Hoy el ministro del interior turco avisa y amenaza que quien entre en la plaza Taksim será considerado un terrorista. Para las políticas autoritarias que se dicen de orden, la calle poblada es la imagen de la guerra civil, el caos y el desorden. Por tanto, según su manera de entender el uso del espacio público, una vez deshabitada la calle, se alejaría definitivamente el fantasma de la guerra y la confrontación civil. En nombre de la convivencia, la cohesión, la estabilidad y la responsabilidad, la gente debe desaparecer. Quedarse en su lugar y dejarse representar por los que saben. Ausentarse. Esta política del orden, en nombre de la democracia parlamentaria y sus mecanismos de coerción nos quiere ciudadanos silentes, miedosos, inmunizados en nuestra privacidad, desligados de cuaquier compromiso social o político y, por supuesto, mucho más de cualquier reivindicación radical. De eso se trata, nos dejan jugar a ser libres, mientras nos amenazan con la cárcel porque podemos ser acusados de terroristas o insurrectos, nos hacen creernos dueños de nuestras ideas, mientras las controlan para después justificar con ellas la represión de todas aquellas que no cuadran con sus intereses. Podemos pensar lo que ellos permiten, podemos ser libres hasta que ellos lo decidan…..es el estado de excepción que también describiera Giorgio Agamben.
Es decir, la suspensión del orden jurídico que suele considerarse como una medida de carácter provisional y extraordinario, se está convirtiendo hoy, a ojos vistas, en un paradigma normal de gobierno, que determina de manera creciente y en apariencia incontenible la política de los Estados modernos en casi todas sus dimensiones. La declaración del estado de excepción ha sido sustituida de forma progresiva por una generalización sin precedentes del paradigma de la seguridad como técnica habitual de gobierno. Cuando el estado de excepción tiende a confundirse con la regla, las instituciones y los precarios equilibrios de los sistemas políticos democráticos ven amenazado su funcionamiento hasta el punto de que la propia frontera entre democracia y absolutismo parece borrarse. Agamben en Estado de excepción. Homo Sacer II desmonta de modo implacable los más relevantes intentos de legitimación jurídica del estado de excepción y arroja una luz nueva sobre la relación oculta que anuda violencia y derecho. Fernando Alvarez Busca me interpela en Facebook diciéndom que el es optimista porque la situación que describo es lo que ha habido siempre. E insiste en que lo nuevo, lo diferente, es lo que ocurre ahora, las inicitaivas creadas por colectivos en plazas mediterráneas como Tahrir, Sol o Taksim. O ejercido por individuos como Snowden, Falciani o Assange. Los gobiernos y grandes empresas ya no son los únicos sujetos que quieren y pueden influir en la sociedad. Ahora hay más.
No cabe duda que, a pesar de todo, yo también, más allá de algunos ataques puntuales de misantropía, soy optimista, porque pienso que la potencia de los cualquiera y la voz de los que no la tienen, que diría Ranciere, se hará notar y se harán oír.
En este caso, en Estambul y otras ciudades de Turquía, como en otros movimientos semejantes de las movilizaciones internacionales que reclaman más y mejor democracia, las manifestaciones y las acciones populares de la protesta turca, más allá de un un movimiento secular en contra del islamismo dominante, son una amplia protesta ciudadana contra el Estado autoritario. En las plazas turcas se ha mostrado un amplio espectro de grupos, colectivos y personas de muy distinto perfil que reclaman canales de participación real en un sistema político dominado por el AKP de Erdogan y el opositor Partido Republicano, continuador de la más corrupta clase política. En su origen la protesta surgió de un movimiento urbano y ecologista que llevaba meses con una campaña en defensa el parque Gezi, adyacente a la plaza Taksim, en el centro histórico de Estambul, y amenazado de destrucción por un proyecto del Gobierno para construir un centro comercial con carácter eminentemente turístico. Es el último parque de esa zona. Asociaciones ecologistas, apoyadas por muchos jóvenes, lo poblaron de actividades culturales y festivas. Los ciudadanos retomaban su ciudad. Fue ese sentimiento ciudadano lo que motivó la indignación de los congregados cuando el 31 de mayo las fuerzas antidisturbios los expulsaron del parque con extrema violencia. A pesar de todo, los manifestantes ocuparon la plaza Taksim, volvieron a ella tras cada carga y allí continúan semanas después. Su gesto tuvo eco en decenas de ciudades turcas. Todos convergían en una demanda: la dimisión de Erdogan por tratar de imponer una dictadura, escudándose en su mayoría parlamentaria y, por tamto, utilizar la violencia de estado contra el desorden «antidemocrático».
El movimiento turco conecta con otras experiencias de indignación contra la injusticia y la brutalidad, sin organización formal, sin líderes aparentes, sin programa específico pero con valores claramente definidos: respeto a la dignidad de las personas y a los derechos humanos, libertad de expresión – no en vano, las redes sociales han sido un conector formidable de información – búsqueda de formas de representación democrática que superen el aparato de los partidos y participación abierta y activa en la gestión de los asuntos públicos. Es decir, es un movimiento internacional difuso, pero lo sufucientemente explíciton que reclama, en cierto modo, una refundación de la democracia en el nuevo contexto cultural y tecnológico.