Hace unos días volví a escuchar a Yayo Herrero diciendo que poner la vida en el centro no es un eslogan vacío de contenido, como algunas veces parece, sino la obligación de crear las condiciones económicas, sociales y culturales para que todas las personas –insistió en su universalidad- puedan acceder a los recursos esenciales para tener una vida digna: agua, alimentación, vivienda, energía y cuidados. Cuidar una ciudad sería, por tanto, intentar atender y defender todo el entramado humano y asociativo que pueda hacer posible la vida en común. Sin embargo, en sentido totalmente contrario, el Ayuntamiento de Madrid parece estar empeñado en cancelar gran parte de los acuerdos firmados con las asociaciones que ocupan espacios municipales cedidos para el desarrollo de sus actividades. Ahora, le toca a “La Casa de Cultura y Participación Ciudadana de Chamberí” donde más de veinticuatro iniciativas despliegan su labor, amplia y diversa. Hace unos días escribí cuatro notas de apoyo para “EVA, el Espacio Vecinal de Arganzuela” a las que, siguiéndoles el rastro, ahora añado estas otras en apoyo de este otro espacio vecinal. Al parecer también le ha llegado la fobia contra los movimientos sociales que se ha instalado en el equipo del actual gobierno municipal, donde la sombra de la extrema derecha más reaccionaria se alarga cada vez más.

Sin embargo, por mucho que se empeñen en cancelar estos espacios, afortunadamente, los movimientos sociales, estén donde estén y se organicen cómo se organicen, siempre serán un permanente intento de reinvención política; a pesar de las presiones y zancadilla, tienen la fuerza para ir siempre por delante de las inercias institucionales. No se reducen a denunciar o pedir cosas, sino que son también instancias creadoras de nueva realidad, dice Alain Badiou en El despertar de la historia. (Clave Intelectual, 2012) En cierto sentido, son también formas de poder que en su devenir, en sus modos de hacer, van configurando otras posibilidades prácticas de entender las relaciones sociales, los procesos de formación, aprendizaje y cuidados mutuos, en definitiva el trabajo y la economía. Todas estas iniciativas y proyectos tienen en común ser un motor de cambio social en el corazón de la ciudad y sus barrios. Su objetivo es conseguir mayores cotas de agencia y auto-gobierno en la definición y defensa de los derechos de quienes la habitan, de modo que la ciudad sea un bien común de todas y para todas. Estas iniciativas nos dan pistas sobre algunos de los retos que plantea la defensa del derecho a la ciudad, sobre qué significa el derecho a la ciudad y qué condiciones deberían darse para lograr este derecho.
Amador Fernández Savater, señala que “puede parecer paradójico, pero el poder sin potencia social no puede nada. La potencia transforma la sociedad desde el interior. El poder se limita (en el mejor de los casos) a “cristalizar” un efecto de la potencia inscribiéndolo en el derecho: haciéndolo ley. Primero vienen los movimientos de diferencia afectivo-sexual que transforman la percepción y la sensibilidad social, sólo después se legaliza el matrimonio homosexual. Primero viene el movimiento negro que transforma la relación entre negros y blancos, sólo después se promulga la ley de igualdad racial. Primero vienen las luchas del movimiento obrero que, poniendo en relación el trabajo con la explotación, politizan las relaciones laborales, sólo después las conquistas se inscriben como derechos sociales”, y así también, primero habló el movimiento ecologista y, muchos años después las instituciones aprueban leyes y acuerdos de sostenibilidad; lo mismo ocurrió con el Movimiento de Objeción de Conciencia, cuyos militantes, con sus luchas y sacrificios, se adelantaron a la abolición del servicio militar obligatorio. La lista es interminable.
En su reciente Habitar y gobernar. Inspiraciones para una nueva concepción política (NEDediciones 2020) nos invita a pensar el cambio o la transformación social como una potencia que crece, compuesta de otras muchas a veces imperceptibles pero que tenemos que aprende a sentir para impregnarnos de ellas, intensificarlas y expandirlas. A falta de revoluciones imposibles, construidas con imaginarios de insurrecciones y gestas épicas, nos propone otras imágenes capaces de dar valor y visibilidad a las transformaciones invisibles y silenciosas, intersticiales e informales, imprevisibles e involuntarias y afectivas, bastardas e impuras. Imágenes micropolíticas en las que encontremos compañía, valor y potencia. La revolución se gana antes de hacerla, en el proceso de elaboración y expansión de una definición de la realidad. Como Rita Segato dice al final del libro, va a depender de que seamos capaces de elegir, por felicidad y satisfacción, no por obligación, el proyecto histórico de los vínculos y no el de la acumulación de las cosas que no propone el capital.
En este mismo sentido, la psicoanalista y crítica cultural Suely Rolnik, cuando poco antes de que el Ayuntamiento ordenara su desalojo pasó por La Ingobernable en un gesto de apoyo, nos habló de la potencia de la micropolítica: “desde donde se coopera distinto, desde el saber del cuerpo y de las subjetividades en resistencia, desde donde brota lo que está empezando a germinar. Si nos juntamos un colectivo, no sabemos hacia dónde vamos –decía- pero que hay algo muy genial que compartimos, el hecho de ir juntas actualiza este movimiento de resistencia Lo que sale de ahí no es una experiencia del yo aislado, tampoco es mío porque es mi manera de dar cuerpo a algo que ya son todos los cuerpos. No es que sea intersubjetivo, es transindividual: algo que atraviesa a todas”.
Tal vez, ahora, cuando la pandemia nos está mostrando sus efectos más devastadores, cuando nos ha obligado a encerrarnos en nosotros mismos para “defendernos” amurallándonos –repito- ahora más que nunca, sean necesarias todas esas micro potencias sociales que, más allá del autoritarismo del poder, nos abren a ls demás y nos señalan algunos caminos para que, como señala Rebecca Solnit en su Un paraíso construido en el infierno (Capitan Swing, 2020), con el apoyo de las extraordinarias comunidades que surgen de los desastres, las personas podamos hacernos cargos unas de otras.
Muy de acuerdo con tu post Santiago. Hagamos que pase empezando por uno mismo y sirviendo de ejemplo a los temas, es el único camino creo yo. Un Abrazo!!