Parece mentira, pero dos días después de que la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE.UU. advirtiera de que, desde que hay registros oficiales, la temperatura media de los mares y océanos ha batido en este mes de abril su récord, un grupo de quince personas activistas y científicas ecologistas de Rebelión Científica declaraban en un juzgado de Madrid, acusadas de desórdenes públicos contra las altas instituciones del Estado, alteración del funcionamiento del Congreso de los Diputados y daños contra el patrimonio.

La acción pacífica de la que se les acusa, llevada a cabo unas semanas antes, tenía como objetivo denunciar la pasividad de los gobiernos, empresas e instituciones ante la crisis climática y se inscribía en el marco de otras movilizaciones internacionales. Estos llamamientos se hicieron unos días antes de que el IPCC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático), organización dependiente de la ONU, publicara su demoledor último informe, redactado por destacados especialistas. Entre muchas constataciones –casi todas muy preocupantes-, y como botón de muestra, el documento nos alerta de que en ningún momento de los últimos dos millones de años las concentraciones de CO2 en la atmósfera terrestre han sido tan elevadas como en la actualidad (este aumento de dióxido carbono es una de las principales causas del calentamiento global que estamos padeciendo). Hace unos días se publicó un nuevo informe de la OMM (Organización Meteorológica Mundial) también con datos espeluznantes sobre olas de calor y sequías, aumento del nivel de mar, destrucción del hielo y otros indicadores muy preocupantes.
Como muchas de las manifestaciones pacíficas de desobediencia civil que se llevan a cabo en el espacio público, la acción de Rebelión Científica tuvo un carácter performativo para atraer más la atención y, de ese modo, poner altavoz mediático a la urgencia de la situación. En un momento del acto embadurnaron parte de la fachada del congreso con líquido de color rojo. Como comentó Fernando Valladares, profesor del CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas) presente en aquel encuentro: “Se trataba de pintura de remolacha con base de agua que se quitó fácilmente y, de hecho, nosotros contribuimos a limpiar y recoger todo lo que hicimos, y cuando acabamos aquello estaba más limpio que antes de la protesta”.
El ecologismo lleva décadas evidenciando la lentitud de los gobiernos a la hora de abordar las medidas necesarias para paliar los efectos del cambio climático y, paradójicamente, aunque no cesan de hacer propuestas constructivas, es uno de los movimientos sociales más denostados, quizás porque nos pone frente al espejo de nuestros modelos de vida y desvelan las contradicciones del sistema económico que nos ha traído hasta aquí. Se les ha acusado de ser románticos, radicales –incluso terroristas– trasnochados, exagerados, mentirosos, de estar contra el progreso –sin saber bien qué significado tiene hoy en día esa palabra tan manida–, y sobre todo se les vitupera llamándoles catastrofistas y predicadores del colapso.
Desde luego, a pesar de mi pesimismo, no voy a ser yo quien apoye visiones apocalípticas sobre el devenir del mundo porque, aun sabiendo que esto no va del todo bien, nunca pierdo la esperanza y en el ecologismo siempre he encontrado opciones útiles para la vida buena en común. Puede que algunas no sean fáciles de llevar a cabo, pero la inteligencia colectiva del ecologismo siempre nos marca el camino a seguir.
No nos cabe más alternativa que enfrentarnos a la crisis ecológica con preocupación, pero también sin miedo y sin ceder al derrotismo, porque la ansiedad es la peor receta para poder avanzar. Además, la parálisis favorece precisamente a quienes pretenden que todo continue igual o parecido. Hacer que miremos para otro lado, estrategia vinculada a la propaganda negacionista, es muy funcional para las políticas que quieren mantener el orden económico actual –incluida la represión de la crítica, como este y otros casos, cada vez más numerosos– y así evitar los cambios necesarios.


Por fortuna, aunque no dejemos de constatar que el modelo de producción y consumo en el que vivimos ha entrado en una fase muy preocupante de peligrosa hipertrofia, hay muchas voces cualificadas que, en diferentes campos del conocimiento, defienden alternativas ecofeministas, poscapitalistas inéditas que proponen un giro económico democrático y anticolonial para lo que está por venir. Como dice Layla Martínez en Utopía no es una isla. Catálogo de mundos mejores, (Episkaia, 2022) necesitamos proyectos que nos devuelvan la capacidad de imaginar y nos guíen para construir un futuro en el que merezca la pena vivir. Es el momento de mirar de frente y ser consecuentes con las propuestas que los saberes ecologistas han venido desplegando desde hace décadas. El ecologismo no es el problema, es la solución.