LA OLVIDADIZA Y BÁRBARA EUROPA

La historia de Europa, en gran medida, se ha escrito a partir de dos grandes relatos: el racionalismo, de raíz grecocristiana, que condujo al ilustrado universalismo humanista y a la democracia liberal; y el occidentalismo civilizatorio, iniciado con la primera expansión del imperio romano, que en la era moderna se trasformó en el colonialismo capitalista de las grandes expansiones americanas,  africanas y asiáticas y el actual neoliberalismo poscolonial. Ambos relatos se sitúan en el centro de lo que Immanuel Wallestrein denomina sistema-mundo, que comienza cuando Europa construye un mercado mundial por medio de una expansión sin resistencia. Un sistema militarista, de profundas raíces cristianas, patriarcal y racista. La síntesis que propongo se podría tachar de reduccionista, pero sirve para comenzar a abordar, desde la autocrítica, el actual estado de cosas relacionadas con nuestra cobarde, insegura y dubitativa política en relación a los emigrantes que quieren vivir en Europa.

Con la llegada a Valencia de más de seiscientos migrantes y refugiadas que viajaban en el barco Aquarius o el rescate estos días de cientos de pateras con otros tantos miles de personas en aguas del Mediterráneo andaluz, se han vuelto a poner de manifiesto las contradicciones y dificultades que tiene Europa a la hora de aplicar ese humanismo cristiano del que tantas veces alardea y que es incapaz de ejercer hasta las últimas consecuencias. Pocos días después, otra vez, más de cien personas murieron ahogadas porque nadie acudió a rescatarlas. El loable gesto del actual gobierno de Pedro Sánchez, contrasta con otras declaraciones de sus ministros mucho más acordes a las políticas “realistas” de su partido, fiel escudero de esta Europa cobarde, incapaz de abordar otras políticas migratorias que permitan una más justa planificación internacional de la economía y una ordenación mucho más democrática de los necesarios flujos migratorios. No en vano, fue aquel PSOE el que, para acceder a la Unión Europea, en 1985 sancionó la primera ley orgánica sobre derechos y libertades de los extranjeros que ya preveía la detención con carácter preventivo o cautelar, mientras se tramitaban las expulsiones. Desde entonces los CIES, centros de internamiento, siguen abiertos y, por los pírricos avances logrados en la reciente cumbre europea sobre inmigración, parece que así seguirán, aunque ahora eufemísticamente se denominen “centros controlados”. Esa tensión entre el deseo y la realidad, entre enunciar y gobernar se muestra también en las recientes declaraciones del exalto cargo del PSOE Ramón Jauregui  cuando afirma que es suicida para Europa cerrarse a la emigración y que las próximas décadas necesitaremos un millón de trabajadores cada año para poder mantener económicamente los sistemas de la Seguridad Social europeos.  

Muchos europeos que apoyan opciones políticas populistas, conservadoras y proteccionistas, por no decir neofascistas y racistas, olvidan con facilidad que el progreso de Europa y su “ejemplar” estado del bienestar, así como su sistema democrático, se han desarrollado gracias a la acumulación capitalista originada en la explotación de los recursos naturales, materias primas y fuerza de trabajo de esos mismos lugares de los que huyen los emigrantes, debido a la pobreza extrema y a las condiciones políticas adversas en la que se ven obligados a vivir.

Ante esta amnésica complacencia, tendríamos que recordar todas las formas históricas de esclavitud o las sofisticadas formas de explotación actuales; y tener en cuenta que, como escribe la pensadora india Gayatry Spivak en su célebre Crítica dela razón poscolonial, el universalismo democrático europeo fue también una herramienta para convertir en subalternos a todos los pueblos colonizados, por el simple hecho de considerarlos primitivos, hordas salvajes desprovistas de rasgos culturales, incapaces de pensar por sí mismos y carentes de los saberes científicos e ilustrados occidentales. Esta es, lamentablemente, una verdad inherente al pensamiento supremacista de muchos europeos que jamás han puesto en tela de juicio ni las categorías inventadas en las que basan su superioridad racial ni la jerarquización que implica, dando por bueno y natural la relación entre el nosotros superior y otro inferior. En consecuencia, nunca habría problema para  la expansión de la cultura y la lengua del dominador, entendidas como las realmente valiosas, de modo que las otras formas de expresión se convierten en exóticas o residuales. Es decir, prescindibles.

Para corregir esta prepotencia racista y clasista,  viene bien tener presente que esas colonias –tan lejos de nuestra mentalidad acomodada y tan a mano de nuestros bolsillos- siguen ocupando un lugar relevante en el desarrollo económico de esta Europa insolidaria, amurallada y, en cierto modo, asesina, porque continúan siendo proveedoras de materias primas y de fuerza de trabajo barata. Como expone el pensador camerunés, Achile Mbembe, en su Crtica﷽﷽﷽﷽﷽﷽ razerda Achile Mbembel carizaciñon , aprovecho ficticio de una Europa pac a en los que en siglos anterriores ajo baraítica de la razón negra. Ensayo sobre el racismo contemporáneo, la relación colonial fluctúa de manera constante entre el deseo de explotar al otro (al que se ve como racialmente inferior) y la tentación de exterminarle.

En las últimas páginas de su brillante La bárbara Europa. Una mirada desde elpostcolonialismo y la descolonidad, Montserrat Galceran, catedrática emérita de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y actual concejal de Ahora Madrid, señala que, como efecto de la propia colonización, las actuales grandes urbes europeas se están trasformando en grandes metrópolis globales, habitadas por poblaciones procedentes de todos los rincones del mundo, donde en siglos anteriores los europeos habían campado a sus anchas. A pesar de ello, seguimos pensando que nuestro bienestar emana de la nada o de nuestro mérito exclusivo y no de la histórica política colonial, extractiva y xenófoba que hemos desarrollado a lo largo de siglos. Ahora, al racista le resulta muy difícil digerir que las nietas e hijos de aquellas tierras esquilmadas quieran tambien ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ietas e hijos de aquellas tierras esquilmadas quieran tambincones del mundo, en los que en siglos anterriores ajo baraén disfrutar de una equitativa redistribución de las rentas, o ser iguales a los demás, con nuestros mismos derechos y beneficios sociales, o incluso ostentar posiciones de mando o de autoridad y, por tanto, hacerse obedecer por los superiores de antaño. 

 

El populismo conservador –demasiado extendido, incluso entre la clase trabajadora, que debía ser la primera en compartir solidaridad con los emigrantes- se nutre de los viejos eslóganes del nacionalismo proteccionista. Su política se alimenta del miedo y del resentimiento enarbolando la bandera del repliegue identitario. Este neofascismo, aprovechando las políticas económicas que imponen la paulatina precarización de nuestras vidas y dejando de lado nuestra historia colonial, crece a costa de enfrentar a los autóctonos contra los extranjeros. Sus eslóganes más aireados: “primero los nuestros”, “no a los invasores”, “fuera extranjeros”,  etc., olvidan que en nuestros territorios ya no hay autóctonos: todas somos hijos de una historia de varios siglos de expansión colonial.

Afortunadamente en las últimas décadas se está produciendo una crítica profunda a los postulados eurocentristas y neoliberales. Las reflexiones y las prácticas consecuentes de los movimientos ecologistas, indigenistas, antirraciales, feministas o anticapitalistas están poniendo en el centro del debate la importancia de una cultura viva para todos los pueblos, capaz de conciliar el particularismo y el universalismo.  Galceran termina su libro reclamando unos movimientos sociales con carácter mixto y mestizo, donde se mezclen personas procedentes de entornos diversos, con culturas distintas pero con el objetivo de construir entre tod*s una sociedad en la que la lucha por la vida no nos enfrente a unos contra otras, sino que, independientemente del origen, lengua, cultura o género, nos permita defender nuestros derechos frente a aquellos que pretenden hacer de la satisfacción de las necesidades vitales un negocio para sus bolsillos. Un mundo interrelacionado en el que las exigencias de justicia y reparación se hagan oír en muy diversos contextos, en el marco de una lucha por la justicia global. Parafraseando a Wendy Brown en Pueblo sin atributos la idea de que otro mundo es posible corre en paralelo a la esperanza en las capacidades humanas para gestar un orden decente y sostenible para poder vivir juntos, sin olvidarnos que muchas personas tienen también historias particulares ligadas a la formas de exclusión del colonialismo europeo, historias que en gran parte desconocemos y, por tanto, debemos respetar y reconocer.

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