Según los cánones convencionales de la ciencia ficción literaria, Frankenstein o el moderno Prometeo fue la primera novela de este género. La escribió en 1818 una mujer, Mary Shelley, que debido a la presión social tuvo que publicarla de forma anónima. Afortunadamente, al poco tiempo se reconoció su autoría. Ese hecho fue una excepción a la norma ya que este tipo de literatura también- como otras ramas del saber y ámbitos de la vida pública- fue durante décadas coto casi exclusivo de creadores varones.
Habría que esperar unos cuantos años para que la historiografía académica normalizase la inclusión de algunas escritoras de ciencia ficción en la historia de la literatura. A pesar de todo, la mayoría de las antologías o selecciones destacadas siguen estando dominadas por hombres. Al lado de Julio Verne, H.G.Wells, Isaac Asimov, Ray Bradbury, Stanislaw H. Lem o Philip K. Dick, entre otros muchos, rara vez solemos ver mencionadas a las pioneras contemporáneas Ursula K. Le Guin, Joanna Russ, Octavia E. Butler o Marge Piercy, entre otras.
Sin embargo, más allá del reconocimiento cuantitativo, hay que resaltar, sobre todo, el carácter diferenciado de estas autoras respecto a los cánones narrativos masculinos y destacar la cualidad específicamente feminista de una gran parte de sus obras. En Metamorfosis. Hacia una teoría feminista del devenir,(2005) Rosa Braidotti señala que la ciencia ficción posee los medios conceptuales necesarios para reflejar la crisis de nuestra cultura y de nuestra época, y para arrojar luz sobre algunos de sus peligros potenciales. Se puede convertir –añade– en un excelente vehículo para reflexionar sobre nuestros propios límites y las “verdades” culturales, ideológicas, técnicas y científicas.
Durante esta pandemia, que nos ha puesto a pensar sobre el mundo que tenemos y el que quisiéramos, las múltiples distopías literarias y cinematográficas que han circulado por nuestras casas nos han proyectado mundos imaginados indeseables, casi siempre contrapuestos a otros utópicos, mucho más justos. En el último libro de la teórica feminista Donna J. Haraway, Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno, se hace referencia al conocido cuento La llamada de Cthulhude H. P Lovecraft, solo que en este caso para provocar un giro en su narrativa misógina y racista, e invitarnos a revitalizar el planeta y reconfigurar nuestras relaciones con la Tierra y sus habitantes con una nueva alianza entre especies.
Esta zoóloga y bióloga, además de filósofa, en una reciente entrevista reconoció que, en los años setenta del siglo pasado, se hizo feminista gracias a la lectura de novelas de ciencia ficción escritas por mujeres. Señalaba en concreto Mujer al borde del tiempo, (1976) por la mencionada Marge Piercy y recientemente traducida al castellano por Helen Torres para la editorial consonni de Bilbao. La novela cuenta la vida de una mujer chicana internada contra su voluntad en un sanatorio psiquiátrico. La protagonista, gracias a su especial fuerza mental y deseo de huida, contacta con Lucientes, un personaje del futuro, que le muestra la vida en una comunidad utópica, donde las relaciones sociales, la política y la vida personal se experimentan con parámetros totalmente opuestos a los que ella padece en la vida real.
La misma editorial acaba de publicar Hija de sangre y otros relatos de Octavia E. Butler, otra histórica de la ciencia ficción feminista, una colección de relatos breves, traducidos por Arrate Hidalgo a modo de parábolas del mundo contemporáneo,en los que nos habla de relaciones inter-especies, embarazos masculinos, una civilización hundida y en silencio o la responsabilidad divina de salvar el mundo, temas habituales en su obra. Con una prosa precisa, Butler reflexiona sobre raza, familia, sexualidad, determinismo biológico, ciencia médica, violencia o clases sociales a través de distintas metáforas que diseccionan nuestra realidad.Su célebre Parentesco (1979), es uno de los relatos antirracistas más conmovedores que se hayan narrado desde una conciencia específica de mujer negra.
Las décadas de 1960 y 1970 fueron años de intensa agitación política en todo el mundo. Entonces se afianzaron los principales movimientos sociales antirracistas, pacifistas y feministas. La literatura que surgió entonces no fue ajena a esa determinación política y todas estas autoras contribuyeron con sus novelas a reconfigurar las narraciones sobre la raza, el género y las clases sociales. La herramienta de la ciencia ficción les permitió influir en el presente mediante extrapolaciones narrativas, bien regresando a un tiempo pasado para desvelar sus sinsentidos históricos o, como es más habitual, viajando al futuro para proponer otros escenarios utópicos de formas de vida más ecológicas y respetuosas con todas las especies del planeta. También escribieron sobre formas poscoloniales de habitar los territorios; sobre la desposesión de los cuerpos, con nuevas mitologías de procreación y alteridad; e incluso ficciones sobre el ciberespacio como terreno de identidad, sin raza, clase o sexo. Como en La mano izquierda en la oscuridad (1969), donde Ursula Le Guin la naturaleza humana en una sociedad en la que la diferencia de género ha dejado de ser un factor, en un mundo habitado por seres andróginos todos capaces de tener descendencia.
Como dice la mencionada Haraway, tras dejar atrás el Antropoceno y Capitaloceno, la era en la que, para bien o mal, la especie humana ha dominado la Tierra de forma ilimitada y descontrolada, la vida en el venidero Chthuluceno requerirá pensar colectivamente de manera innovadora a partir de los diferentes tipos de conocimientos situados y experiencias universales; aprender a vivir y morir juntos en una tierra herida, para favorecer un tipo de pensamiento que, con la confianza de la mano tendida a todas las especies, se pueda construir parentesco y cultivar “respons(h)abilidades” en comunidades de “compost”.
Sus palabras puedan añadir algo de luz para pensar el mundo tras esta pandemia y, seguramente, otras que puedan llegar: “Una manera de vivir y morir bien como bichos mortales es unir fuerzas para reconstituir refugios, para hacer posible una recuperación y recomposición bilógica-cultural-política-tecnológica sólida y parcial, que debe incluir el luto por las pérdidas irreversibles”.