El segundo ensayo del último libro de Richard Sennett publicado en castellano por Alianza, El Extranjero. Dos ensayos sobre el exilio, se ocupa de la tribulaciones del intelectual ruso Aleksander Herzen -emigrado de su país en 1924- en su ruta por distintos países de Europa, y de sus dificultades para encontrar una identidad nacional. Sennett, a través de algunos incidentes y peripecias de este revolucionario, filósofo y economista, reflexiona sobre el nuevo concepto de nación en la Europa de mediados del siglo XIX –que desde la Revolución francesa, hasta entonces se refería, de manera primordial, a la ciudadanía- y el cambio de su naturaleza, por una naturaleza de tipo antropológico, que alude más a la fusión del individuo con el conjunto de creencias, tradiciones y hábitos lingüísticos y culturales de un pueblo.
En 1848, los revolucionarios nacionalistas rechazaban la idea de la nación como código político -la nación de ciudadanos – porque para ellos lo que conformaba una nación era la tradición, las formas de comportamiento y las actitudes morales. A ese concepto de cultura se añade un imperativo geográfico, pues el hábito, el ritual, la fe, todo en definitiva, depende de su representación en un territorio determinado. Además, ese lugar está formado por personas que se parecen, con quien podemos compartir sin explicar nada. De esta manera, cultura y territorio se convierten en sinónimo de identidad. De este modo también las creencias y la moral que crean el ideal nacional se celebran como probados por el tiempo y como factores permanentes de cohesión, pues pertenecen a la tierra misma, a la unidad de los seres humanos con su “suelo”.
Es precisamente aquí donde, según Sennett, empiezan los problemas de ser extranjero y es, desde la biografía de Herzen cuando empieza a pensar esa condición desarraigada, cuando el 27 de Junio de 1848 y la Revolución tocaba a su fin fue obligado a abandonar la ciudad, después de la llegada de las fuerzas de orden: “Poco a poco comencé a darme cuenta de que no tenía absolutamente ningún lugar adonde ir ni ningún motivo para ir a ninguna parte”. En cierto modo se trata de comprender cómo realizar un desplazamiento humano de la nacionalidad propia: “Yo era hombre antes de ser ruso”. Su desplazamiento de Rusia había dado lugar a un nuevo tipo de libertad en su vida, una libertad interior independiente del lugar.
Según Sennett, el mero desplazamiento les daba a los inmigrantes, o al menos la posibilidad, de mirar más allá de sí mismos y mantener una relación de cooperación con quienes han sufrido un desplazamiento similar. De este modo, las esperanzas de Herzen en un movimiento socialista se apoyaba en los desplazados, en los extranjeros, en los inmigrantes. Era un ideal fundado en un duda profunda y profundamente escéptica acerca de que los males del individualismo posesivo pudieran curarse mediante relaciones comunales de tipo nacionalista, homogéneas, autorreferenciales. Para Herzen, la reivindicación que un extranjero hace de su derecho a participar en la vida ciudadana, más allá de lo que corresponde a su identidad nacional, es una manera de forzar a la sociedad a reconocer que hay un domino público por encima de las fronteras de la antropología. Es también la única manera de sobrevivir si se está personalmente preso en una balcanizada y desigual ciudad de diferencias.
“Hogar” no es aquí un lugar físico, sino una necesidad desplazable; sea cual fuere el lugar donde uno se encuentre, el hogar se hallará siempre en otro sitio. Lo necesario para superar el autoencierro en la etnicidad, aunque sea pluralista, es la viva conciencia de uno mismo como extranjero.