ECOFEMINISMO: SUVBERSIÓN FEMINISTA DE LA ECONOMÍA

No hay más que observar las fotos oficiales de las grandes cumbres políticas o leer la lista de asuntos sobre los que debaten sus representantes para constatar que el mundo está regido, mayoritariamente, por hombres preocupados en primer lugar y casi exclusivamente por la economía o, mejor dicho, por una forma determinada de entenderla.

Amaia Pérez Orozco en Subversión feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida (Traficantes de sueños, 2014) señala que la economía es una construcción histórica y social. A finales del XVIII y principios del XIX se impuso una metodología analítica de la economía, conocida como “neoclásica”, que hoy sustenta casi todo el discurso político dominante y la estructura socioeconómica en la que vivimos. El afianzamiento de esta hegemonía ideológica fue en paralelo al asentamiento definitivo del capitalismo que, desde su forma originaria, ha sido patriarcal –basado en la supremacía masculina-, colonial y racista –basado en el dominio de los países desarrollados sobre las zonas del mundo más desfavorecidas y la consiguiente primacía blanca. Su influencia en las altas instancias del poder es casi absoluta. Su arquitectura conceptual prioriza el principio de competencia al de colaboración; el consumismo exacerbado al consumo e intercambio responsable; al socaire de la ley de la oferta y la demanda determina las reglas del mercado laboral y antepone el precio y el valor de cambio frente al de uso.

Este tipo de economía promueve la idea de que la Tierra es un espacio físico ilimitado de “libre” explotación de recursos y que el desarrollo puede desentenderse de los procesos biofísicos, de nuestra relación con la naturaleza o de la interdependencia necesaria entre diferentes especies. Del mismo modo,si el mercado ofrece los estímulos para ello, trata de incentivar la circulación de todo tipo de productos, sean o no necesarios para una vida digna, insistiendo en que el progreso supone hacer crecer el dinero a cualquier precio, nunca mejor dicho.

Frente a esa concepción economicista del mundo -la activista Yayo Herrero suele hablar de “lógica biocida”- el ecofeminismo, muy vinculado a las luchas indigenistas y antirracistas, denuncia que ese modelo androcéntrico se ha impuesto eliminando de la ecuación económica y de su cuenta de resultados el trabajo invisibilizado de muchas mujeres y de otras vidas precarizadas. Así, se apropia de dosis enormes de trabajo gratuito o de la explotación de otros cuerpos – fundamentalmente migrantes pobres- que reproducen la mano de obra a un mínimo coste.

No es ninguna casualidad que algunos referentes de este movimiento hayan sido mujeres de países implicados en largas luchas coloniales: la india Vandana Shiva, fundadora de Navdaya, movimiento social de mujeres para proteger la diversidad y la integridad de los medios de vida, especialmente las semillas; la keniata Wangari Maathai, Premio Nobel de la Paz que creó el Movimiento Green Belt (Cinturón Verde);Tarcila Rivera Zea, fundadora del Foro Internacional de Mujeres Indígenas; la religiosa brasileña Ivone Gevara, claro exponente de la teología de la liberación, que se caracteriza por su interés en las mujeres pobres, la  defensa de los indígenas, victimas de la destrucción de la Naturaleza, y su critica a la discriminación en las estructuras de autoridad religiosa; Aura Lolita Chávez Ixcaquic, lideresa del Consejo de Pueblos k’iche’s por la defensa de la vida, la madre naturaleza, la tierra y el territorio.

Vandana, Wangari y Tarcila
Vandana, Wangari y Tarcila
Ivone, Aura Lolita y Berta
Ivone, Aura Lolita y Berta

Es imposible cerrar estas menciones sin señalar las vidas truncadas de numerosas militantes indígenas y ecologistas como Berta Cáceres o Betty Cariño que murieron asesinadas el año pasado, junto a otros ciento sesenta y ocho defensores del medio ambiente, según la organización internacional Global Witnes. Los últimos, hace unos días, Víctor Manuel Chanity del pueblo Murui Muina en Colombia y el hondureño Milgen Soto. Muchas voces que defienden que la economía no debería tratar únicamente del dinero sino también de otras necesidades humanas: del trabajo relacionado con el cuidado de las personas y del resto de las especies o de la protección de los recursos naturales. Es decir, luchan por un mundo interconectado responsablemente e interdependiente, como otro de los precursores del ecologismo, Barry Commoner, ya en 1971 lo describió en El círculo que se cierra.

En este mismo sentido Mary Mellor, autora de Feminismo y ecología (2000), profesora de Sociología en la Universidad de Northumbria, en Newcastle, y presidenta del Instituto de Investigación de Ciudades Sostenibles afirma: «Solo un nuevo modelo económico que considere al mismo nivel el trabajo no remunerado y que facilite el desarrollo de la economía de subsistencia, podrá llevarnos a la sostenibilidad y parar la destrucción del ecosistema que habitamos”. Según ella lo que la economía neoclásica, considera “economía sin valor” debe ser integrada en la cadena de vida sostenible.

Mucho más lejos nos lleva Donna J. Haraweay en Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno, publicado en castellano este mismo año por la editorial Consonni, plantea con toda crudeza la urgencia de abordar el insondable aumento de población, que en poco más de un siglo se doblaría. Esta célebre profesora emérita de la Universidad de California, autora del ya clásico Manifiesto para ciborgs: ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del siglo XX (Letra Sudaca 2018)o el más reciente Manifiesto de las especies de compañía (2016) publicado por Sans Soleil Ediciones de Vitoria/Gasteiz,nos recuerda que “feministas antirracistas, anticolonialistas, anticapitalistas y proqueer de todos los colores y todos los pueblos han sido durante mucho tiempo líderes en el movimiento por la salud y los derechos sexuales y reproductivos prestando especial atención a la violencia de los órdenes sexuales y reproductivos hacia personas pobres y marginadas; han sido líderes en argumentar que libertad sexual y reproductiva significa ser capaces de que niñas y niños, propios o ajenos, alcancen una madurez sólida con salud y seguridad en comunidades intactas; han sido también históricamente las únicas en insistir en el poder y el derecho de toda mujer, joven o vieja, de escoger tener hijos o hijas (…) que la maternidad no es el telos de las mujeres y que la libertad reproductiva de una mujer sobrepasa las demandas del patriarcado o de cualquier otro sistema. Alimentación, trabajo, vivienda, educación, la posibilidad de viajar, la comunidad, la paz, el control del propio cuerpo y la intimidad, los cuidados de la salud, una contracepción en buenas condiciones y amigable con las mujeres, la última palabra sobre si debe o no nacer un bebé, la alegría: estos y otros son derechos reproductivos y de la salud. Su ausencia en todo el mundo es pasmosa”.

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