El martes 27 de Noviembre participo con la ponencia que os adjunto en el Congreso Euskal Hiria 2012 que se celebra en Bilbao:
EUSKAL HIRIA TRANSNACIONAL

«Recuerdo haber parado en
medio del puente que une las dos
márgenes del río, de un lado, Douro,
del otro, Duero, y haber buscado en
vano, o fingir que buscaba, la línea
de frontera que, pareciendo separar,
al final une los dos países. Pensé
entonces que una buena manera
de comenzar el libro sería glosar el
famoso Sermón de Santo Antonio
a los Peces del Padre Antonio
Vieira, dirigiéndome a los peces
que nadan en las aguas del Douro y
preguntarles de qué lado se sentían
ellos, expresión tal vez demasiado
obvia de un ingenuo sueño de
amistad, de compañerismo, de
mutua colaboración entre Portugal
y España».
José Saramago, Viaje a Portugal, 1981.
Uno de los efectos principales de la actual crisis económica es el aumento del populismo racista. Ante el miedo y la incertidumbre, la primera reacción espontánea de los ciudadanos es el regreso instintivo a lo esencial, a la protección de lo básico, a la defensa a ultranza de lo propio, de lo que entendemos como nuestro. Las últimas elecciones celebradas en Francia y Grecia, más allá de las cuestiones relacionadas con la deriva económica actual, han mostrado que los discursos excluyentes sobre la cultura y xenófobos sobre la identidad de la extrema derecha están implantándose en el electorado europeo. Países como Austria, Holanda, Bélgica, Hungría, Bulgaria o Finlandia han visto crecer el voto ultraderechista.
La noción romántica de cultura, como singularidad irreductible del alma única del pueblo, adquiera carta de naturaleza a partir del siglo XVII, con la emergencia de los primeros Estados-nación. Entonces aparecen las denominadas culturas nacionales, vinculadas a geografías administrativas o a mapas políticos. Como consecuencia de esta concepción territorial, se desdibuja el carácter contingente, transfronterizo y, por tanto, universal de los saberes y la cultura, entendidos como patrimonio común de una humanidad trascendente que, más allá de la necesaria riqueza y diversidad de los ecosistemas locales, no está basada en pensar que una cultura puede ser superior a cualquier otra.
El filósofo italiano Roberto Esposito, autor entre otras obras de Communitas. Origen y destino de la comunidad y Comunidad, inmunidad, biopolítica donde piensa sobre las relaciones entre violencia y comunidad, nos recuerda que desde el momento en que se proclama que la cultura y la vida de un determinado pueblo constituyen un valor máximo y absoluto, se le puede sacrificar la vida y la cultura de cualquier otro. Con el racismo genocida, este efecto destructivo se radicaliza hasta el extremo de causar millones de muertos.
Sin embargo, frente a esta concepción, la cultura no es, en el fondo, más que una gran corriente de experiencias que se encuentran en mutación incesante y se manifiestan en incontables narraciones, formas y figuras locales y globales. Se compone de múltiples líneas interpretativas diferentes, muchas veces divergentes, que siguen varias direcciones y conforman procesos creativos en constante desequilibrio. Cada trazo franquea umbrales personales y territoriales, puede interrumpirse o ser sometido a derivaciones. Porque la cultura nos constituye como seres complejos, pero también nos permite instituir nuevas realidades. Parafraseando a Leibniz, que explicaba de manera ejemplar la capacidad crítica de la cultura para reactivar el pensamiento, cuando uno cree que ya ha llegado a puerto, de repente, se ve lanzado de nuevo a alta mar, a la búsqueda de nuevos horizontes o al encuentro de lo inexplorado.
Por tanto, la cultura trasformadora es un conjunto de puntos de fuga que escapan a las reglas o normas precedentes y, en esa deriva innovadora, además producen subjetividades desconocidas hasta entonces. Se aparta de lo eterno y lo único para dirigirse a una creatividad variable que nos permita ser, pero aceptando nuestro devenir-otro. Como decía Nietzsche, se trata de actuar contra el tiempo y contra la realidad impuesta para acercarnos a lo intempestivo, lo inactual. Es decir, atender a lo desconocido que llama a la puerta.
Querer mantener la pureza de la cultura de un pueblo mediante la extirpación sistemática de lo extraño o las influencias externas -un pensamiento que hoy se defiende cada vez más con gran pasión por los partidarios de las doctrinas racistas- es tan antinatural como infecundo y sólo muestra que los soñadores de la autarquía cultural piensan en una Europa excluyente, encerrada en las propias murallas de sus viejas naciones.
Porque Europa, más allá de su configuración política actual, es un territorio y una geografía inacabada que piensa su mapa desde fronteras inestables. La administración democrática de esos nuevos espacios transfronterizos de convivencia supone renovar, una y otra vez, su organización y sus modelos de gobernanza. Mi pueblo Tolosa, Donostia-San Sebastián, Bilbao, Gipuzkoa, Euskadi/País Vasco, Euskal Herria y España están en el centro de esa misma complejidad territorial. Vivimos a medio camino entre Madrid, Barcelona o París y Londres, y a otro tanto de Lisboa, estamos en las mismas puertas de África.
Si Europa quiere seguir jugando un papel importante en este mundo globalizado, debe comenzar por entenderlo bien y comprendernos mejor entre nosotros mismos. Más allá de nuestra memoria colonial, podemos replantear nuestras relaciones económicas y socioculturales con el hemisferio sur, donde África y Latinoamérica deben jugar un papel central en la configuración del futuro mapa internacional y donde emerja, por fin, nuevo internacionalismo justo y solidario
En este sentido, nuestra apuesta para dss2016eu se reafirma en su disposición a cooperar con el desarrollo de un sentimiento de solidaridad cultural TRANSnacional para contribuir a humanizar la globalización. Europa, de la mano de su historia, sus experiencias y contradicciones, podría constituir un excelente laboratorio para reinventar un modelo de democracia supranacional e intercultural. Nuestra Candidatura a Capital Europea de la Cultura quiere contribuir a superar los efectos frontera de la vieja Europa y avanzar hacia una geografía común que supere los recelos ancestrales de las rutinas vecinales. Se trata de dejar atrás tanto las viejas barreras exteriores, que todavía se empeñan en marcar los territorios, como las interiores que nos imponen atavismos culturales y arcaicos comportamientos humanos.
Antes de que la crisis estallara con todas sus consecuencias, cuando allá por el año 2008, Odón Elorza exacalde de Donostia/San Sebastián me dijo que quería presentar la candidatura a Capital Europea de la Cultura en 2016 y me pidió que participara con una ponencia en un foro ciudadano que permitiría dar un primer cuerpo conceptual al proyecto, escribí: “Educación, Ecología y Cultura: un nuevo trinomio social”.
En aquella ponencia afirmaba y todavía lo mantengo hoy que cada acto individual que emprendamos o acción colectiva que impulsemos es, en parte, responsable del mundo en el que vivimos y en consecuencia detrás de cualquier hecho, por insignificante que parezca, existe una responsabilidad moral y política. El filósofo y activista social Santiago López Petit, en su texto Politizaciones apolíticas publicado en la revista “Espai en Blanc”. Materiales para la subversión de la vida, escribe que “la época global en la que vivimos es post-política porque en ella la acción transformadora queda interrumpida por el estrechamiento del ámbito de lo político -hay poca diferencia entre izquierda y derecha, dice él-, por la sensación de inutilidad de la política y por la disolución progresiva de lo común”. Por mi parte, también añadiría que esa despolitización va acompañada de una degradación preocupante de los lenguajes y del significado de las palabras. Es muy importante saber y reconocer desde donde hablamos, y qué significado real tienen las palabras que enunciamos y quién las enuncia. Por tanto, parafraseando a Elias Canetti, antes habría que recuperar la conciencia de las palabras, ahondar en ellas en busca de su responsabilidad, porque los seres humanos nos hablamos unos con otros, como señala Kart Graus el maestro de Canetti, pero pocas veces se entienden, porque, a pesar de que dicen hablar de lo mismo, defienden interese muy distintos. Sin ir más lejos, en la página web de la Fundación Banco Santander se puede leer que desarrollan programas sostenibles que ayudan a crear una sociedad más justa y equitativa. En fin, no hay más que leer los periódicos –incluso los que sirven fielmente a sus intereses- para darse cuenta que al mismo tiempo que emplean la retórica vacua, gracias a sus políticas económicas reales, están al frente de las nuevas políticas de la última recapitalización bancaria llevada a cabo con recursos del Estado –es decir, de todos l*s ciudadn*s – la enésima reabsorción de todos los excedentes inmobiliarios, cuyo máximo exponente es la persecución de los más desvalidos, aprovechándose de una lamentable ley de desahucios, el mantenimiento interesado de un ficticio valor del suelo y la vivienda para hacer que no baje su precio de mercado. En definitiva, la usurpación y privatización del espacio público etc…
Por tanto, frente a la consigna postmodernista o relativista de que tras las imágenes, las formas, los eventos y los acontecimientos no debe haber ideología, otros pensamos que en términos de ética cultural no vale todo para cualquier fin y que, por tanto, hay que ser consecuente con las condiciones materiales en las que se encuentra el mundo en la actualidad y con el alcance que puedan tener las decisiones que se tomen, por muy insignificantes que puedan parecer.
Optar por la Capitalidad Cultural significa señalarse en el mapa internacional, reconocerse apto para liderar un proyecto modelo. En este sentido ser Capital Europea de la Cultura significa asumir la responsabilidad de los mejores, responder con eficacia a las obligaciones que se espera de quien se convierte en referencia internacional, en el espejo donde se van a mirar millones de personas.
La mayoría de las Capitales Culturales, así como otros muchos foros internacionales que emplean el lenguaje de la seducción oportunista de las palabras de moda en el entramado del marketing hegemónico, forman parte de un engranaje de legitimación institucional que, en la mayoría de las ocasiones, acompaña políticas complacientes o, muchas veces, cómplices de estrategias económicas al servicio del capitalismo competitivo, basado en la aceleración de la productividad y la generación de nuevos nichos de negocio para acelerar el principio de acumulación.
Desde mi punto de vista, precisamente, para que desde instancias públicas se preserve su posible instrumentalización, el arte y la cultura no deben estar exentos de un análisis crítico y sensato con respecto a cómo funciona el mundo en su conjunto y cómo repercute en la organización de la sociedad que habitamos. En este sentido, el tipo de ciudad que queremos construir y el mundo que deseamos habitar tienen que ver con el tipo de personas que pretendemos ser y con los valores que vamos a defender.
El modelo de desarrollo urbanístico y de organización territorial que una sociedad emprenda, refleja y condiciona el tipo de individuo que dicha sociedad construye.
David Harvey, profesor emérito de Antropología en la City University of New York (CUNY), que ha enseñado Geografía y Urbanismo en Oxford y Baltimore durante más de treinta años y autor de libros como Espacios de esperanza y Espacios del capital. Hacia una geografía crítica, nos recuerda que existe una estrecha relación entre urbanización y civilización. A su juicio, un elemento que ha jugado un papel esencial en la configuración de la ciudad contemporánea ha sido el «problema de la acumulación y reubicación de los excedentes de capital». En el sistema económico en el que vivimos, si se quiere ser competitivo, una parte considerable de los beneficios que se obtengan de la realización de una actividad, se tiene que reinvertir en expandir la producción. «Sólo así», precisa Harvey, «se garantiza la supervivencia del sistema”. No hay que olvidar que este modelo económico sólo puede subsistir si mantiene un crecimiento progresivo de la producción, entrando en una especie de espiral vertiginosa de la que no puede escapar.
Esta dinámica de acumulación/inversión/consumo/beneficio/acumulación está provocando, entre otros efectos, una gran «competencia interurbana” puesto que la prioridad de la política urbanística pasa a ser el crecimiento económico y el desarrollo de nuevas posibilidades de negocio. De modo que se ha sustituido el enfoque gestor y regulador, característico del urbanismo Fordista-Keynesiano, por otro empresarial y proactivo que subordina los objetivos sociales a la lógica de la competitividad.
El mundo se convierte así en un gran proyecto de urbanización global, con grandes competencias entre metrópolis que discuten sobre los mismos argumentos y con las mismas excusas. Se trata de atraer capital y, por tanto, de mantener el clima empresarial en una encarnizada lucha interregional basada en la misma retórica publicitaria, vacía de contenido real: desarrollo de la cultura o de las industrias del conocimiento y de la innovación. A ello se añaden, evidentemente desde la demagogia vacua, la sostenibilidad, las ciudades ambientales y un sinfín de epítetos, produciendo un efecto de “burbuja cultural”, inflacionista y contradictoria con los deseos enunciados.
Contra esas dinámicas de aceleración y competitividad, toda iniciativa promovida por el Estado o financiada con recursos públicos debiera ser una síntesis equilibrada entre servicio público y excelencia individual, democracia social y desarrollo económico, igualitarismo y riqueza. Debe estar, en primer lugar, al servicio de los seres humanos, atenta a las necesidades del mercado y de la economía, también imprescindibles para la mejora de la vida, pero nunca supeditada a sus directrices. Como dice el filósofo Reyes Mate: “No es lo mismo colocar el progreso como objetivo de la humanidad, que a la humanidad como objetivo del progreso”.
Por tanto se trata de trabajar por una cultura ecológica de la mano de una Capitalidad eco-política, consecuente con la situación del mundo y capaz de dar ejemplo desde propuestas de contención pedagógica frente a las habituales demostraciones de exceso y abundancia. En este marco de crisis global no podemos seguir viviendo y actuando como si no pasara nada; como si, de verdad, creyéramos que el mercado lo regula todo, de acuerdo con el conocido principio ultraliberal, y que a corto plazo todo se solucionará con pequeños “ajustes y medidas” medioambientalistas. No parece que esta vez sea así.
Como dice el educador y periodista americano, Richard Heinberg, en su libro Se acabó la fiesta: “habrá que pasar de lo más grande, rápido y centralizado, a lo más pequeño, lento y localizado; de la competencia a la cooperación; y del crecimiento ilimitado a la autolimitación”.
Por lo tanto se trata de seguir avanzando por ese camino, pero aprovechando la oportunidad que nos brinda el acontecimiento para proveerlo de lenguajes comprometidos y prácticas consecuentes con el significado de sus enunciados.
Se trata por tanto de:
Concebir la Capitalidad Cultural en el marco de un proyecto eco político que entienda la cultura, la innovación y el progreso como compromiso consecuente con las futuras generaciones. Alto rendimiento con bajo coste. Responsabilidad moral con el día de mañana.
Pensar Donostia-San Sebastián como Capital Cultural regional de una nueva concepción de la geografía local, colaborando con otros núcleos urbanos que configuran un nuevo mapa transmunicipal y transfronterizo capaz de pensar el territorio como un ecosistema común.
Desarrollar un proyecto de Capitalidad Cultural que se convierta en el nodo capital de una red internacional de ciudades ecológicas y comprometidas con el desarrollo equilibrado y responsable.
Trabajar el proyecto de Capitalidad desde la complementariedad política institucional, departamental y desde la convergencia entre diferentes campos disciplinares: cultura, educación, bienestar, infancia-juventud- tercera edad, arquitectura y urbanismo, medio ambiente. Por tanto, entender la cultura como eje transversal, inserto en lo social y como parte de un nuevo ecosistema político.
Plantear un proyecto de Capitalidad que ponga el énfasis principal en incentivar procesos educativos, nuevas pedagogías ecológicas responsables, favoreciendo dinámicas vinculadas más al conocimiento, la formación o la experiencia y, menos, aunque también, al ocio y el entretenimiento, ya que ambas pueden ser compatibles.
Planear un programa de Capitalidad que piense en iniciativas procesuales, a medio y largo plazo, que tiendan a generar más proyectos estructurales y menos coyunturales, efímeros y pasajeros.
Proyectar un programa de Capitalidad que se desarrolle en las estructuras reales de la sociedad y que penetre en el tejido social; que active, más si cabe, el potencial de los equipamientos y redes sociales existentes: los mejore, los complete y los convierta en el eje del mapa sobre el que actúen los programas de la Capital Cultural
Pensar un proyecto de Capitalidad Cultural que tenga en cuenta los nuevos espacios relacionales generados en el marco del avance de las últimas tecnologías de la comunicación (Internet, televisiones locales, telefonía móvil e interactiva, medios telemáticos de comunicación, etc.), favoreciendo la participación activa y comprometida de la ciudadanía.
Proponer una Capitalidad que acentúe, sobre todo, la participación de las generaciones venideras como clase emergente, infancia y juventud, sujetos activos y responsables de un futuro por venir.
Concebir una Capitalidad que integre la creciente diversidad ciudadana, cultural, religiosa, de género, lingüística, entendiéndola como una oportunidad y no como una amenaza.
En conclusión, Donostia debe erigirse en líder y espejo de otra manera de entender la cultura y sus celebraciones, adoptando el trinomio: educación -ecología- cultura.
Sevilla, 22 de Noviembre 2012