Nunca se sabe como se escribe la Historia, pero aunque todos pertenezcamos a ella, tan solo algunos hechos son rememorados y pocas personas tienen el privilegio de ser recordadas. La vida de los héroes, heroínas, rufianes y villanas se trasmite a través de sus páginas, pero entre sus líneas se pierden la de otros tantos protagonistas silenciosos que pasan a formar parte de una multitud anónima, seguramente la principal substancia con la que siempre se debería contar la historia.
El mundo del arte y el espectáculo también necesita sus mitos y estrellas. Sin embargo, detrás de todos las conocidas leyendas e ídolos del deporte, los divos y las estrellas del cine y el espectáculo hay muchísimos deportistas y artistas, dignos y necesarios profesionales, que también podríamos recordar, por lo menos alguna vez.
El tolosarra Juan Lope Jiménez (1917-1982) era uno de esos artistas que, más allá de los laureles de la fama, supo ganarse el aprecio personal y el reconocimiento profesional de sus convecinos, que no es poco. Este año, de la mano de un grupo de amigos, familiares y admiradores de generaciones posteriores, se va a celebrar el centenario de su nacimiento con una serie de actos que tendrán lugar a lo largo de los próximos meses y con la publicación de un libro homenaje que recoge el conjunto de su obra.
Escultor, dibujante, caricaturista y afamado animador del carnaval tolosarra, Juanito –así se le conocía- era una destacada figura popular, parte indisociable del paisaje humano que constituye el mejor patrimonio de la memoria de cualquier lugar. Más allá de los grandes nombres y de los acontecimientos más celebrados, en muchas ocasiones y sin saber las razones, las pequeñas cosas, los personajes discretos o los hechos, en apariencia, más insignificantes adquieren la relevancia que se merecen porque el paso del tiempo y el afecto de la memoria compartida también los ennoblece y enaltece.
Lope era un auténtico autodidacta. Entonces no era fácil realizar estudios ordinarios de Bellas Artes y menos, como en este caso, para un joven de condición humilde que no tuviera medios. Aunque tuvo algunos maestros circunstanciales e incluso la oportunidad de pasar tres meses en el estudio madrileño del afamado escultor valenciano Mariano Benlliure (1862-1947), Juanito necesitaba sentirse apegado a su entorno afectivo, sobre todo a sus amigos. Así que pasó toda su vida en la villa que le vio nacer.
Fue autor de la mayoría de los bustos y esculturas homenaje de personajes ilustres que pueblan las calles de Tolosa y de otras tantas figuras del repertorio religioso de sus iglesias. Las más conocidas tal vez sean la del poeta Ramos Azkarate en la plaza Verdura, el historiador Pablo Gorosabel en la calle Rondilla, Fray Francisco de Tolosa en la avenida de Araba, el doctor Alexander Fleming en la Clínica de la Asunción, el párroco Wenceslao Mayora junto a la ermita de Izaskun, el arquitecto Adrián Laskibar en el estadio de Berazubi o la escultura del capitán Felipe Dujiols en el paseo San Francisco. También se pueden encontrar otras en Amezketa, su bertsolari y humorista Fernando; el gigante de Altzo; el músico Busca Sagatizabal en Zumarraga; José Miguel de Barandiarán en Ataun; o el Celedón de Zalduando. Y otras tantas esculturas cuyo paradero se desconoce o que han sido destruidas.
Más allá de la seriedad con la que abordó el trabajo de escultor, desde mi punto de vista, su faceta de dibujante no le desmerecía en absoluto. Al contrario, su vertiente más libre, jocosa y burlesca se encuentra en sus caricaturas y también, como no, en sus populares intervenciones carnavaleras. Ander Letamendia, médico, músico y polifacético animador de la vida cultural de Tolosa, no tiene duda en reconocer en la figura de Lope a un auténtico renovador del imaginario humorístico y paródico de sus tradicionales fiestas.
Cuando en 1959 realizó el dibujo-collage titulado El puente sobre el río Kwai -el lo denominó cuadro- yo tenía seis años. Entonces vivía en la calle Herreros, con mis hermanas Carmen y Maite, en la casa que estaba justo encima del Beti Alai, el bar que mi madre Tomasa y mi difunto padre Ángel regentaron hasta los años ochenta. Éramos vecinos del Asteasuarra, otro de los bares más populares de Tolosa, en cuyas paredes ha estado colgado todos estos años. Allí lo vi por primera vez y allí seguía la última, cuando no hace mucho, antes de escribir este texto, volví para contemplarlo con detalle.
La imagen es la recreación de alguna escena de aquella famosa película del mismo título, dirigida por David Lean, en la que aparecen ciento veinte personajes, a los que el autor añadió las fotos de otros tantos rostros de amigos y conocidos tolosarras. Sin lugar a dudas, realizó este retrato coral después de ver la película en alguno de los desparecidos cines Gorriti, Igarondo o Iparragirre, auténticos refugios para el entretenimiento y la ensoñación en aquellos últimos años de la triste posguerra.
Además de Puente sobre el Rio Kwai, por señalar algunos destacados, realizó Trabaje pero seguro (1961), Ahora todos sueñan en Tolosa con la piscina y no en otra cosa (1964), El que espera desespera (1970), la dedicada a Sociedad Sukalde (1973), la titulada Club de Golf La Castaña y Dibujo de los 35 jubilados de la S.A.M (1975) y la de la Peña Unión (1976). Aunque se conocen otros dibujos sin fecha o inacabados, se puede decir que su producción fue bastante limitada.
Es probable que Lope no le dedicara más tiempo a ese lado creativo porque, además de que su trabajo como fogonero en la papelera SAM no le permitiera una mayor dedicación, él mismo llegara a pensar que aquella forma de expresión popular, sin ninguna pretensión de trascendencia pero realizada con especial cariño y destreza artística, tal vez desmereciera de su otra vertiente escultórica, que en aquella época se consideraba, mucho más que la caricatura, como una de las nobles bellas artes.
Teniendo en cuenta como ha evolucionado la percepción sobre el valor de las artes, me atrevería a decir que, observándolo en perspectiva, su vertiente de dibujante adquiere ahora –al menos para mí- una relevancia que en su día no se apreció. Viene a cuento añadir que, mientras mi infancia transcurría entre aquellas calles y bares, tuve la oportunidad de conocer también a Ángel Caballero, otro brillante dibujante, asiduo del vecino café Andía o Erbiya.
De hecho, las portadas de La Codorniz, aquella famosa y coetánea revista de humor, se han incorporado recientemente a la colección del Museo Reina Sofía. Para Enrique Herreros, uno de sus célebres dibujantes, en los años de posguerra la situación para el humor en España, más que festiva era lúgubre, tal vez por eso uno de sus lemas más conocido era “Se prohíbe llorar”. El mismo Juanito Lope debió ser asiduo lector porque dedicó unos de sus dibujos a las bodas de plata de la fundación de la popular revista.
Evidentemente en sus dibujos no había contenidos políticos explícitos pero se permitía cierta sátira, más o menos crítica o cómplice, sobre algunas modas, costumbres y personajes populares. En cierto modo, de forma implícita, su costumbrismo entroncaba también con las tiras cómicas de los tebeos de la época. Por mencionar solo algunas: Tío Vivo, Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape o aquellas célebres Novelas Gráficas de Hazañas Bélicas y Brigada Secreta o los superhéroes El Capitán Trueno, paladín de la justicia, siempre acompañado por Sigrid, Goliath y Crispín en su defensa de los más débiles o El Jabato, auténtico guerrillero exiliado, que luchaba contra los romanos a favor del pueblo oprimido, en este caso con la complicidad de Claudia, Taurus y Fideo. En aquellas aventuras los adolescentes podíamos proyectar nuestras ensoñaciones de juventud en un tiempo donde la libertad brillaba por su ausencia y nuestra inconsciencia y subjetividad seguían atrapadas en las cárceles ideológicas del franquismo.
Nuestra vida es una gran colección de imágenes o, como decía aquella canción popular de la época, interpretada por Karina, un baúl de recuerdos donde buscar anclajes para sujetar nuestra memoria. Parafraseando al gran teórico de las imágenes, George Didi-Huberman, intentar hacer una arqueología definitiva de las imágenes siempre es arriesgado, puesto que siempre vienen de lugares separados, de tiempos desunidos o de fantasmas insospechados e inesperados. Sin embargo, aun a riesgo de equivocarme, me atrevería a decir que algunas de las imágenes generadas por la mano creativa de Juanito Lope, también se sitúan en un lugar privilegiado del universo imaginativo y simbólico de muchas tolosarras. Así que este texto, más allá de los anales de la fama y la lista de mitos que cada cual reserva en su bagaje cultural, es también una forma de homenaje y agradecimiento personal a Juan Lope Jiménez, el artista popular.
Santi, FELICIDADES.
Ha sido un placer leer el artículo.
Pedro Larrayoz