El polifacético cineasta Harun Farocki, en Desconfiar de las imágenes, (Ed. Caja Negra, 2013) se pregunta sobre el estatuto de la imagen, sobre las instituciones y artefactos técnicos que las producen, los canales por los que circulan y los efectos que causan en nuestros sentidos. En el prólogo del libro, George Didi-Huberman constata que no existe una sola imagen –podríamos añadir monumento– que no implique un determinado pensamiento; subraya que todas son resultado de algún tipo de manipulación y que los mecanismos a través de los cuales nos llegan condicionan nuestra percepción de la realidad. Todas las imágenes toman posición y cualquier documento encierra al menos dos verdades, la primera de las cuales siempre resulta insuficiente, nos recuerda el autor de Cuando las imágenes toman posición (Machado Ed, 2014)
En las reflexiones de mi último texto Entre iconofllia e iconoclastia sobre la reciente ola de iconoclastia desatada en EE.UU. a raíz de las manifestaciones contra el racismo, promovidas por el movimiento Black Lives Matter, escribí que no se trataba de criminalizar en abstracto la destrucción de monumentos o imágenes sino de analizar en concreto cada hecho, estar más atentos al significado de los que se siguen construyendo y atender, sobre todo, al vacío epistemológico de las ausentes y las que son necesarias para entender la realidad en su complejidad.