Artículo publicado en el Diario Vasco. 2008
Este año se celebra el centenario del nacimiento de Simone de Beauvoir, prolífica ensayista y novelista, además de figura destacada de las luchas feministas. Con sus trabajos, la escritora francesa abrió un nuevo campo de indagación intelectual sobre la interpretación de la igualdad y la diferencia de los sexos. En su libro El segundo sexo afirma que la mujer no nace, sino que se hace y, por tanto, el género es una construcción cultural, no un factor de determinación biológica.
Las sociedades patriarcales en las que vivimos identifican a las mujeres más, sobre todo y lamentablemente, con la naturaleza y el cuerpo, y menos con la cultura y la razón, es decir, la inteligencia. Esta diferenciación intencionada es una construcción política que perpetúa las relaciones de dependencia de la mujer respecto al hombre; una dicotomía que está en la base de todas las discriminaciones.
Cientos de mujeres son asesinadas a diario por hombres en todo el mundo; los malos tratos físicos y psicológicos, las depresiones, los suicidios, así como las violaciones, están presentes permanentemente en nuestra vida cotidiana; el acoso sexual, en todas sus formas, incluidas las más sutiles, sigue muy presente en nuestras sociedades; y, por supuesto, la “feminización de la pobreza”, el subempleo, las diferencias salariales, la discriminación laboral son sistemáticos en el mercado laboral. La violencia de los hombres contra las mujeres, su condición subordinada en la vida cotidiana, su papel subsidiario en la política y en las decisiones que rigen el mundo son consecuencias de una ancestral injusticia que perpetúa el dominio masculino. Determinadas medidas paliativas afectan poco a lo esencial: los hombres tenemos el poder y, a pesar de los esfuerzos que se están realizando por redistribuirlo, lo ejercemos de manera dominante y, en muchos casos, nos negamos a cederlo.
No cabe la menor duda que para atacar de raíz las causas de esa dominación es necesaria una nueva pedagogía de la masculinidad. Mientras el estereotipo de hombre tradicional, fuerte, poderoso y competitivo no sea sustituido gradualmente por otro que incluya en sus valores la sensibilidad, la afectividad o la vulnerabilidad, la situación seguirá siendo, más o menos, la misma. Más allá de los esfuerzos coyunturales de estricto cumplimiento, todas las medidas estructurales encaminadas a alterar esa atávica relación de poder, sobre todo aquellas que afecten a los modelos educativos familiares o escolares y los que promocionen la sensibilización social, serán bienvenidas.