DICCIONARIO PARA UNA ACADEMIA ACOGEDORA

El término academia hace referencia a unos jardines en los extramuros de la ciudad de Atenas que estaban dedicados a Akademo, legendario héroe de la mitología griega. Allí, en torno a Platón, se reunían físicos, matemáticos y filósofos, incluso filosofas, como Axiotea y Lasthenia que, contraviniendo la prohibición expresa del maestro, asistieron disfrazas de hombre. Ambas fueron coetáneas de Hiparquia, miembro de la escuela cínica que, por su particular sentido contestatario, se negó a aceptar dicha prohibición y, por tanto, nunca fue considerada miembro de la Academia.

Parafraseando a la profesora Marina Garcés, podríamos decir que también “fuera de clase” es posible la filosofía de guerrilla2y, constatar que, seguramente, tanto en el afuera como en el adentro institucional existen fisuras donde poder pensar y, sobre todo, actuar contra los dogmas y los poderes que se benefician de ellos. No basta con tener acceso al conocimiento, es importante que este contribuya a transformarnos, tanto a nosotros mismos como el mundo que habitamos, incluso aunque, tristemente, no siempre sea en beneficio del bien común.

Dedicada a investigar, polemizar y generar pensamiento crítico, en aquella Academia no se trataban solo asuntos didácticos, como se hacía en el Liceo, además se debatía en torno a cuestiones y preocupaciones sociales, políticas y artísticas –referidas a la capacidad creadora o téchnê– que, con permiso de Alexander G. Baumgarten3, podrían ser estéticas. Es decir, aunque la Academia estuviera extramuros, en absoluto estaba exenta de las tensiones de la ciudad. No vivía de espaldas a la realidad. En cierta manera, como la misma Academia de España en Roma que, desde su sede en San Pietro in Montorio- en la parte baja de la colina Gianicolo en pleno Trastevere- abriéndose a múltiples colaboraciones con la sociedad civil y redes institucionales de la ciudad,  está dispuesta a salir de su zona de confort.

Precisamente en el marco de esas actividades, por una carambola de la historia, mi primer año como patrono de la institución ha coincidido con un conjunto de actos en torno al artista cordobés Pepe Espaliú, que fue becario durante el curso 1992-93, su último año de vida que, en parte, también pasó impartiendo un taller en Arteleku, el centro de arte y cultura contemporáneas que dirigí durante veinte años en Donostia-San Sebastián.Especial mención se merece la exposición El último Espaliú4, coordinada por los antiguos becarios  Rosalía Banet y Xosé Prieto Souto, bajo la atenta supervisión de Ángeles Albert, actual directora de la Academia de Roma.

Todavía recuerdo cuando en septiembre de 1992, tras la celebración del primer Carrying5, durante el Zinemaldi-Festival de Cine de San Sebastián-, y después en Madrid, el 1 de diciembre, día internacional del sida, Espaliú me comentaba la ilusión que le hacía viajar a Roma para poder descansar durante unas semanas y continuar así con sus proyectos hasta que la enfermedad se lo permitiera. En cierto modo, lo que el artista esperaba de la Academia era hospitalidad, ni más ni menos; algo que toda institución cultural pública debería tener entre sus principales misiones: acoger, escuchar, servir, facilitar, compartir, asociar, conectar, agenciar, dar lugar. En definitiva, cumplir con la obligación principal de los servidores civiles: hacer que las instituciones públicas “funcionen”, propiciar los mejores servicios y facilitar los recursos necesarios para que los ciudadanos sientan que son tratados como tales. El crítico cultural inglés Mark Fisher en su libro Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?6señaló con acierto, antes de morir prematuramente, que, entreel exceso paternalista y la carencia irresponsable, la burocracia institucional se ejerce con objetivos e intereses contrapuestos y, en demasiadas ocasiones, olvida la función principal de su función pública: servir a las personas para garantizar sus derechos; contribuir a que, facilitándoles los trámites, cumplan debidamente sus obligaciones; y permitir el acceso democrático a todos los servicios públicos.

Siempre cuento que Arteleku fue una institución que afectó a la vida de muchos de sus “habitadores” –en el sentido más doméstico del término, es decir sentirse como en casa-, pero, a su vez, la institución, se dejó influenciar y remover por ellos para así ir transformándose, aunque fuera lentamente. Estoy absolutamente convencido que la democracia siempre será imperfecta si las instituciones culturales públicas no se dejan atravesar por la experiencia de las personas que las habitan. Hay instituciones, demasiadas, que expulsan la vida y otras, muy pocas, que la acogen; unas que tratan a los ciudadanos como súbditos y otras que los hacen partícipes y les implican en su devenir.

La mejor manera de ejercer mi profesión de gestor cultural ha consistido siempre en conectar personas, saberes, acciones y proyectos; unmodo de hacer que, parafraseando a Noam Chomsky7, suelo denominar “gramática del contacto”. Podría considerarme un “re-citador”(alguien me dice que en exceso, pero para mí es una forma de reconocer todo lo que aprendo de los demás), una especie decopistao, en el mejor sentido de la palabra, un hacker o,incluso, una costurera(o viceversa, una hacker y un costurero). Tal vez, mi manera de trabajar no sea otra cosa que una manera de explicar(me) el mundo, mediante la combinación y extracción arqueológica de textos, imágenes y sonidos de los cuales me reapropio para recombinarlos de nuevo. Es decir, una forma de heteroglosia que permite reconocerme(nos) en la mezcla de voces variadas y opuestas, como el lugar de la palabra ajena, donde se produce el verdadero hecho creativo, base de un humanismo basado en la alteridad, que considera que el hecho primario de la existencia no es el ser en sí mismo, ni para sí, sino el ser para otro. Lo que no sabe mi cerebro, lo sabe el de otro. Lo que no veo a mi espalda, alguien lo percibe desde otro ángulo dice Marina Garcés en Un mundo común8o comomenciona Giorgio Agamben en Idea de la prosa9las personas, creyendo trasmitir la lengua, nos damos voz unas a otras.

Oriol Fontdevila en El arte de la mediación10recoge un fragmento del capítulo «Los intercesores» del célebre Conversaciones de Gilles Deleuze, en el que, explicando la manera en la que junto a Felix Guattari escribieron Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, describe la necesidad de las «mediaciones» a la hora de entender cualquier proceso creativo. Siguiendo a este filósofo francés, los mediadores son fundamentales porque si no somos capaces de formar series, aunque estas sean completamente imaginarias, estamos perdidos. Necesitamos mediadores para expresarnos y ellos no podrían llegar a expresarse sin nosotros: siempre se trabaja en grupo, incluso cuando parece que uno está consigo mismo. No hay nada más afectado que el superego. En la medida que soy algo, fundamentalmente, soy siempre también otro.

De igual modo, Jon Greenberg -activista de ACT UP Nueva York- en la conferencia11que impartió en el marco del taller dirigido por Espaliú en Arteleku en el verano de 1992, La voluntad residual. Parábolas del desenlace, nos recordó que “somos criaturas con una capacidad de adaptación enorme y la mejor manera de hacerlo es saber que podemos aprender a través del contacto con otras personas y cosas sin necesidad de tener que aprehenderlas, retenerlas o poseerlas. Dejar ir, dejar que las cosas atraviesen nuestros sistemas y soltarlas una vez que hemos aprendido de ellas A pesar de eso, lo que nuestra sociedad, las estructuras políticas y económicas de nuestra sociedad, nos enseñan es lo contrario: agárrate, atente a lo conocido, no cambies, no te conviertas en algo diferente. Nada que retener, nada que poseer. Así, imaginando libremente a partir de sus palabras, conocer sería el resultado de una especie de roce con los otros, una suerte de caricia y deslizamiento sobre aquello que aparece como lo distinto de uno, como lo desconocido o, incluso, como lo ausente.”

Algo de todo esto ocurría en Arteleku, aquella especie de comunidad que nadie debería narrar como propia, pero que puede ser contada por mil voces, incluso las que nunca se oirán. Así mismo, suele ser habitual escuchar a muchos exbecarios que en su vida hubo un antes y un después de su paso por la Academia de España en Roma. Cuando una institución cultural de acogida o de residencias de investigadores o artistas pueden contar su historia a través de la vida y obra de sus moradores, es cuando adquiere todo su sentido, consiguiéndolo al dar lugar, confiar, hacer que ocurra y dejarse atravesar, recibir y entregar, asistir, como hacen los buenos pasadores -diría Amador Fernández Savater12– y las jugadoras de medio campo, añadiría; no capitalizar sin compartir, no acumular sin distribuir. No son mandamientos que obligatoriamente haya que cumplir – cada cual es fiel a sí mismo como puede- es una actitud para pensar la vida en común.

2.-Marina Garcés, Fuera de clase. Textos de filosofía de guerrillas, Galaxia Gutemberg, 2016.

3.- Alexander G. Baumgartenintrodujo por primera vez el término «estética»

en Reflexiones filosóficas acerca de la poesía (1735).

4.- El último Espaliú, Real Academia de España en Roma (16 de abril – 2 de junio, 2019.

5.-Acción Performativa. El artista, con los pies descalzos, es llevado (o cargado) por parejas de portadores, en un recorrido por el casco urbano de las ciudades de Donostia-San Sebastián (septiembre de 1992) y Madrid (diciembre de 1992).

6.-Mark Fisher,Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?,Caja Negra, 2016.

7.- La gramática generativa de Noam Chomsky postula que los mecanismos básicos son comunes a todas las lenguas del mundo.

8.- Marina Garcés, Un mundo común, Bellaterra, 2013.

9.- Giorgio Agamben, Idea de la prosa,Adriana Hidalgo, 2016.

10.-Oriol Fontdevila,El arte de la mediación, Consonni, 2018.

11.- Traducida al castellano recientemente por Aimar Gali para ser publicada por primera vez en Lo tocante,(ed. Aimar Arriola), Album, 2018.

12.- Amador Fernández-Savater, Apuntes para una teoría del pase, Lobo suelto, 2018.

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