LAS VIDAS NEGRAS IMPORTAN

Esta tarde, bajo el llamamiento Las vidas negras importan – que remite al lema BlackLivesMatter – se vuelven a convocar manifestaciones en homenaje a las personas que fallecieron el pasado día 24 de junio, cuando trataban de saltar las vallas de la frontera de Melilla. También para protestar contra el racismo institucional y la Ley de Extranjería, y exigir derechos humanos para tods por igual.

No dejo de pensar en las imágenes de terror y muerte que, una vez más, se produjeron hace una semana. Tampoco cesan de golpearme las palabras del Presidente del Gobierno de España, cuando dijo que el grave incidente estuvo “bien resuelto”, a la vez que, culpando a las “mafias” fronterizas, justificaba la actuación de la policía (ya es un clásico escuchar que, aunque haya evidencias de brutalidad en la utilización de la violencia, las fuerzas de seguridad siempre tienen razón y además, mientras seguimos sin saber nada de los fallecidos, por un retorcimiento de los hechos suelen ser las víctimas que más padecen).

Entre lo mucho que se ha hablado y escrito estos días, me llamó la atención el comentario de un buen amigo que vino a decirme que mientras viviéramos en la comodidad de un estado cuyas fronteras están protegidas por soldados y policías, con toda su sofisticada maquinara de guerra defensiva, tan sólo nos quedaba asumir esa condición privilegiada y estar calladitos o tragarnos nuestras penas hipócritas (seguramente, le dije, ese es el objetivo supremo de las políticas policiales: eliminar la crítica social y que nos quedemos en casa. Lo hemos vuelto a comprobar recientemente cuando la Brigada Antiterrorista detuvo a una decena de ecologistas que fueron puestos en libertad, pero con cargos, por teñir de rojo las puertas del Congreso para protestar contra la inacción climática del actual Gobierno).

Reconozco que a este amigo algo de razón no le faltaba, así que no me queda más remedio que empezar asumiendo mis contradicciones. Además estas paradojas se agudizan cuando en la reciente cumbre de la OTAN, organizada en Madrid, hemos asistido a la celebración de una gran ceremonia- nunca mejor dicho, a la vista de las “imágenes” en el Museo del Prado y en Museo Reina Sofía- en la que Europa, de la mano siempre firme de los EE.UU y, encima, en nombre de la paz internacional, se reafirma en aumentar sus políticas armamentísticas, militaristas y belicistas para asegurarnos las fronteras.

Sin embargo, con todos los contrasentidos, no quiero que esa posición aventajada de europeo blanco me impida pensar, presionar y actuar a favor de otras políticas fronterizas que no pasen necesariamente por seguir insistiendo en políticas defensivas que, para asegurarnos la paz, siempre nos pongan frente a alguna guerra o algún enemigo. A pesar de pecar de idealista, me reafirmo en que el par guerra-paz no tiene que estar necesariamente vinculado a su cara más amarga y mortífera, es decir, más guerra contra la guerra. Con esas dinámicas de “acción-reacción”, si el ejército de un país se enfrenta a otro, este casi siempre actúa contra aquel con otra fuerza igual o superior – por lo menos lo intenta- lo cual implica una dinámica cada vez más destructiva. Es una pesadilla que se retroalimenta. De esa forma, aunque no queramos, tarde o temprano, acabamos todos siempre formando parte de algún bando (siempre me he sentido más cerca de Arquíloco, aquel griego desertor, tildado de cobarde por los suyos porque no estuvo dispuesto a morir ni a matar por su patria como el siempre heroico Aquiles, siempre dispuesto a levantar su espada).

Acepto que las soluciones a la cuestión fronteriza y, en concreto de la migración, son complejas, pero no por ello voy a dejar de alzar la voz contra la represión injustificada, el trato vejatorio y las condiciones de segregación que se imponen a las personas que tratan de huir de sus países de origen por la guerra o el hambre y que se perpetúan, en demasiadas ocasiones, cuando ya están viviendo y trabajando entre nosotrs. Somos testigos todos los días.

Lamentablemente, nada sabemos de los cuerpos de las personas que fallecieron en Melilla – al parecer han sido enterrados anónimamente- ni sobre las condiciones humanas en las que se encuentran todos ls demás. En La fuerza de la no violencia. La ética en lo político (Paidós 2021) Judith Butler nos recuerda que ser digno de duelo es ser interpelado de manera que quede claro que la vida de cualquiera importa; que, posibilitándole las condiciones necesarias para vivir, su cuerpo será tratado como el de alguien capaz de vivir y cuya precariedad debería minimizarse. La presunción de que todas las vidas son igualmente dignas de ser lloradas no debe ser solo una convicción o una actitud con la que otra persona te acoge, sino un principio que articula la organización social de la salud, la alimentación, el abrigo, el empleo, la vida sexual y la cívica, concluye Butler.

Cuando aceptamos que ciertas vidas merecen ser defendidas y otras no, nos encontramos ante un grave problema de desigualdad, una grotesca distinción entre vidas valiosas y otras que no los son. Por tanto, la lucha contra la violencia en las fronteras carecería de sentido si no está acompañada de un compromiso radical con la posibilidad de igualdad en todo el mundo, que además nos permita la definitiva afirmación de que no hay vidas más preciadas que otras y que, en caso de pérdida, todas son igualmente dignas de ser lloradas.

Lamentablemente vivimos tiempos de involución en todos los ámbitos que afectan a los derechos humanos y las fronteras se convirtieron hace años en el paradigma más elocuente de la separación, cada día más profunda, entre privilegiados y vidas desperdiciadas, según Zigmunt Bauman.  

En el excelente ensayo La frontera como método o la multiplicación del trabajo (Traficantes de Sueños, 2018) Sandro Mezzadra y Brett Neilson, describen de forma pormenorizada las múltiples capas de segregación que se producen en las fronteras limítrofes de los Estados-nación y las no menos excluyentes que se generan en su interior. Asimismo analizan la relación histórica que ha existido entre el surgimiento del capitalismo, desde sus primitivas formas históricas hasta el industrialismo y el colonialismo y las actuales de financiarización y globalización (que siempre han tenido como horizonte espacial último el mercado mundial) y la manera en la que la geografía, en sus formas nacionales o imperiales,  contribuye a su expansión.

Mezzadra y Neilson también citan La nación marginal (1998) de Ranabir Samaddar para explicar que esas fronteras, límites, fallas geológicas, etnicidades, estructuras nacionales -en definitiva la geopolítica-  sientan las bases para la expansión definitiva de una violencia continua contra migrantes y refugiados en todas las zonas fronterizas. Según este experto indio en derechos humanos, la “migración” es la piedra angular de un modo de gestión política y económica que explota la diferencia entre lo legal y lo ilegal y, por tanto, la fuga de los migrantes es una forma de resistencia que también da lugar a nuevas formas de ordenamiento jurídico.

No cabe duda que el control de la movilidad de ls migrantes, la gestión de sus tiempos de tránsito, las sucesivas confinaciones espaciales a las que se les somete, la segregación social y económica, lingüística, jurídica y cultural que padecen son el resultado de sucesivas formas de dominación, desposesión y explotación. La sombra de la frontera les sigue más allá del momento preciso del cruce de las líneas de demarcación nacionales y modela para siempre sus biografías. Basta con leer, por ejemplo, el libro de Wendy BrownEstados amurallados, soberanía en declive ( Herder, 2015) para darnos cuenta de que, por mucho que los Estados se empeñen en cerrar sus fronteras, ls migrantes parten de su condición fronteriza para traspasarlas, ejerciendo su pleno derecho a hacerlo siempre que quieran y lo necesiten. Su acción movilizadora es, en esencia, una de las formas políticas más transformadoras.

Para quienes nos sentimos internacionalistas y tenemos interés por reinventar la política fronteriza bajo unas condiciones completamente diferentes, la migración es un asunto fundamental para reorganizar el mundo y neutralizar su autodestrucción. Los movimientos migratorios son fuerzas políticas que presionan y desafían las arquitecturas espaciales del territorio e interpelan los modos de construcción de subjetividad cultural. Son claves en la reorganización contemporánea del poder. Las luchas que se generan a su alrededor (que involucran a migrantes, pero que a su vez nos interpelan a tods, porque las fronteras no solo dividen sino también conectan) tienen un papel central a la hora de pensar geografías transnacionales y transcontinentales, parafraseando a Saskia Sassen, un regionalismo crítico, construido desde un nuevo paradigma de hibridación cultural no violenta.

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