ZYGMUNT BAUMAN, A PESAR DE TODO, EUROPEISTA E INTERNACIONALISTA.

Poco días después de comenzar este nuevo año moría Zygmunt Bauman, uno de los filósofos y sociólogos contemporáneos más influyente de las últimas generaciones. Pertenecía a una estirpe de pensadores, como Saskia Sassen, Susan George o Ulrich Beck, que poniendo siempre en el centro del debate las relaciones entre centro y periferia -localización/globalización-, han sido capaces de pensar el mundo como una casa común.

Nacido polaco, después refugiado en la antigua Unión Soviética y, más tarde, nacionalizado inglés, formaba parte también de ese amplio grupo de intelectuales, de vidas itinerantes, como Julia Kristeva, Tony Judt o Tzvetan Todorov con sólidas convicciones europeístas. Aunque siempre mostró mucha desconfianza y escepticismo en la clase política -tanto de izquierda como de derecha, a la que veía únicamente preocupada por conservar sus privilegios- por su incapacidad de abordar con seriedad la construcción de una Europa unida, en su libro Europa. Una aventura inacabada insistía en que a pesar de las dificultades era posible convertir esta “aventura” en realidad.

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En ese sentido, llevado por un optimismo casi indestructible, pensaba que, gracias a su historia singular –incluidas las grandes contradicciones y sus hechos más trágicos-   Europa se hallaba en la mejor posición para enfrentarse al reto de liderar un internacionalismo democrático. La seguridad y el bienestar de cualquiera parte del mundo -decía plenamente convencido- no se puede conseguir ni mucho menos garantizar si no se extiende a todos el derecho a una vida segura y digna; única alternativa posible de vivir juntos en un planeta transformado en una densa estructura de interdependencias. Para el autor de Modernidad líquida, la creación de un marco en el que acomodar la variedad de formas de vida humana, que permita relaciones pacíficas, cooperativas y beneficiosas entre todas las personas, es un asunto de vida o muerte.

Quizás, en sus últimos años de vida, a la vista de la deriva renacionalizadora y proteccionista en la que ha entrado el mundo, su optimismo se habría resquebrajado más de lo que nunca hubiera llegado a pensar. No hay duda de que sus teorías sobre un mundo común se confrontaban de lleno con la viejas tesis resucitadas del patriotismo conservador, tan característico de tiempos prebélicos.

Ahí tenemos al altivo Donald Trump, junto a sus admiradores de la extrema derecha europea, que proclama la plena restauración nacionalista, el regreso a las confrontaciones de bloques y, en definitiva, a la lucha por el liderazgo del mundo. Ahora, en una especie de vuelta atrás en el tiempo, en la lógica segregacionista de la separación, se argumenta que las fronteras se trazan para garantizar la seguridad de un nosotros defensivo y preservar las diferencias de acuerdo a una lógica comunitaria identitaria, que en ningún caso permite intromisiones extrañas al orden establecido. El mismo Bauman, en un breve texto titulado “Trazando fronteras, recopilado en 44 cartas desde el mundo líquido, nos recuerda que en los territorios se dibujan fronteras para crear y mantener un “orden espacial”: para juntar a algunas personas y alejar a otras. Así se puede dividir a los humanos en “deseables” e “indeseables” bajo los nombres en clave de “legítimo” (permitido) e “ilegítimo” (no permitido). En ese espacio la ley se repliega hasta quedar suspendida en centros de internamiento, “campos” y “campamentos”, auténticas zonas parachoque para la protección de Europa,  aparentemente humanitarias, pero profundamente militarizadas, con todo lo que implica. Un espejo cruel de la Europa real que nos confronta con  cierta concepción idealista, demasiadas veces trufada de hipocresía política. Es decir, un sofisticado armazón político y cuerpo jurídico de privación de derechos para refugiados, desplazadas, solicitantes de asilo, emigrantes, sin papeles, todas esos parias de la tierra a los que Bauman, en Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias llama también residuos de la globalización.

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Estamos sentados sobre una bomba de relojería política, la relación de fuerzas internacionales se encuentra en una situación frágil y, sin embargo, paradójicamente, la convicción de los que predican que vivimos en el mejor de los mundo posibles se extiende sobre ese manto de desesperanza. Este convencimiento no es más que la última versión de las antiguas teorías liberales, que nos instigan a aceptar “democráticamente”, sin rechistar y felices de hacerlo, el triunfo definitivo del capitalismo. El Estado social integrador -el viejo pacto de posguerra entre conservadores, sindicatos y socialdemocracia- se bate en retirada y se reafirma la retórica del individualismo que nos inyecta la ideología de que cada uno es capaz por si mismo de encontrar soluciones personales a los problemas que hemos generado socialmente.

La confianza se ve sustituida por la sospecha universal. Ya que el mundo exterior es inseguro y no podemos desactivar sus peligros -dice Bauman en Múltiples culturas una sola humanidad-, nos encerramos a cal y canto, y nos vallamos frente a sus efectos patológicos; nos rodeamos de cámaras de televisión por circuito cerrado, más policía para controlar la emigración, otro tanto para la vigilancia privada; compramos y colocamos más cerraduras de alta seguridad. Se extiende la economía de guerra al mismo tiempo que se recortan los recursos para la educación y la salud universal. Sin embargo, aunque pensemos que esa seguridad nos puede garantizar la libertad y el bienestar, nada de eso hará que los seres humanos seamos más fuertes y fiables; al contrario, nuestra fragilidad aumentará y el miedo crecerá hasta ocupar el centro de toda nuestra vida.

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PALABRAS, PALABRAS DE ANTONI MUNTADAS

A pesar de todo, para Bauman, pese a los muchos motivos de preocupación, no cabe caer en la desesperación. Frente a este mundo amenazador, en Sobre la educación en un mundo líquido, propone otras alternativas, como por ejemplo  invertir mucho más en la educación y en la dignidad laboral de las nuevas generaciones en cuyas espaldas caerá la responsabilidad de ese mundo más justo y seguro. Insiste en la necesidad de actuar cuanto antes en ese segmento de la población para que entre ellos prevalezcan actitudes de responsabilidad, inclusión y participación  en la gestión de los bienes sociales, materiales y espirituales, y desarrollen posiciones de autodominio y autorestricción, a fin de evitar ser esclavizados por aquellos bienes que la misma sociedad produce. Para que puedan tener tiempo y disponibilidad de abrirse a los demás, y recuperen la idea de un mundo común, con políticas internacionales de integración social y equilibrio económico entre los que más tienen y los que más necesitan: relaciones de carácter más solidario y no más solitario.

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