IMÁGENES PESE A TODO

Estos días, a propósito de alguna película y ciertos chistes periodísticos en los que Mahoma aparecía caricaturizado, han vuelto a surgir, una vez más, numerosas críticas iconoclastas contra la libertad de expresión y manifestaciones de repulsa, reclamando venganza contra sus autores. Escudándose en argumentos identitarios, en defensa de los valores trascendentales de las religiones, algunos líderes religiosos musulmanes y, al amparo del ruido mediático, otros cristianos fundamentalistas que reclaman también la «vuelta al orden moral», han puesto sobre la mesa de debate internacional la posibilidad de ponerle límites a la libre circulación de las imágenes y, por tanto, proponer la censura de las ideas críticas subyacentes.


Nada sería igual en nuestro universo simbólico y, por tanto, en nuestra cultura si no hubiéramos tenido la oportunidad de contemplar la historia a través de las imágenes que la acompañan. Desde los dibujos de las cuevas prehistóricas hasta las más recientes que se hayan podido contemplar en el último Festival de Cine, pasando por los grabados medievales de la quema de brujas, las fotografías de los campos de concentración nazis o las destrucción de las Torres Gemelas o el bombardeo de Faluya, las imágenes nos constituyen comos seres visuales. Su potencia nos hace más libres, en la medida que nos proveen de herramientas para conocer mucho mejor los enigmas que la realidad esconde.

Al comienzo de su excelente ensayo «Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo de las imágenes», Georges Didi-Huberman, probablemente una de las mentes más preclaras en el campo de los estudios visuales, señala que cualquier imagen nos coloca ante una puerta abierta a lo desconocido y con en el acto de mirar, nos exponemos a la experiencia de la observación y, por tanto, a la posibilidad infinita del conocimiento renovado. Ante una imagen – tan antigua, reciente o contemporánea como sea-, tenemos humildemente que reconocer que probablemente ella nos sobrevivirá, porque ante su importancia somos un elemento frágil que está de paso. En definitiva, la imagen a menudo tiene más de memoria y de porvenir que el ser que la mira.

Más allá del debate específico sobre la oportunidad moral de tal o cual imagen o sobre su oportunidad ética – para lo que ya existen leyes que preservan el derecho a la intimidad personal- se trata de perpetuar su existencia contra cualquier intento de destrucción o de impedir su divulgación.

huberman dos libros

Sobre esta cuestión del límite, y a propósito de la difusión de las pocas fotografías existentes de Auschwitz,  el mismo Didi-Huberman sostuvo una agria discusión con el autor de la excelente película  Shoah, Claude Lanzmann -vinculado a la tesis iconofóbica del judaísmo – sobre la pertinencia de divulgar las imágenes del holocausto. El  famoso debate planteó la cuestión de la legitimidad de mostrar imágenes del máximo horror que podamos concebir. Y pese a aquel infierno, pese a que después de aquella tragedia nada sería igual en nuestra cultura, pese a los riesgos que pudiéramos correr con la contemplación de aquellas imágenes, el filósofo francés, en su libro “Imágenes pese a todo (Memoria visual del holocausto)» concluía, contra el cineasta, que debemos asumirlas y tratar de contarlas, pese a todo. Pese a nuestra incapacidad para saber mirarlas tal y como se merecerían, pese a nuestro propio mundo atiborrado, casi asfixiado, de mercancía imaginaria, pese a todo imágenes.

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