AFRICA RECLAMA JUSTICIA, NO CARIDAD

Estos días hemos vuelto a ver las imágenes de cients inmigrantes intentando saltar las vallas de la frontera de Melilla. Hoy, de nuevo, unos 800 inmigrantes subsaharianos, divididos en dos grupos, han tratado de saltar la valla fronteriza con Marruecos esta madrugada para alcanzar Melilla.

En todas las imágenes que nos llegan a través de los medios de comunicación, la lucha por la vida digna de estos africanos se muestra con la crudeza de un ritual de muerte; una ceremonia de sacrificios humanos que Europa, con el silencio cómplice de muchos ciudadanos, celebra todos los días aplicando drásticas políticas de restricción de acceso.

melilla

Las imágenes suelen ser espeluznantes. Los cuerpos se muestran sin identidad, muchas veces sin sin rostro, tan sólo como una masa anónima que trata de invadir y alterar nuestro plácido mundo de confort. Una visión psicoanalítica las interpretaría como la aparición de lo monstruoso, la  representación de todo aquello que nos asusta. Tal vez vivientes-muertos, la otra cara del espejo de los zombies (muertos vivientes) como metáfora de lo que el crítico cinematográfico Robin Wood denominó el retorno de los reprimidos.

Fotogramas de la película 'Guerra Mundial Z' (Marc Forster, 2013)
Fotogramas de la película ‘Guerra Mundial Z’ (Marc Forster, 2013)

En este caso la realidad supera la ficción. Es fácil concluir que gran parte del desarrollo y el progreso europeo se deben al régimen de explotación y saqueo que se instauró en África durante la larga historia del colonialismo. Pero parece que no es tan sencillo resolver la deuda que hemos contraído con los desheredados de aquellas tierras. Las contradicciones inapelables que se hacen visibles en esta frontera sur del mediterráneo son el espejo donde se mira nuestra historia común y enfrentarse a ellas, con todas las consecuencias, es nuestra obligación moral y, por ende, política.

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Graça Machel, experta en apoyo a la infancia de países en guerra, siempre nos recuerda que los africanos no quieren caridad e insiste, una y otra vez: «que debemos pensar menos en función de conceptos como ayuda y actuar más desde la solidaridad política internacional. La idea de la ayuda humanitaria es como hablar de pobres y ricos. La solidaridad, siempre y cuando venga determinada por acuerdos mutuos, es algo que funciona en dos sentidos, no sólo en el sentido del conquistador. África está intentando afirmarse en la comunidad internacional con una mayor dignidad. Tras la etapa colonial, nos queda por resolver la cuestión económica; hay que establecer unas relaciones económicas de intercambio. Ha llegado la hora de la cooperación entre iguales; solo así los beneficios de la cooperación serán para todos, no solo para una de las partes”.

Por tanto, no cabe duda que hay que replantear, de nuevo, las relaciones entre estos dos grandes espacios geopolíticos que están obligados a vivir juntos, a compartir la memoria y a construir ámbitos sociales y económicos que permitan una circulación normalizada de las personas, de los bienes y de los recursos.

La dirigente africana entiende la democracia como un ámbito político regido por exigencias y obligaciones jurídicas y en última instancia morales, que trascienden la particularidad de los intereses; como un proceso dinámico que se genera en zonas de intersección.

Las fronteras, mientras existan, no debieran ser nunca líneas de separación sino lugares de traducción, de transacciones sociales y económicas. En definitiva, de flujos humanos capaces de vivir compartiendo las experiencias y transformando las realidades que habitamos.

La que se proclama a sí misma Europa de la convivencia y los derechos humanos debe aceptar su deuda con África. Los millones de ciudadanos europeos, de origen africano, que viven en nuestras ciudades y los miles que pretenden llegar a estas tierras tienen que dejar de ser una amenaza para pasar a convertirse en una oportunidad para nuestro futuro y el de África.

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Sami Naïr en  La Europa mestiza. Inmigración, ciudadanía y codesarrollo también nos previene contra la “culturalización” de la inmigración que reduce la integración a la protección de las diferencias culturales. Y advierte que, por el contrario, donde realmente se juega la integración no es tanto en el terreno cultural como en la práctica social (movilidad, derechos, participación e igualdad personal). Nos propone, por tanto, abordar la cuestión como un tema eminentemente político, en el sentido radical del término. Es decir, los  emigrantes africanos deben estar en el centro de las políticas públicas y no  en su periferia como una cuestión de asistencia. Europa debe dejar de considerar esta cuestión como un problema de seguridad, fronteras y policías, y pasar a gestionarlo como un asunto de derechos y ciudadanía.

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