En octubre de 2021 se cumplieron diez años desde que la organización ETA (Euskadi eta Askatasuna) anunciara el cese definitivo de la actividad armada. Las formas de creación, en casi todas sus expresiones –la literatura, el teatro y la danza, el cine, las artes plásticas, visuales o performativas–, han tratado de representar o de múltiples maneras aquel tiempo histórico en el que ETA desplegó su odio contra representantes y, según su criterio, cómplices del Estado español. Cinco años después de aquella fecha tan esperada y tantas veces retrasada en el tiempo, Edurne Portela escribió el ensayo El eco de los disparos. Cultura y memoria de la violencia (1), un ejercicio notable de investigación a través de la reflexión de su propia experiencia y el análisis de diferentes ejemplos de la literatura y el cine. En el mismo espejo biográfico que la escritora presenta en el libro se podría reflejar la manera en la que vivimos y actuamos muchos ciudadanos vascos.



También en 2016, en el marco de las exposiciones y actividades del programa Tratado de Paz (2), promovido por la Fundación Donostia-San Sebastián Capital Europea de la Cultura, bajo el lema “Cultura para la convivencia”, se presentó en la exposición 1989.Tras las conversaciones de Argel. Delirio y tregua (3). La muestra se pudo ver en el Museo Artium de Vitoria/Gasteiz y en la Fundació Antoni Tàpies de Barcelona, cuyo director entonces, Carles Guerra, llevó a cabo la selección de obras. Tratado de Paz fue un conjunto de exposiciones, producciones artísticas, conferencias y publicaciones ideado por el artista Pedro G. Romero; un ingente esfuerzo cultural que indagó en torno a las formas en las que las figuras simbólicas de la paz y la historia del derecho habían sido abordadas en la historia del arte, lo cual llevaba implícito necesariamente la representación de ciertas formas de violencia y guerra.
Recientemente, en junio de 2021, promovido por el Ministerio del Interior del Gobierno de España, se inauguró el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo en Vitoria/Gasteiz. Su proyecto museográfico se ha estructurado alrededor de cuatro valores democráticos: Verdad, Memoria, Dignidad y Justicia. El Centro, de la mano de algunos imaginarios artísticos y dispositivos de representación, da una voz prioritaria a las víctimas causadas por la violencia de ETA, destacando el papel fundamental de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) y la Coordinadora Pacifista Gesto por la Paz. Concede un lugar a las víctima que causaron los GRAPO (Grupos Revolucionarios Antifascista Primero de Octubre) de orientación marxista-leninista. No olvida la violencia parapolicial de los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación), organizados desde dentro del propio Estado entre 1983 y 1987, y termina con un apéndice específico dedicado a las víctimas del 11M, causadas por el terrorismo yihadista. En el conjunto de imágenes seleccionadas se echan en falta otras formas de violencia política, policial y jurídica causadas por instituciones del Estado o sobre el papel jugado por otras organizaciones pacifistas como Elkarri.
En esta misma dirección, a iniciativa del Gobierno Vasco, en este caso en Bilbao se sitúa Gogora. Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos. Su objetivo es preservar el recuerdo de las experiencias traumáticas marcadas por la violencia durante los últimos cien años, incluidas las causadas por ETA, pero ampliando el espectro histórico y dando voz a todas las víctimas que, de una forma u otra, fueron privadas de sus derechos democráticos. En los próximos meses el Instituto tiene previsto reformar su sede para habilitar un espacio a modo de museo, donde las imágenes también tomarán determinada posición.
Por su parte, la Diputación Foral de Gipuzkoa, el 4 de noviembre de 2021 inauguró en el Koldo Mitxelena Kulturunea de Donostia-San Sebastián la exposición Bide luze eta malcarra/El largo y sinuoso camino que presenta materiales creados por artistas, intelectuales y movimientos ciudadanos para la deslegitimación de la violencia en la calle, en las aulas, en la política y en tantas actitudes sociales y personales. En la muestra se incluye una larga lista de obras literarias y cinematográficas que pueden contribuir a que cualquier espectador ensanche el campo de las interpretaciones y tome sus propias conclusiones. En cierto modo, este proyecto expositivo es la continuidad de otros de la misma institución como Luces de la memoria. Arte y conversaciones sobre la barbarie de ETA (2018), La guerra civil en Gipuzkoa. Resistencia y Dignidad (2019) o Seeing Auschwitz (2021) que han pretendido mostrar un amplio abanico de ejemplos para contribuir a las reflexiones sobre la violencia. Son muestras en las que, en demasiadas ocasiones, el dispositivo prima la espectacularización de la representación frente a la potencia de los contenidos.
Como todas las compilaciones –incluso las más complejas– estas que menciono a modo de ejemplo son parciales, limitadas y, según quien las juzgue, intencionadamente sesgadas, pero sin duda tienen el valor añadido de permitirnos ampliar los análisis sobre aquellos acontecimientos, no tanto porque alguna nos revele la verdad definitiva de los hechos, sino porque nos permiten seguir haciéndonos preguntas para no olvidar y volver a incurrir en los mismos errores.
A Goethe se le suele atribuir la frase: “El arte es el medio más seguro de aislarse del mundo así como de penetrar en él”. Las formas artísticas siempre han tratado de representar el mundo, a la vez que pensarlo y atravesarlo para ponerlo en crisis o, simplemente, permitirnos evocaciones poéticas mediante el impulso inesperado de lo simbólico, de narraciones inéditas, que dan luz a las voces ignoradas que tratan de sumar a la ortodoxia histórica sus propias heterodoxias. Significados y significantes que se revelan –que se “levantan” diría Georges Didi-Huberman–(4) contra determinado absolutismo historicista incapaz de articularse con las contradicciones del presente. Este filósofo, historiador del arte y ensayista, experto en el análisis de las imágenes, insiste en que aunque estas siempre “tocan lo real” nunca consiguen unívocamente, por sí solas, la verdad de esa realidad. Pese a todo –añade– las imágenes siempre son necesarias (podríamos referirnos también a textos y voces).
Parafraseando a la escritora Chimamanda Ngozi Adichie en El peligro de la historia única (5) me atrevería a decir que el empeño por tratar de escribir una memoria “veraz” de los acontecimientos ocurridos durante el largo periodo de la existencia de ETA se me antoja una labor imposible; más si esa rememoración se debiera entender como condición para encontrar una sola verdad y, así pasar página. A nuestro pesar, la esencia de la memoria es su naturaleza “agujereada”, incluso “censurada”, consciente o inconscientemente, porque el tiempo histórico es un proceso de larga destilación que, además, se entrecruza con ocultaciones intencionadas y solapamientos con otras realidades.


El polifacético cineasta Harun Farocki en Desconfiar de las imágenes (6), donde se puede recorrer gran parte de sus textos y filmografía sobre el poder y la violencia, se pregunta sobre el estatuto de la imagen, sobre las instituciones y artefactos técnicos que, con apariencia neutral, las producen, los canales por los que circulan y los efectos que causan en nuestros sentidos. De hecho, por mucho que se empeñen en ser neutrales, los museos siempre enuncian desde algún contexto y voz autorizada –también son formas de poder- y, por tanto, presentan y exponen los materiales de formas predeterminadas. En el prólogo del libro, el mencionado Didi-Huberman constata que no existe una sola imagen –podríamos añadir monumento, museo o relato– que no implique un determinado pensamiento; señala que todas son resultado de algún tipo de manipulación y que los mecanismos a través de los cuales nos llegan condicionan nuestra percepción. Todas las imágenes toman posición (7) –subraya– y cualquier documento encierra al menos dos verdades, la primera de las cuales siempre resulta insuficiente. La memoria siempre es creada y recreada, por tanto, también construida y, en cierto modo, ideológica y selectiva. Según el historiador y teórico de la historia Reinhart Koselleck (8) se podría afirmar que las relaciones entre historia y verdad tan solo se pueden abordar si se acepta la compleja correspondencia entre presente, pasado y futuro, y si en ese espacio temporal vemos aparecer nuevas potencias reveladoras.
Más que pasar página para olvidar, se trata de activar la máxima complejidad en las representaciones, hacer aparecer formas artísticas que actúen como instancias de contraste contra lo que se nos impone como concluyente, para que, sin menoscabo de la libertad de pensamiento y sin que nadie nos inculque cualquier revelación sobrevenida que ciegue nuestra autonomía, podamos analizar crítica y políticamente los acontecimientos.
Por otro lado, a pesar de la dificultad por desentrañar toda la verdad, tampoco debemos restar un ápice de autenticidad a las pavorosas imágenes que produjo el terror: muerte, desolación, dolor y sufrimiento. Pero aún así, incluso con todo lo que se ha dicho y escrito o hemos visto, siempre nos faltarán páginas e imágenes que habrá que seguir descubriendo.Todavía viven muchas víctimas que, desde diferentes posiciones, reclaman la verdad o, por lo menos, cierto reconocimiento de los hechos y la apertura de un proceso reparador.
Tal vez, en lugar de proponer un relato cerrado y concluido, paralizante, sea más beneficioso animar a la crítica, en el sentido primigenio de la palabra, como posibilidad de una arqueología dialéctica que ponga en crisis las certezas. Mostrar una realidad entendida no como posesión de una verdad excluyente, sino como horizonte emancipador, en nuestro caso, bienhechor o reparador y que permita recuperar la convivencia. Una crítica que nos ofrezca herramientas éticas para deshacernos de la pesada carga de las obsesiones vengativas. Como dice Juan Gutiérrez, fundador de Gernika gogoratuz, centro de investigación por la paz de Gernika y actual director del proyecto Hebras de paz de vida, si solo nos enfrentamos a la imagen del enemigo vacía de toda posibilidad de humanidad nunca podremos superar esa fatídica dialéctica amigo/enemigo y viviremos atrapados en un conflicto permanente con los otros como sospechosos
La historia nos ha mostrado muchas veces que ese par amigo-enemigo –sobre el que Carl Schmitt (10) teorizó en el periodo entre las grandes guerras europeas y a su vez se utilizó para justificar el nazismo–, puede hacer que cualquiera, en un momento dado, sea capaz de usar la violencia o tomar las armas para defender razones, ideas, religiones, naciones, razas, privilegios de clase o incluso un equipo de fútbol. Así, señalar un enemigo nos define en lo que somos y en lo que podríamos llegar a ser, incluso lo que seríamos capaces de hacer para desembarazarnos de él si desplegáramos un odio fanático sin limitaciones. Sigmund Freud (11), en plena Primera Guerra Mundial, nos señaló que la violencia no es exterior a la vida sino esencial a ella. El amor y el odio son intrínsecas a la realidad psíquica y determinan las relaciones con nuestros semejantes. La civilización podría ser entendida, según el autor de El malestar en la cultura (12), como un sistema de protección de la vida o, por el contrario, como la capacidad para aniquilarla. Lacan le replicaría unos años más adelante con la afirmación: “Ya somos de sobra una civilización del odio” que también recuerda la más que citada sentencia de Walter Benjamin (13): “No hay documento de cultura que no lo sea, al tiempo, de barbarie”.
Esta es una de las grandes paradojas con las que el ser humano se ha enfrentado a lo largo de los tiempos. La “pulsión de vida”, de auto-conservación y cuidado mutuo y, a su lado, la “pulsión de muerte”, concepto propuesto por primera vez en 1912 por la psicoanalista rusa Sabina Spielrein (14), de autodestrucción y confrontaciones bélicas. La relación con la violencia y de esta con nuestro sujeto político y social determina nuestra existencia y las del resto de las personas con las que vivimos, cerca o lejos, en la tierra que aleatoriamente nos ve nacer o en la que moriremos, en la que amamos o en la que aún desconocemos pero tal vez algún día nos acoja. Por esa condición ambivalente, la violencia alberga siempre arbitrariedad, pero además valentía para poder regular de manera constructiva nuestras reacciones.
No hay duda de que la determinación personal, incluso en las circunstancias más adversas –en situaciones de presión familiar o coacción social, como solía ocurrir en el País Vasco–nos lleva a elegir nuestra posición en relación al empleo de la violencia. Tenemos que vivir actuando de acuerdo a nuestros postulados éticos. Siempre es necesaria la acción porque no somos seres pasivos y, aunque nos cueste, como decía Albert Camus, la vida es la suma de todas nuestras decisiones. Tenemos una responsabilidad personal y social para asumir con plenitud nuestro compromiso con el rechazo del uso de la fuerza o, en su caso, aceptar las consecuencias de su empleo.
Ambos contratos, el particular y el social, según mi punto de vista, deberían estar estrechamente ligados al deseo de una vida digna –también al de la propia muerte cuando implica una expiación definitiva–, pero sobre todo a una justa vida juntos. Judith Butler (15) nos recuerda que una ética de la no violencia nos implica en la vida de los otros. De hecho –dice– cuando el mundo se presenta como un campo de fuerza de violencia entre contrarios, la tarea de la no violencia consiste en hallar maneras de vivir y actuar de tal forma que esa violencia se controle, se reduzca o cambie de dirección, precisamente más en los momentos en que el fanatismo satura el mundo.
La tarea de una crítica de la violencia, secundando a Walter Benjamin (16), se circunscribe a la descripción de la relación de esta respecto al derecho y a la justicia, al individuo y al Estado democrático. En lo que concierne a la violencia, en su sentido más conciso, solo se llega a una razón efectiva siempre y cuando se inscriba dentro de un contexto ético. Benjamin incluso se pregunta: “¿Es acaso posible la resolución no violenta de conflictos? Sin duda lo es. Las relaciones entre personas privadas ofrecen abundantes ejemplos de ello. Dondequiera que la cultura del corazón haya hecho accesibles medios limpios de acuerdo, se registra conformidad inviolenta. Y es que a los medios legítimos e ilegítimos de todo tipo, incluidos los del Estado, que siempre expresan violencia puede oponerse los no violentos, los medios limpios. Sus precondiciones subjetivas son cortesía sincera, afinidad, amor a la paz, confianza y todo aquello que en este contexto se deje nombrar”.
En este sentido, es muy loable la iniciativa Bizikidetza, una serie de foros locales de encuentro ciudadano que la Diputación Foral de Gipuzkoa, junto con algunos ayuntamientos como los de Azpeitia, Andoain, Donostia-San Sebastián, Elgoibar, Hernani, Irún, Rentería, Tolosa o Urnieta, comenzó a organizar, de forma discreta y de la mano de mediadores independientes, para, a partir de la mutua aceptación del cumplimiento pleno de los derechos humanos, hacer posible el intercambio de experiencias, relatos personales y análisis políticos entre personas que fueron testigos, actores enfrentados, víctimas, incluso victimarios de los hechos ocurridos. Aizpea Goenaga, miembro del foro de Donostia, realizó en 2020 la película Bidea eraikitzen. Donostiako Herritar Foro, en la que analiza la metodología participativa que se empleó en esta experiencia concreta, pero que muy bien podría servir para el resto. Durante varios años, en esos foros se han facilitado medios para propiciar contextos donde las diversas maneras de narrar y recordar sean posible, sin negar lo acontecido, fomentando la autocrítica y, sobre todo, reconociendo los graves errores cometidos. Las declaraciones de Arnaldo Otegi y Arkaitz Rodríguez el pasado 10 de octubre de 2021, coordinador EH Bildu y responsable de Sortu respectivamente, en la que literalmente trataron de trasladar a las víctimas de ETA su pesar y dolor por el sufrimiento padecido, tal vez haya sido una de las consecuencias políticas más visibles de todo el trabajo previo realizado por muchas personas en los foros locales. “Sentimos su dolor, y desde ese sentimiento sincero afirmamos nunca debió haberse producido, a nadie puede satisfacer que todo aquello sucediera, ni que se hubiera prolongado tanto en el tiempo», remarcaron.
En ese mismo marco se sitúa Maixabel, la película que Icíar Bollaín ha realizado sobre los “encuentros restaurativos” que Maixabel Lasa, viuda de Juan Mari Jauregi, asesinado por ETA en Tolosa en 2000, tuvo con Ibon Etxezarreta y Luis Cuadrado, dos de los tres asesinos de su marido. Con la misma actitud, Pili Zabala, hermana de José Ignacio Zabala, presunto miembro de ETA asesinado por los GAL junto José Antonio Lasa, presentó hace unos meses un manifiesto y una página web donde se reclama que se esclarezcan los hechos, que el gobierno de España reconozca su responsabilidad y el dolor ocasionado, y realice gestos decididos de calidad humana para implementar medidas de reparación.
La citada Butler (17), apoyándose en el concepto de “obligación moral” de Emmanuel Lévinas afirma: “Tenemos la obligación de proteger las vidas de otras personas, pero, ¿de qué personas? ¿Las más cercanas? ¿Las que puedo reconocer? ¿Las que tienen la misma nacionalidad o la misma religión? ¿Por qué circunscribir las vidas que estoy obligado a proteger basándome en la nacionalidad o en la religión? Creo –concluye- que tenemos que plantearnos esta pregunta, dado que nos ayuda a explicar por qué nos indignamos cuando resultan heridas o asesinadas las personas con las que nos identificamos más fácilmente, mientras que apenas sentimos dolor por aquellos con quienes no nos identificamos”.
Uno de los argumentos más empleados por ETA fue que el uso de la violencia era tácticamente necesario para terminar con los poderes fácticos del Estado español, opresor del pueblo vasco. Sin embargo, para que este argumento sea consistente, necesitaríamos saber –ellos tal vez se lo debieron preguntar– qué hacemos para diferenciar la violencia del régimen de la que pretende derrocarlo. ¿Cómo hacemos para defendernos sin recurrir a lo peor y convertirnos en nuestros enemigos? De igual modo, deberíamos cuestionarnos porqué a veces el Estado incumple el pleno respeto a los derechos humanos cuando ejerce su autoridad y, desde la desobidencia crítica, impuganar sus excesos. El empleo de la violencia redobla la violencia y lo hace en direcciones que no siempre se pueden controlar de antemano.
Esa fue la lógica trágica del militante de ETA, expuesto a una especie de vaciado de sí mismo y a una ocupación ideológica total y totalitaria de su ser. André Glucksmann en Los maestros pensadores, citado por Amador Fernández-Savater en Habitar y gobernar. Inspiraciones para una nueva concepción política (18), afirma que ese tipo de revolucionario se ve obligado a desterrar de sí mismo todo atisbo de humanismo en sus acciones, a despreciar cualquier sensiblería ya que, si se deja tocar por ella, se le podría nublar la vista a la hora de cometer su acción contra un enemigo absoluto y abstracto, cuyo nombre y datos personales tan solo son datos fríos a tener en cuenta de cara a llevar a cabo su ejecución. Para el asesino no puede haber ninguna duda, incluso sabiendo que en el proceso también él puede morir. De esa manera, la muerte del mártir se convierte en la prueba suprema de su heroicidad. Es la fe ciega en la causa, en la patria o en la bandera, aunque sea a través de la violencia y el terror más absoluto. El asesinato de víctimas inocentes es la forma más extrema de dominación.
Las vidas perdidas por ese totalitarismo deshumanizado tenían derecho a la vida y todas las víctimas supervivientes, sean cuales fueren, a aspirar a una vida que no sea un continuo sufrimiento. Como en la hoja que muere está el sol que la calentó, la nube que sació su sed o la tierra que la nutrió –dice Claudio Magris– (19) en el corazón de las víctimas vive la memoria plena y la esperanza de que nunca nada parecido se vuelva a repetir, berriro gertatu ez dadin.
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BIBLIOGRAFÍA
1.- Edurne Portela: El eco de los disparos. Cultura y memoria de la violencia. Ed. Galaxia Gutenmerg, 2016.
2.- Tratado de Paz. Fundación Donostia/San Sebastián, Capital Europea de la Cultura 2016 https://www.donostiakultura.eus/images/500_noticias/530_gabinete_de_prensa/2016/San_Telmo_Museoa/1516-2016.%20Bake-itunak/TDP_DOSSIER_expocentral_ES.pdf
3.- 1989, tras las conversaciones de Argel. Delirio y Tregua. Artium Museoa. Centro Museo Vasco de Arte Contemporáneo de Vitoria-Gasteiz; Fundació Antoni Tàpies de Barcelona, 2016; Tratado de Paz, Fundación Donostia-San Sebastián, Capital Europea de la Cultura 2016. Comisariado: Carles Guerra https://vimeo.com/182378717
4.- Soulèvemants,Jeu de Paume, París, 2016; Sublevaciones, Museu Nacional d´art de Catalunya, 2017;MUAC, Museo Universitario Arte Contemporáneo. Ciudad de México, 2018. Comisariado: Georges Didi-Humerman
5.- Chimamanda Ngozi Adichie, El peligro de la historia única, Penguin. Random House Grupo Editorial, 2019
6.- Harun Farocki, Desconfiar de las imágenes, Caja Negra Editora, 2013
7.- Georges Didi- Huberman, Cuando las imágenes toman posición, Machado Libros, 2013
8.- Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una transición de los tiempos históricos Ediciones Paidós Ibérica, 1993
10.- Carl Schmitt, El concepto de lo político, Alianza Editorial, 2014
11.- Sigmund Freud, De guerra y de muerte. Temas de actualidad,Editorial Amorrortu, 2017
12.- Sigmund Freud, El malestar en la cultura, Editorial Akal, 2017
13.- Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia y otros ensayos sobre historia y política,Alianza Editorial, 2021
14.- Sabina Spielrein, La destrucción como causa del devenir, Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial, UNAM 2021
15.- Judith Butler, La fuerza de la no violencia. La ética en lo político, Paidós, 2021
16.- Walter Benjamin, Para una crítica de la violencia y otros ensayos, Taurus, 1991
17.- Judith Butler Violencia de Estado, guerra, resistencia. Por una nueva política de izquierda,EditorialKatz/CCCB, 2011
18.- Amador Fernández-Savater, Habitar y gobernar. Inspiraciones para una nueva concepción política, Ned Ediciones, 2021
19.- Claudio Magris, Tiempo curvo en Krems, Editorial Anagrama, 2021