Estas últimas semanas se han editado dos destacadas publicaciones en torno a Internet y la cultura que se genera dentro de sus entrañas. Margarita Padilla, que acaba de publicar el «El kit de la lucha en Internet» en la editorial Traficantes de Sueños, nos recuerda en esta entrevista que ya pocas dudas caben de que Internet se ha convertido en un terreno de batalla crucial para el futuro del desarrollo de la crítica, la transformación y los propios movimientos sociales. Y en la contraportada de «Remix: Cultura de la remezcla y derechos de autor en el entorno digital», último libro de Lawrence Lessig, editado por Icaria y traducido de forma cooperativa, gracias a un equipo de estudiantes de la Universidad de Málaga coordinado por Florencio Cabello y María García Perulero, el autor nos recuerda que parece que fue ayer cuando saltó a primera vista el conflicto en torno a los derechos de autor en Internet; y sin embargo llevamos casi dos décadas inmersos en él.
En mi caso personal, las primeras preguntas sobre el significado de aquella formas de comunicación o aquellas nuevos mecanismos de producción me las hice en el taller «Intervenciones urbanas» celebrado en Arteleku y coordinado por Antoni Muntadas en Julio de 1994. Entonces empleamos por primera vez Internet de manera experimental, en el marco de la presentación de su, entonces, incipiente archivo digital sobre la censura cultural «File Room». Aquella extraña herramienta todavía era únicamente exclusiva de la Universidad y sus departamentos de investigación tecnológicos más avanzados.
Gracias a Josu Aranberri, actual director de I2vask, pudimos acceder a sus servicios y empezar a conocer su potencial. Casi nadie preveía entonces el desarrollo que posteriormente produciría ese mundo digital y las puertas que abriría su caudal creativo.
Tras aquella experiencia inicial, las preguntas sobre el sentido de la obra única, la reproducibilidad digital, las nuevas formas de almacenamiento y distribución de contenidos, no se hicieron esperar y fueron, entre otras, cuestiones que se abordaron en el taller «Tecnología y disidencia cultural», celebrado en el verano de 1996, dirigido por José Lebrero Stals, actual director del Museo Picasso de Malaga, que entonces formaba parte de equipo del MACBA. (Por cierto, muchas veces me pregunto si en su actual cargo tendrá las mismas interrogantes que entonces trataba de resolver o habrá renunciado a cualquier duda para dedicarse plenamente a perpetuar el mito genial del artista malageño. Por lo que deduzco de su programación, me temo que no hay nada que plantear sobre Picasso y su economía, más allá de lo que convenga a la afluencia de turistas).
Por aquel taller pasaron: Roberto Bergado, Bernadette Beunk, Kristin Bjorseth, Chris Csikszentmilhalyi, Ricardo Echevarría, Carol Green & Yolanda Segura, Sue Guilfoyle, Andrew Hieronymi, Isabelle Jelen, Kepa Landa, Pedro Ortuño, Roc Parés & Narcis Parés, Q1Q2 Radigales, Michael Samyn, Paul Sermon, Andrea Zapp, Zush y Arturo Rodríguez. Muchos de estos artistas siguen vínculados a procesos creativos en los que la tecnología digital juega un papel central en la producción de contenidos.
Cuatro años despues, en 2000, uno de ellos, Arturo Rodríguez y su compañero de fatigas de la Fundación Rodríguez, Natxo, por supuesto también Rodríguez, pusieron en marcha el primer capitulo de «Arte y electricidad», con la intención de redefinir las estructuras de producción, difusión y exhibición artísticas, intentando incidir en las condiciones necesarias para desarrollar prácticas ligadas a las que entonces denominábamos últimas tendencias, sobre todo en su relación con las nuevas tecnologías. Aquella tentativa, concluyó, por lo que a mi respecta, en el año 2006 con el proyecto TESTER para cuyo desarrollo se construyó un mapa de complicidades con seis nodos descentralizados que trabajaban en el proyecto: Marina Grzinic (Ljubljana, Eslovenia), José Carlos Mariategui (Lima, Perú), Hito Steyerl (Berlín, Alemania), Marcus Neustetter (Johannesburg, Sudáfrica) y Oliver Ressler (Viena, Austria).
Durante aquellos años, tuve la oportunidad de leer «La era de la información» que Manuel Castells dedicó a la investigacion sobre las enormes posibilidades que las tecnologías de la información y el conocimiento abrían al mundo. Aquellos tres tomos forman parte indiscutible de mi biblioteca personal, son parte fundamental de esos libros que afectan a la misma esencia del crecimiento intelectual y, que una y otra vez, se rememoran para rescatar las transformaciones que produjeron en nuestra inteligencia aplicada. Junto a aquella inmensa trilogía, en el sentido más amplio, Castells publicó también en el 2001 una obra más breve, pero no por ello menos interesante, «La Galaxia Internet. Reflexiones sobre Internet, empresa y sociedad». En aquel compendio de sabiduría estaban casi todas las respuestas que unos años antes nos hacíamos cuando conocimos Internet por primera vez. Poco después, además de seguir informándome en publicaciones y medios especializados, también tuve la oportunidad de leer «La ética del hacker y el espíritu de la era de la información» de Pekka Himanen, entonces colaborador habitual también de Castells, y «Republic.com» de Cass Sunstein; unos años después, ya en el año 2005, el primer libro de Lessig que cayó en mis manos, «Cultura libre cómo los grandes medios usan la tecnología y las leyes para encerrar la cultura y controlar la creatividad».
Pero, quiero volver a «Remix» y, en concreto, a uno de sus principales traductores, feliz culpable también de que tengamos publicado en castellano otro de los libros de Lessig, «Código 2.0», porque conocí al amigo Floren Cabello, precisamente cuando la recién inaugurada alianza entre Arteleku y arteypensamiento de la UNIA, propició las «Jornadas Copyleft» que se celebraron en Barcelona, Málaga y Donostia, entre 2004 y 2006, con la inestimable complicidad de algunos movimientos sociales y hacklabs que para entonces ya habían adquirido carta de naturaleza política. Por allí pasó, Jimmy Wales, entonces casi desconocido en nuestro entorno, impulsor de la recién creada Wikipedia, junto a cientos de militantes y activistas anónimos y otros más conocidos, como Wu Ming, Nacho Escolar, Carlos Sánchez Almeida, David Bravo, etc., que años después forman parte de la vanguardia de las luchas por la abolición del copyright restrictivo y la puesta en marcha de otras herramientas legislativas mejor adaptadas a la potencia digital.
Aquellos intensos años de trabajo en torno a la búsqueda de alernativas legales al copyright, concluyeron con la publicación de la primera guía «Copyleft: manual de uso»‘ editada por la entonces joven editorial Traficantes de Sueños. Aquella fue una publicación que, con prudencia, tan «sólo» pretendía recoger el «estado de la cuestión» en lo que se refería a copyleft y producción intelectual. En aquella pequeña obra, adelantada a su tiempo, se podía leer que la completa liberación de la materia que permite la digitalización, y que en cierta medida esconde la promesa de que todos podamos acceder a la moderna biblioteca de Alejandría desde el ordenador de nuestras casas, ha sido considerada sin embargo como la mayor amenaza por los sectores económicos más pujantes de nuestro tiempo: la industria del software, las distintas industrias culturales, las biotecnologías, etc. Sin duda, porque esta circulación aleatoria y libre, que pondría literalmente todo al alcance de todos, acabaría con sus monopolios fijados estrictamente por las leyes de propiedad intelectual y de propiedad industrial. Por eso, hoy somos testigos de las criminales campañas antipiratería y de las terribles condenas por violación de derechos de autor que prácticamente equiparan esta falta, al menos en algunos países, a los delitos contra la propiedad y la integridad física de las personas.
Una de las cuestiones a la que Lessig quiere responder en su «Remix» es porqué la legislación vigente del copyright está produciendo varias generaciones de jóvenes delicuentes, ya que la política de restricciones de las leyes actuales, lo único que ha hecho con certeza es criar a una generación de «piratas». Para Lessig, defensor del copyright en todos los casos donde se pueda demostrar el ánimo de lucro con la utilización de obras derivadas, la forma y el alcance de la actual legislación sobre la propiedad intelectual, hoy en día, son radicalmente obsoletos y, por tanto insiste, debe ser cambiada, pero no abolida, para desregular la creatividad amateur, eximiendo los usos no comerciales; clarificar derechos; simplificar la legislación; dejar de criminalizar la copia y el intercambio de archivos. ¿Por qué justo cuando la tecnología favorece más que nunca la creatividad la ley debe ser más restrictiva? La respuesta es bien sencilla: por ninguna buena razón, salvo por la inercia y las fuerzas que quieren que el mundo quede congelado. En definitiva, Lessig plantea reinventar fórmulas contra el extremismo del copyright porque la guerra emprendida por una causa anacrónica está causando un enorme daño a nuestra sociedad, pérdidas incalculables en innovación, asfixia de ciertas formas de creatividad, límites injustificados a nuestra libertad y, sobre todo, porque está culpabilizando erróneamente a una generación entera de jóvenes y otra de niños que viven plenamente inmersos en este mundo de creatividad «REMIX» donde las prácticas compartidas forman parte de los habitos cotidianos de su vida ordinaria.
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