¿OTRO AÑO DE DESPILFARRO O DE CONTENCIÓN?

Por razones personales, que no viene a cuento explicar aquí, he pasado dos días hospedado en un hotel. Uno de esos que suele tener buffet libre para desayunar y que cada cliente puede disponer hasta la saciedad, si quisiera. No hay duda que las imágenes que se producen en esos lugares son un magnífico espejo donde, seguramente, se muestra de manera esclarecedora la voracidad compulsiva de las sociedades opulentas. Reconozco que no soy la persona más indicada para dar lecciones morales sobre buena alimentación porque también tengo el apetito desbordado pero, aunque mi ansiedad muchas veces me hace perder el sentido de la moderación, procuro limitarme a satisfacer mi deseeo con cierto control y responsabilidad. Suele ser difícil que deje algo en el plato.

Uno de esos dos días coincidí en la mesa contigua con una familia de cinco miembros, dos adultos y sus tres hijos. Durante la media hora aproximada que coincidimos en el desayuno, mi estupor no paró de crecer ante lo que estaba viendo. Aquello era un despilfarro inenarrable, un trajín de alimentos de todo tipo llegando a la mesa, de los cuales un porcentaje bastante grande no llegaba a ser consumido. Me pareció una forma de conducta intolerable, pero la ¨buena educación” me contuvo y me limité a soportar mi estupefacción. Sin embargo no pude evitar hacer la foto que os adjunto y que ahora me sirve para ilustrar este comentario.

Como me comentó un buen amigo artista cuando le conté la anécdota, la imagen podría ser un triste bodegón contemporáneo, una parábola sobre el mundo actual. En cierto sentido, también la representación de la miseria moral  de los opulentos y de nuestro egoísmo irresponsable. Así parece que va el mundo, unos lo queremos todo y otros no pueden tener nada, algunos no pueden contener su deseo compulsivo, mientras muchos ni siquiera pueden soñar con una comida digna diaria. Los primeros acumulan de forma ilimitada y los segundos únicamente tienen derecho a recoger los excedentes de la mesa. Seguramente esos padres, incapaces de poner límites a sus hijos, también les enseñarán que, como en aquel buffet libre, podrían hacer lo mismo con el resto de las cosas del mundo.  Me imagino a esos niños, durante estas fiestas navideñas, ahogados en montañas de regalos.

Esa fantasía de desmesura, poder y control, tan recomendada en ciertos manuales de instrucción neoliberal y ampliamente divulgada en determinados círculos sociales, es la peor de las trampas para una especie cuya supervivencia está gravemente amenazada por la degradación a la que estamos sometiendo a la tierra en la que vivimos. Ese tipo de ideología que nos vende la idea de que podemos perseguir cualquier deseo sin límite, ni autocontrol, se fomenta y estimula con la insaciabilidad, y se convierte en la máquina de destrucción más peligrosa, la cara oculta del auténtico problema que debemos afrontar, pero que tanto nos está costando abordar.  Así nos va, al fin y al cabo, la situación actual de deterioro en la que se encuentra el planeta nos es más que la consecuencia de nuestros abusos – por supuesto, los de unos más que los de otras- de un conflicto entre nosotros mismo y los modelos de vida depredadores que somos incapaces de modificar.  ¿Cómo nos vamos a apañar para no exterminar y devorar todo lo que tenemos alrededor si no logramos activar entre tods una racionalidad  (razón y ración) social de autolimitación y autocontención que, como nos recuerda el poeta y ecologista Jorge Riechmann, dependería de seres adultos y ampliamente conscientes de los límites?. Esos padres que creen educar a sus hijos en “libertad” para  actuar como omnipotentes depredadores de buffet, seguramente están criando personas inmorales incapaces de autolimitarse. En el futuro se convertirán en auténticos seres ineptos para pensar en el malestar de cualquier otro ser humano, en personas de escasa empatía y con mínima conciencia social. Como si la libertad fuera sinónimo de consumo y no de justicia y fraternidad. Tal vez, ahora mismo, el gran reto pendiente de las sociedades opulentas sería tener plena consciencia de que, aplicando con cordura social el principio de precaución, lo suficiente nos debería bastar.

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