El fin del mundo no ha llegado, pero todo confirma que una época ha concluido. Para los europeos que hemos vivido protegidos por la sociedad del bienestar -me refiero claro está a los más privilegiados-, la promesa de felicidad eterna se ha convertido en una oscura premonición de incertidumbre, miedo y desasosiego. Algunos cálculos preveen que dentro de veinte años el cincuenta por ciento de la población española vivirá bajo los umbrales de la pobreza.
Todo esto porqué, nos preguntamos muchas veces. La respuesta es bien sencilla.Tras las guerras mundiales, Europa puso en marcha un modelo económico y social que permitió cierto equilibrio entre democracia, desarrollo, bienestar y mercado. Aquel acuerdo fue el resultado de un gran pacto político e ideológico entre el reformismo socialdemócrata, el socialismo cristiano, liberales y demócrata-cristianos de las élites políticas y los grandes sindicatos industriales. Es decir, un pacto para que determinados sectores de la economía quedaran a salvo de la especulación privada y, con los recursos recaudados mediante un adecuado sistema fiscal, el Estado pudiera garantizar el acceso democrático a la sanidad, educación, bienes sociales y culturales.
Pues bien, ahora los sectores más agresivos del capitalismo han decidido dar la enésima batalla para que su política de acumulación no pueda tener límites y, por tanto, se supriman todos aquellos ámbitos económicos que sean susceptibles de convertirse en nuevos nichos de negocio. Esta política de liberalización del sector público no ha empezado ahora. En los años setenta, Milton Friedman de la Escuela de Chicago, heredera de las ideas del economista austriaco Friedrich von Hayek y padre de la teoría del «estado mínimo», asesoró a los republicanos Richard Nixon y Ronald Reagan, en EEUU. Allí y en Latinoamérica se empiezan a aplicar las que ahora se reconocen como políticas neoliberales y que en Europa encuentran en Margaret Tatcher, en el padre de la tercera vía, el socialdemócrata Tony Blair y en el canciller Gerhard Schröder y su Nuevo Centro, sus principales impulsores. Hasta llegar a nuestros días, con el liderazgo indiscutible e incontestable de Angela Merckel y la aquiescencia de casi todos los líderes políticos europeos.
En España, este cambio de paradigma ha sacudido los cimientos de su débil estructura económica y está produciendo un desmoronamiento social sin precedentes. Desde 2007 a la actualidad, hemos pasado del 7,95% de paro a un 25,02%, con 6 millones de personas sin trabajo. Estos tres últimos años se van a recortar 3.000 millones de euros en educación y 7.000 en sanidad. Un total de 5.633 millones es la dotación para investigación en 2012, frente a 7.518 millones el año pasado. Es decir, dos mil menos. Se preve un ahorro añadido de 1.200 millones con una subida del 66 % en las tasas universitarias.
También se intentan ahorrar 1.200 millones de euros con la congelación de las pensiones y otros 600 con la disminución de los servicios de ayuda a las personas con dependencia. Este año a la política de cooperación se le recortarán 157,99 millones que se añaden a los 1.389 del año pasado. En Inmigración e Integración tienen previstos recortes del 55%. Más de 800 millones se aplicarán tambien al ámbito de la cultura. Todo esto sin contar la cascada de ajustes que, en consecuencia, se producen sucesivamente en los diferentes niveles de la administración pública.
Las palabras utilizadas por los responsables políticos y económicos para justificar los brutales ajustes son una suerte de diccionario de eufemismos que forman parte del éxito ideológico neoliberal y que ocultan la verdadera razón de toda esta estrategia: desmantelar los servicios públicos para hacer crecer al sector privado, privilegiar al capital financiero y, en consecuencia, a los sectores sociales con rentas más altas, a la vez que se empobrece a las clases medias y populares. Es decir, el ajuste no es tanto una política de ahorro y eficacia, sino la apertura de un agüjero negro en el sector público para que puedan penetrar las puntas de lanza de la economía del mercado.
Encima, para paralizar nuestra capacidad de crítica y movilización, con una desfachatez digna del mejor engañabobos, nos inculcan un sentimiento de culpa y nos acusan indiscriminadamente de vivir por encima de nuestas posibilidades.Todo por dejarnos atrapar por la necesidad de tener una casa, comprarnos un coche o hacer un viaje a algún lugar que nos haga olvidar las rutinas de nuestra vida cotidiana.
Además, aprovechan para atacar las bases del sistema, haciéndonos creer que vivimos en un Estado despilfarrador, cuando las cifras indican que el gasto social ha estado siempre bastante por debajo de la media europea. En el peor de los casos, si esto fuera cierto, hay otras muchas medidas reformistas que pueden aplicarse a la mejora de la gestión de los recursos, la productividad de los servidores públicos o la corresponsabilidad de los ciudadanos en el uso de los servicios.
A pesar de todo, no debemos perder la esperanza. Con la presión social, la solidaridad comunitaria, la templanza y serenidad personal necesarias, tal vez podamos impedir que acaben con nuestros derechos, ganados gracias a nuestro trabajo y a nuestro sentido ciudadano. Sabíamos que el fin del mundo no iba a llegar, pero ahora nos toca armarnos de valor, fuerza y ánimo para hacer frente a lo que estar por venir, que tal vez sea tambien, en cierto modo, el fin de una manera de vivir.