Poco después de la últimas elecciones uno de mis sobrinos, en una conversación sobre la importancia del feminismo, me preguntó porqué había tantas mujeres jóvenes a su alrededor que simpatizaban con VOX. Entonces, tratando de pensar junto a él de forma pedagógica, escribí unas notas y con algunos cambios las publico ahora, aunque estemos sumidos en esta crisis sanitaria y estado de excepción que seguramente nos llevará hacia horizontes políticos, económicos, sociales y culturales imprevisibles.
A pesar de todo la vida sigue más allá del COVID19 y, volviendo la vista atrás, es bueno recordar que el pasado 8 de marzo las calles se llenaron de feministas de todo tipo. Se corearon las reivindicaciones históricas a favor de la igualdad en todos los estadios de la vida privada y pública, del derecho a decidir libremente sobre sus cuerpos, del reparto equitativo de las tareas domésticas y el cuidado de las personas dependientes y, sobre todo, atronaron las consignas contra la violencia machista. En términos generales, son reclamaciones que, con más o menos diferencias e intensidades programáticas, conforman las actuales agendas políticas de la mayoría de partidos políticos democráticos.
Sin embargo, este año ha habido algunas excepciones clamorosas en la derecha conservadora. Los casos más llamativos han sido los de Cayetana Álvarez de Toledo e Isabel Díaz Ayuso del PP, pero sobre todo la insolencia antifeminista de los líderes del partido ultraderechista VOX, reunidos el mismo día en el Palacio de Vistalegre de Madrid. Aunque parezca mentira, allí también había mujeres aclamando a su líder – y no pocas- mientras él, además de despreciar el feminismo, acusaba a ls emigrantes de ser causantes del aumento de las violaciones (alguien diría que ya nos tiene acostumbrados a matar varias pájaros de un tiro, con lo que a él le gusta la caza). Todos, unas y otros, enarbolando con descaro el principio de la libertad. Nada más hipócrita. Paul. B. Preciado, conocido filósofo trans, nos recuerda que el espíritu de las que se proclaman mujeres libres sin reconocer la importancia de la historia del feminismo, lamentablemente, es amnésico. En cierto modo, también alienado, es decir, afectado por largos y complejos procesos de subjetivación social y cultural que convierten nuestro pensamiento en todo lo contrario de lo que debería esperarse: un obrero que olvida su condición de trabajador explotado, un gay homófobo, cualquier persona de color defensora del supremacismo blanco, un judío que pueda llegar a justificar a los nazis o una mujer antifeminista.
Pensar desde la historia, con perspectiva global, no solo desde la Europa de los privilegiados, nos ayuda a tomar conciencia de que los derechos no surgen de la nada. Al contrario, son largos procesos de luchas sociales que han permitido llegar, poco a poco- falta mucho camino por recorrer- a la situación actual en España. Se avanza y se retrocede en derechos. El ejemplo más cercano y local podría ser el prolongado periodo de retroceso democrático que, tras la fase progresista republicana, supuso el franquismo y que VOX tanto ensalza. Una de sus peores manifestaciones fue el sexismo imperante durante décadas y el androcentrismo en la transmisión del conocimiento, que todavía llega hasta nuestros días. No hay más que recordar la vida de nuestras madres y abuelas para darnos cuenta de cómo vivían su condición de amas de casa; muchas nunca pudieron cumplir sus sueños de estudiar en la universidad; su vida se desarrollaba prácticamente en el ámbito familiar y pocas pudieron tener biografías públicas relevantes; para muchos asuntos sociales, como administrar sus bienes o tener una cuenta de ahorro, debían tener el permiso de los maridos; hasta 1981 – sí, hasta hace poco- tenían que tener el consentimiento del cónyuge para poder trabajar o simplemente sacarse el pasaporte. Más adelante, sobre todo a partir de los años setenta, otras mujeres tuvieron que luchar por la legalización del divorcio –hasta entonces muchas veces se tenían que casar por conveniencia o por tratos familiares- por el derecho médico para usar la píldora anticonceptiva o, en casos determinados, para abortar si fuera necesario. Es decir, lucharon por su propia autonomía contra el dominio masculino
Desde la infancia se nos asignan papeles y roles que, a través de largos procesos culturales y de costumbres sociales, es decir de políticas de género, (nuestros juegos, modos de vestir, de relacionarnos con nuestro cuerpo y sus determinantes físicos, las orientaciones psicológicas a la hora de elegir nuestro futuro etc..) van configurando las formas de pensar y de ser. Es decir nos atraviesan subjetivamente y, casi siempre de forma inconsciente, nos acaban conformando de manera determinada, sujetos a condiciones de vida preasignadas. Es el ambiente y la cultura con la que hemos crecido y por eso a veces es muy difícil plantearse las cosas de otra forma y seguimos asumiendo nuestros roles sin darnos cuenta de que se puede vivir de otras maneras.
Por mucho que la ultraderecha antifeminista se empeñe en negarlo, el patriarcado, o la relación de género basada en la desigualdad, es la estructura política más arcaica y permanente de la humanidad. Un sistema cimentado sobre la falacia de la superioridad “natural” del hombre -aquí habría mucho que decir sobre la influencia teológica de la(s) religiones y sus correspondientes dogmas eclesiásticos-, cuando no es más que un mecanismo de control sobre los cuerpos de las mujeres –podíamos decir también sus almas- y su fuerza de trabajo, mediante el cual la mujer es vencida, dominada y disciplinada; es decir, colocada en una posición subalterna de subordinación y obediencia.
Paul B. Preciado en su libro Un apartamento en Urano escribe que los actuales discursos de la extrema derecha contra el feminismo, al que denominan ideología de género, o contra el matrimonio homosexual, le recuerdan a los argumentos de su padre que en la intimidad del espacio doméstico invocaba la naturaleza y la ley moral y acababa justificando la exclusión, la violencia e incluso la muerte de los homosexuales, travestis y transexuales. “Empezaba a menudo –dice- con “un hombre tiene que ser hombre, y una mujer, mujer, así lo ha querido dios”, y continuaba con “lo natural es la unión de un hombre y una mujer, por eso los homosexuales son estériles” y al final venía la implacable conclusión: “Si tengo un hijo maricón lo mato”. Y ese hijo era yo. Lo que mi padre y mi madre protegían no eran mis derechos de niño, sino las normas sexuales y de género que ellos mismos habían aprendido con dolor a través de un sistema educativo y social que castigaba toda forma de disidencia con la amenaza, la intimidación e incluso la muerte”.
Todas esas mujeres que asistieron a la concentración de VOX en Vistalegre deberían pensar mucho más en la genealogía histórica de esos derechos y libertades que con tanta vehemencia proclaman y no olvidar que fueron conquistados gracias a las luchas del movimiento feminista y de miles de mujeres y transexuales que también combatieron por conseguirlos. Aunque los dirigentes de Vox pretenden negar la importancia del feminismo, según ellos la ideología de género que trata de enfrentar a las mujeres contra los hombres, éste seguirá siendo la vanguardia política de las luchas por la igualdad y el derecho de tods a vivir libremente nuestra condición sexual, sea cual fuere.