progresiva extensión del tiempo y del espacio del trabajo, deslocalizado y sin horarios; el placer del proceso se sustituye por la instantaneidad del resultado y hemos aprendido a convertir nuestro ocio en un sacrificio sin remuneración. Si no contribuye a un incremento de riqueza, vivir es considerado una forma de pereza.

Además, insiste Moraza, en los hábitos de consumo nos comportamos como si fuésemos apenas un afanado eslabón perdido entre el dinero que cobramos y el dinero que gastamos. En nombre de una productividad insensata, se destruye casi imperceptiblemente todo lo que realmente importa. Aunque en realidad, la laboriosidad, la nobleza del esfuerzo, la dedicación, el goce y el cuidado, el amor al trabajo bien hecho, sostienen la vida social mucho más que cualquier ley, al final la economía financiera disuelve el sentido del trabajo. Las sociedades contemporáneas, se les llame como se les llame, dependiendo de autores y disciplinas: “sociedad de la información», «sociedad de la comunicación», «sociedad del conocimiento», «capitalismo avanzado» “capitalismo cognitivo”, «sociedad de servicios», «sociedad de masas», «sociedad posindustrial», «sociedad burocrática de consumo dirigido», «sociedad de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación)», «sociedad posmoderna», «sociedad red», «capitalismo cultural», «corporativismo», «capitalismo psicótico», «capitalismo energúmeno»…-, tienden, con una fuerza arrasadora, a una inestable estabilidad del poder financiero, lo que supone un total desequilibrio social y ambiental.

Ya se sabe que existe más dinero en el mundo que cosas que puedan comprarse, incluido el planeta en sí, con sus océanos y sus montañas; y que para mantener de forma estable el ritmo de vida de nuestras sociedades harían falta más de cuatro planetas, pero solo tenemos uno. Como dijo Jiddu Krishnamurti, el conocido pensador y orador de origen hindú: “no es síntoma de buena salud estar perfectamente adaptado a una sociedad enferma”.

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