Estos últimos meses, ante la última amenaza de cierre y desalojo, La Invisible de Málaga -sumando complicidades y multiplicando actividades- ha ampliado el campo de juego democrático con el objetivo irrenunciable de ganar el partido definitivo de su futuro (nunca como ahora había mostrado con tanta fuerza el músculo social en el que se apoya). A la vez, recordándole sus compromisos incumplidos y su permanente repliegue institucional, achica el de Paco de La Torre, alcalde de la ciudad. Ampliar y achicar el campo, fue la idea básica con la que Cruyf desarrolló la teoría del fútbol total y que, antes de que las partes implicadas se reúnan este lunes, Amador Fernández Savater hautilizado estos días como metáfora en un reciente texto.
La buena gente de La Invisible tiene mañana le enésima cita (he sido testigo privilegiado en alguna de ellas) para tratar de desbloquear la negociación que, aunque en el año 2011 ya se llegara a un acuerdo con el Ayuntamiento y la Diputación de Málaga y la Junta de Andalucía, nunca ha terminado de cerrarse del todo. La situación es crítica, y especialmente complicada para las habitantes, usuarios y simpatizantes del espacio autogestionado de la calle Nosquera. Ciudadanos, ese partido renovador – permitidme la ironía- que, emulando a los viejos franquistas, dice venir a restaurar el orden en España a costa de denunciar “vagas, maleantes, mendigos, okupas, emigrantes, manteros, rojas o separatistas y todo aquel que no vaya bien vestido y peinado o no enarbole la bandera española en algún lugar” se ha empeñado en cerrar este ejemplar centro social. Y al parecer las presiones políticas y el oportunismo han hecho que el alcalde también se posicione a favor del cierre y desalojo para no ser menos que el partido competidor (las elecciones a la vuelta de la esquina no permiten equívocos hacia las bases electorales de ambos partidos).
De tod@s es conocido que La Invisible, ocupando un espacio municipal abandonado, nació para demostrar que, más allá de la cultura institucional, existen otras formas de entender y gestionar la cultura y para denunciar la especulación inmobiliaria y el proceso de gentrificación (especialmente el casco histórico) en el que, a velocidad de crucero, –nunca mejor dicho- comenzaba a embarcarse la capital de la Costa del Sol, poco después de que estallara la crisis económica del año 2009, causada por el último capítulo de acumulación capitalista neoliberal, tan del buen gusto del partido naranja de Rivera.
Efectivamente, aquel gesto de crítica social de las activistas invisibles se adelantó a los acontecimientos y ahora el centro de la ciudad se ha convertido en una especie de parque temático para turistas, una Disneyland de los museos, como el artista malagueño Rogelio López-Cuenca nos ha recordado en reiteradas ocasiones. En ese escenario, donde abundan hoteles, bares y tiendas franquicias y otros pequeños negocios familiares bien intencionados que aprovechan la ocasión para salir como pueden de la precariedad, La Invisible y su amplia red de vida ciudadana representan un estorbo, una anomalía “política” que debe ser extirpada. En medio de un paisaje urbano donde prima la presencia efímera de los turistas y el consumo banalizado, esta colectividad social, capaz de construir sentido comunitario y crítica social, molesta porque impide el pleno desarrollo, sin obstáculos, de la “marca Málaga”.

Hace tiempo que la apuesta por el turismo -inestable y peligrosa tabla salvavidas de la economía- se ha convertido prácticamente en una especie de monocultivo de la costa mediterránea, destinado a extraer recursos de la circulación del turista, casi siempre ajeno a la vida cotidiana de la ciudad, indiferente a sus dificultades y contradicciones políticas y sociales. De esta manera, la taquilla y la marca son los dos objetivos principales de este modelo de política cultural. En consecuencia, en las instancias que gobiernan Málaga, la vieja idea de que la cultura debe ser también un conjunto de herramientas para que las personas puedan disfrutar, formarse y construir su propia capacidad analítica o reinterpretar la realidad y politizar su experiencia, queda relega a un lugar residual, por no decir en vías de extinción.
Los que reivindicamos el derecho a la ciudad, entendida como un conjunto heterogéneo de formas de habitar –incluida la vida turística, en sus formas más equilibradas- un cuerpo de células complejas y diversas, pensamos que las instituciones públicas tienen la obligación de contemplar todo el espectro amplio de posibilidades, mirar hacia el Museo Picasso, pero también hacia La Casa Invisible. Ambos modelos deberían tener cabida en una ciudad democrática. Esta premisa sirve igualmente para otros muchas experiencias como, por citar algunas, La Ingobernable de Madrid, Errrekaleor de Vitoria/Gasteiz o Bonberoenea de Tolosa, donde el Ayuntamiento de mi pueblo ha respetado, de manera ejemplar, la existencia de este centro ocupado en 1999.

Para demostrar que esa pluralidad no solo es posible sino necesaria, ahí está también Barcelona, capaz de recibir más de ocho millones de turistas al año, a la vez que respeta y, muchas veces fomenta – no siempre con igual acierto- el desarrollo de una amplia red de centros sociales y ateneos populares autogestionados, casi todos ellos lugares “ocupados” que han llegado a acuerdos de colaboración con gobiernos municipales de distinto signo político. Marina Garcés en su “Ciudad Princesa”, título que alude al cine del mismo nombre ocupado y violentamente desalojado en 1996, nos recuerda que la ocupación se convirtió en un gesto radical capaz de abrir espacios de vida en una ciudad que se estaba volviendo invivible.
Muchos estábamos convencidos que el Alcalde de Málaga, a su manera, había entendido el significado de la existencia de una institución como La Invisible; había comprendido que la democracia se ensancha abriendo el campo de juego y no cerrándolo. Con todo el recorrido vital que La Invisible ha despegado a lo largo de todos estos años, me sorprende mucho que Paco de la Torre se deje abducir por la presión electoralista de Ciudadanos, arguyendo que La Invisible es una iniciativa privada y, por tanto, su gestión debe salir a concurso público. Si este es el argumento principal qué podríamos decir del carácter casi familiar del Museo Carmen Thyssen, cuya presidente es la varonesa del mismo nombre, o de los numerosos locales o los recursos destinados a las cofradías católicas. Por el contrario, La Invisible es un proyecto sin intereses privatizadores, ni privatistas, abierto a la gestión asamblearia, donde todo el mundo participar. Es muy habitual que los ayuntamientos cedan locales municipales a asociaciones culturales, deportivas o sociales que cumplen una función de interés público, independientemente de la titularidad. Pensaba que el Alcalde de Málaga había entendido ese derecho a la ciudad que, gobernando con todas y para todos, supone asumir la diversidad, pero al parecer me equivoco. Espero que no sea así. Confío en que mañana rectifique y a la Invisible se le ratifique su derecho al futuro.