El edificio de la calle Gobernador 39 se encuentra estratégicamente situado en la denominada milla de oro del arte y la cultura de Madrid; al lado mismo de Caixa Forum y Media LabPrado, a un paso del Museo del Prado y del Museo Thyssen, y muy cerca también de la Plaza de Cibeles, donde se encuentra Centro Centro, otro de los emblemas culturales del Ayuntamiento de Madrid, que además tiene allí su sede oficial.
Si esa aglomeración de instituciones culturales no fuera suficiente (se podrían sumar el Círculo de Bellas Artes, la Casa de América, el Museo Naval, el Centro Cultural Fernán Gómez y otras muchas), la penúltima corporación municipal, presidida por Ana Botella del Partido Popular, tenía previsto donar gratuitamente por 75 años el edificio de la calle Gobernador al arquitecto argentino Emilio Ambasz para que erigiera allí mismo un monumento a su carrera profesional.
Un numeroso grupo de activistas ocupó el edificio, al que denominaron La Ingobernable, Centro social de comunes urbanos, un año después de que la corriente municipalista de Ahora Madrid, heredera legítima de la potencia política del 15M, aupara a Manuela Carmena a la alcaldía de la ciudad. Aquel gesto radical denunciaba la decisión personalista de la anterior alcaldesa y, sobre todo, evidenciaba el malestar social contra la turistificación y gentrificación del centro de la ciudad, en concreto, y en general contra las políticas urbanísticas de la corporación recién llegada, que parecían semejantes a las de gobiernos anteriores.
Hace unas semanas, tras el fracaso electoral de gran parte de las candidaturas municipalistas, Amador Fernández Savater publicó en su blog un excelente texto titulado No hay fracaso si hay balance: poder y potencia en el ciclo 15M-Podemos para intentar hacer otra aportación a las numerosas reflexiones sobre el ciclo político que va del 15M-Podemos hasta el municipalismo. El artículo comenzaba por asumir la decepción, pero como potencia, no como derrota. Citaba a Giorgio Agamben y lo que este filósofo llama la «potencia destituyente” para contrarrestar el «mecanismo diabólico» por el cual el poder constituyente queda atrapado una y otra vez en un nuevo poder constituido, tan parecido al antiguo. Esta “potencia destituyente” nos habla de una potencia política que no cristalice nunca en poder. Devenir y permanecer ingobernables –dice el autor de Medios sin fin. Notas sobre la política– dando razón a la existencia de este centro social autogestionado y, por extensión, de otros muchos que, desde su autonomía política, también tienen vocación de diálogo con las instituciones de gobierno.
Como se ha dicho en la presentación de esta mesa redonda, durante poco más de un año, fui Director General de Madrid Destino, la S.A que gestiona gran parte de los equipamientos culturales más emblemáticos del Ayuntamiento de Madrid. En una larga carta que escribí a Manuel Carmena tras mi dimisión -y que nunca llegué a enviar para no echar más leña al fuego- comenzaba diciéndole que, tras mi salida del equipo de cultura, compartía la idea de la artista Alejandra Riera y el filósofo y terapeuta Peter Pál Pelbart cuando dicen que para poder abordar el futuro hay que comenzar por aceptar cierto desencanto y pesimismo inicial. Me refería a las frustraciones e impotencias que se generan entre el deseo de transformación institucional y la tozuda realidad de la gestión política, que inevitablemente convierte el entusiasmo en mediocridad burocrática (como dijo Max Fisher en su libro Realismo Capitalista es suficiente con mirar a cualquiera que haya accedido a un cargo gerencial para observar qué ocurre muchas veces: la petrificación gris del poder no tarda mucho en avanzar; prácticamente es posible palpar cómo va quedándose con el cuerpo de esa persona y cómo emite juicios vacíos de sentido con los que el poder habla a través de ella). Algo de todo eso me ocurrió. Mi cuerpo político se escindió en otro personaje que acabó balbuceando justificaciones, en demasiadas ocasiones, insostenibles.
En aquella carta también le comenté que aceptada cierta decepción política, incluso fracaso personal, pero también asumía que aquella posición inestable podría ser la condición previa para continuar abordando nuevas ilusiones. Uno de mis filósofos más queridos Walter Benjamin, que como sabéis sufrió la llegada de Hitler al poder, más tarde el exilio y al final el suicidio, decía que a pesar de todo debemos organizar nuestro pesimismo. Podemos ser pesimistas porque la ideología dominante está ahí e intenta someternos, pero en las fisuras de esa presión, a pesar de todo, siempre hay mil cosas por hacer. Organizar el pesimismo y la decepción quiere decir darle también una oportunidad al deseo de ir más allá. Ese trabajo en las fisuras, intentando atravesar las contradicciones institucionales mediante el pragmatismo reformista, es la labor que, en gran parte, se puede esperar de un trabajador público.
En mi breve paso por Madrid Destino, en la medida que toda actividad instituyente es por definición transformadora (mucho más en una candidatura que precisamente venía con ese mandato electoral), intentamos abrir un proceso que nos permitiera cierta transformación del entramado institucional que gobernaba la política cultural municipal (para esa labor me propusieron -o eso por lo menos entendí en mi ingenuidad- más allá de una gestión eficaz de la realidad heredada o de cierto regeneracionismo estético, como cambiar los trajes a los reyes magos, poner poesías en los pasos de peatones o llenar de “meninas tuneadas” las aceras ). Esta era un labor que se esperaba de la nueva corporación, pero algunas de las ideas y propuestas que avanzamos los primeros meses (y que se perdieron entre dubitativas indecisiones políticas e incapacidades ejecutivas) precipitaban, al parecer, demasiadas alteraciones y, por lo que deduje, aquel no era el momento. Casi nunca lo era, bien por razones jurídicas o económicas, por cuestiones administrativas o por oportunidad política. Como en alguna ocasión le comenté a la propia Carmena, en cuatro meses de gobierno habíamos pasado del sí se puede al ahora no es posible. Cuando este criterio político se impone como prioridad, es lógico que esa condescendencia se convierta en el peor enemigo de cualquier proceso de transformación.
El desengaño nunca debe tener la última palabra, tampoco debemos abandonar la ambición, pero cuando el deseo se vuelve decepción política, frustración profesional y malestar personal, una vez analizados todos los elementos en discordia, ante la incapacidad por hacer frente a la situación y reconociendo también mis propios límites y “errores” decidí abandonar el barco. Como Arquíloco (aquel griego tildado de cobarde por los suyos porque no estuvo dispuesto a morir ni a matar por su patria), arrojé el escudo y regresé a casa. Con la capacidad ejecutiva muy mermada y mi autoridad cuestionada, nunca me hubiera perdonado si hubiese continuado en el cargo tan solo por el poder o el dinero. Resistir puede ser la desobediencia, el boicot o la insumisión, pero también la deserción y la fuga. Una negación de los hechos que abre otras posibilidades, un paso al margen que nos descubre nuevas contingencias. Entre la coherencia absoluta y la incoherencia total existe un margen de movimiento para una vida que quiere resguardar cierta dignidad.
A pesar de todo y desde la distancia que otorga estar libre de cargos y cargas, desde mi punto de vista, sigo pensando que, aunque no fuera fácil, todo era mucho más simple. Al fin y al cabo, tal y como se venía proclamando a los cuatro vientos desde el inicio de la campaña electoral y se podía leer en el programa de Ahora Madrid, se trataba de poner el arte y la cultura en el centro de nuestras prioridades, abandonando definitivamente la deriva liberalizadora que los gobiernos anteriores habían aplicado a las políticas municipales.
Con la misión de alcanzar ese objetivo, en primer lugar, y en lo que en concreto me concernía, propusimos disolver Madrid Destino S.A. y crear una nueva institución cultural municipal, menos burocrática y más ágil. Esto era fundamental, aunque, por el poder que hemos otorgado a los burócratas, cada día que pasa dudo mucho de que sea posible (os dejo aquí también otra reflexión que publiqué en relación a este tema). Es decir, proponíamos superar la bicefalia entre el Área de Cultura y su sociedad anónima de gestión, para que la nueva política cultural pusiera en el centro el valor de la cultura como derecho social y potencia educativa, y no tanto como negocio o mera atracción turística. Es decir, para que ese Instituto Público de Cultura Municipal de Madrid pudiera gestionar sus actividades y sus espacios culturales desde una sola entidad (a ser posible también junto a responsables culturales de los distritos) y otra entidad independiente que se hiciera cargo de las políticas de turismo y promoción empresarial de la ciudad, gestionando los espacios para eventos y negocios (Palacio Municipal de Congresos, Palacio de Cristal, Madrid Arena o Caja Mágica) En concreto y en relación a esta monumental instalación deportiva, recuerdo especialmente una reunión inicial con Rommy Arce, la que fuera concejal de aquel distrito , en la que ingenuas de nosotros hablamos sobre las posibles fórmulas que permitieran hacer compatible el uso deportivo de las élites del tenis con las prácticas cotidianas deportivas de la gente del barrio del resto de la ciudad).
Dábamos por hecho – de nuevo la ingenuidad- que esa entidad dedicada al turismo no tendría por qué continuar necesariamente con la lógica (ex)tractora de las actuales políticas depredadoras. Era evidente que esa condición ambivalente, donde el arte y la cultura se confunden con el negocio y el turismo de masas, determinaba sustancialmente el resto de las políticas culturales.
Por otro lado, también hay que tener muy en cuenta que la política cultural de los anteriores gobiernos, siguiendo la nefasta estela de la especulación urbanística inmobiliaria, estaba determinada también por la inversión, sobre todo, en bienes inmuebles y con unos presupuestos supeditados a su rentabilidad en en el mercado. Sabéis que durante todos esos gobiernos se desarrolló una política económica y urbanística inscrita en la retórica triunfalista del crecimiento. Este tipo de política, como muy bien ha señalado David Harvey en numerosas ocasiones, implica necesariamente dinámicas de acumulación de capital, basadas en la aceleración de la inversión y el consumo que provocan, entre otros efectos, una gran «competencia interurbana” de las famosas ciudades marca. Es decir, producción de riqueza a corto plazo, pero eminentemente insostenible a largo plazo, y además profundamente injusta e insolidaria con la población más desfavorecida y, por supuesto, con la situación de crisis ecológica en la que se encuentra inmerso el planeta (el turismo, que también una parte significativa del equipo de Carmena promovía a bombo y platillo, probablemente sea uno de los paradigmas actuales más adecuado para resumir las condiciones depredadoras de ese modelo de economía). En este sentido, el mapa de las infraestructura culturales de la ciudad también es reflejo de ese modelo de ciudad. Aunque, desde mi punto de vista, no siempre más es necesariamente mejor.
Evidentemente, nuestra apuesta política por un modelo cultural más equilibrado suponía también otras formas de gestión mucho más sostenibles y razonables del patrimonio inmobiliario que dependía de Madrid Destino, de tal manera que, como ya he dicho, la nueva institución se centrara exclusivamente en la gestión de los equipamientos específicamente artísticos o culturales. Es decir, una nueva economía distributiva que racionalizara los recursos y apostara mucho más por el tejido cultural creativo y mucho menos por las inversiones inmobiliarias. Mucho más y mejor en las personas y menos en el cemento, solía decir y aún lo sigo haciendo.De hecho se lo explica así literalmente en aquella carta: «lamentablemente, el sistema cultural dominante funciona con la misma lógica productivista, acelerada y consumista que el capitalismo impone en nuestras vidas; de hecho es un espejo donde se reflejan sus mismas señas de identidad: aceleración constante de la producción, competitividad, mercantilización, globalismo banalizado -contrario al internacionalismo localizado, espectacularización, desregulación, flexibilización, individualización, precarización etc. Si entendemos que la ecología es sustancial al cambio de régimen económico, la ponderación debería serlo también a una cultura responsable con la vida sostenible en las ciudades. Creo que, frente a la característica celeridad urbana que determina también los ritmos desenfrenados de la actividad cultural –véanse los debates sobre la movilidad y contaminación de Madrid o Barcelona- sería mucho más consecuente hacer menos, con más tiempo y, sobre todo, con una mejor y más justo reparto de los recursos; invertir más en artistas, creadores y agentes culturales, dignificando su trabajo, y menos en los objetos-maquinarias institucionales que literalmente se “tragan”, como monstruos hambrientos, la mayor parte de los recursos disponibles. En este sentido, se trataría de renegociar un nuevo acuerdo de redistribución de los bienes públicos en beneficio del principal eslabón creativo que, por la forma en la que se trata a ls creadors, paradójicamente, ahora mismo, es el último y peor tratado de la cadena de valor cultural. Mientras tanto se sigue actuando con la lógica de la burbuja como si nada hubiera pasado en estos diez últimos años».
Por otro lado, y tan sólo en relación a la política patrimonial de MD, que es lo que me trae aquí, pretendíamos diseñar una política de alquileres y cesiones de espacios para facilitar el uso de equipamientos, locales y recursos municipales al servicio de los propios agentes culturales; reactivar espacios en desuso y desarrollar un plan de cesión gratuita o alquiler social para ensayos, talleres de producción, residencias, actividades sociales o deporte comunitario.
En concreto, en relación a los edificios de la antigua feria del campo de la Casa de Campo que dependían de MD, propusimos que la zona que va del Teatro Auditorio, prácticamente en desuso, hasta el Anfiteatro al aire libre (que necesita una rehabilitación total) pasando por el pabellón 12, donde se encuentra la sede de la Banda Sinfónica Municipal (también necesita – creo que ya están en ello- una considerable mejora de sus instalaciones) y el pabellón de Bancadas -una vez acondicionado- se pudieran dedicar a desarrollar un amplia área dedicada a las artes escénicas, en su sentido más amplio, con salas de ensayo, locales de trabajo etc., teniendo en cuenta, además, que esos edificios reúnen condiciones adecuadas porque su impacto sonoro en las zonas colindantes habitadas es mínimo (también tengo noticias que el equipo de cultura de Carmena tenía este plan bastante avanzado y espero que al actual lo lleve a cabo; de hecho, nuestra propuesta era muy semejante a otra elaborada por el equipo de Gallardón; muchas veces no hay más que seguir el sentido común).
En esta misma línea, tampoco estaba dispuesto a aceptar otras decisiones que estaban absolutamente en contra de mis principios políticos, éticos, profesionales (por ejemplo, la cesión de edificios públicos como este en el que nos encontramos a iniciativas como la del arquitecto Ambasz o la del pabellón nueve de Matadero a la coleccionista italiana Sandretto y otras curiosas demandas que por allí pululaban, con claro interés particular o promoción personal).
En otra larga carta que, intentando hacer labores de mediación y apoyo a la gente de La Invisible de Málaga, también escribí a Francisco de la Torre, desde hace años alcalde de esa ciudad, le decía que los que reivindicamos el derecho a la ciudad, entendida como un conjunto heterogéneo de formas de habitar –incluida la vida turística, en sus formas más equilibradas- o como un cuerpo de células complejas y diversas, pensábamos que las instituciones públicas, en este caso los ayuntamientos democráticos, sean del signo que sean, tienen la obligación de contemplar todo el espectro institucional. Es decir, mirar hacia el Museo Picasso o a Matadero, a la franquicia del Museo Pompidou o al Centro Cultural Conde Duque, pero también hacia La Invisible y La Ingobernable u otras experiencias de autogestión, con vocación pública y con disposición de diálogo, como lo han demostrado en muchos casos. Ambos modelos deberían tener cabida en una ciudad que se diga democrática.
Para demostrar que esa pluralidad no solo es posible sino necesaria –le añadía en aquella carta- hay está también Barcelona, capaz de recibir más de ocho millones de turistas al año, a la vez que respeta y, muchas veces fomenta – no siempre con igual acierto- el desarrollo de una amplia red de centros sociales y ateneos populares autogestionados, casi todos ellos históricos lugares “ocupados” que han llegado a acuerdos de colaboración con gobiernos municipales de distinto signo político. Como dice Marina Garcés en su autobiográfico Ciudad Princesa, título que alude al cine del mismo nombre ocupado y violentamente desalojado en 1996, la ocupación se convirtió entonces en un gesto radical capaz de abrir espacios de vida en una ciudad que se estaba volviendo invivible. La Ingobernable también es un grito que clama por una ciudad más justa y solidaria.
Al final del texto citado al inicio, Amador Fernández Savater señala “puede parecer paradójico, pero el poder sin potencia no puede nada. La potencia transforma la sociedad desde el interior. El poder se limita (en el mejor de los casos) a «cristalizar» un efecto de la potencia inscribiéndolo en el derecho: haciéndolo ley. Primero vienen los movimientos de diferencia afectivo-sexual que transforman la percepción y la sensibilidad social, sólo después se legaliza el matrimonio homosexual. Primero viene el movimiento negro que transforma la relación entre negros y blancos, sólo después se promulga la ley de igualdad racial. Primero vienen las luchas del movimiento obrero que politizan las relaciones laborales, sólo después las conquistas se inscriben como derechos sociales”.
En este mismo sentido, la psicoanalista y crítica cultural Suely Rolnik, que hace unos meses pasó por el Museo Reina Sofía, pero, como gesto de apoyo -igual que ahora hace el propio director de esta institución- también por La Ingobernable, nos habló de la potencia de la micropolítica: “desde donde se coopera distinto, desde el saber del cuerpo y de las subjetividades en resistencia, desde donde brota lo que está empezando a germinar. Si nos juntamos un colectivo, no sabemos hacia dónde vamos –decía- pero que hay algo muy genial que compartimos, el hecho de ir juntas actualiza este movimiento de resistencia Lo que sale de ahí no es una experiencia del yo, tampoco es mío porque es mi manera de dar cuerpo a algo que ya son todos los cuerpos. No es que sea intersubjetivo, es transindividual: algo que atraviesa a todas. Hace pocos años se hablaba mucho de «el común»‘, para mi el común se basa en esta esfera micro de un campo común de germinación”.
En ese mismo sentido, poco después en una larga entrevista en El Salto, se refería a determinadas experiencias de las periferias de las grandes ciudades de Brasil donde se vienen ocupando escuelas públicas. “Lo hacen jóvenes, principalmente mujeres implicadas en el movimiento LGTBIQ+ y sobre todo negras. Ahí hay una invención del modo de existencia, de la sexualidad, de la relación con las personas: una corriente de transformación radical en el sentido de ir hasta donde se pueda, sin miedo. También innovan en las formas de organización interna y eso tiene que ver también con lo micro: cómo se establecen las relaciones, cómo se distribuyen las tareas, cómo se cuida el espacio y una inteligencia en sentido macro más tradicional de cómo provocar, cómo responder al Estado, o incluso ante la policía en el caso de desalojo. Fui varias veces: me sentía como si estuviese ante otra especie humana. Eso lo veo como invencible, incluso cuando en medio del proceso desisten y se paralizan, incluso algunas mueren pero hay algo ahí que es irreversible. Cuando te afirmas y vives de maneras múltiples lo que hasta entonces se limitaba a un solo modelo, en el ámbito de la subjetividad no hay vuelta atrás. La realidad puede demorar mucho más tiempo para cambiar, pero ya no hay vuelta atrás”.
En suma, si queremos promover prácticas sociales y culturales auténticamente transformadoras debemos respetar y dar cauce a todo aquello que abre una posibilidad al extrañamiento como espacio regenerador, como lugar para lo inédito, para la invención de todo tipo de procesos de vida, para la modificación de los códigos y los lenguajes impuestos por la costumbre y la rutina. Todo aquello que (re)produce vida: desde la modificación de los roles masculino/femenino, pasando por las nuevas prácticas del cuerpo en las políticas queer o transexuales; todo aquello que supera la historia que nos han contado y que hemos asumido como original y verdadera, es decir lo que modifica los relatos hegemónicos, como las prácticas anticapitalistas, antipatriarcales, antirracistas o anticoloniales; todo aquello que nos proponga narrativas inusitadas para que las próximas generaciones las puedan incluir en sus nuevas subjetividades. Invenciones ecopolíticas que contemplen la relación consciente entre los objetos y la vida que queremos vivir. En fin, propuestas eficaces para el porvenir, pensadas desde la ética del futuro y no desde la ansiosa pulsión urgente del presente. Nuevas cartografías para la imaginación, nuevos mapas para los viajes interiores que nos permitan compaginar la poética con la política, la ética con la estética.
[…] un texto que escribí en apoyo al Centro Social de Comunes Urbanos “La ingobernable”, poco antes de que […]