ENTREVISTA REALIZADA POR ALBERTO MOYANO PARA EL DIARIO VASCO

Ayer se publicó en el Diario Vasco de Gipuzkoa esta entrevista que Alberto Moyano me hizo para contrastar mi opinión sobre diferentes aspectos de la cultura institucional de Donosti/San Sebastian: el balance sobre la Capitalidad de la Cultura 2016, el primer año de Tabakalera, el derribo del viejo edificio de Arteleku y la situación actual de su legado etc. La entrevista tuvo una versión periodística más breve, debido a los ajustes de maquetación. Os dejo aquí la completa.

¿Cómo vivió desde Madrid la Capitalidad Cultural donostiarra?

Con distancia, con sensaciones muy contradictorias. Un alejamiento que se venía gestando anteriormente, debido a la errática deriva en la que estaba inmerso el proyecto. Mi desafección tuvo que ver también con otros desencantos difíciles de pormenorizar en esta entrevista. Incluyo también mi huida hacia delante. Además, mi tiempo se iba en ejercer mi papel de Director General de Madrid Destino, la empresa pública que gestiona la mayor parte de los equipamientos culturales municipales de la capital de España. Estaba tratando de sobrevivir en la “guerra cultural” madrileña, un auténtico campo de minas atravesado de decepciones políticas, frustraciones profesionales y malestares personales.

ARCHDC. MADRID. 30-3-17. SANTII ERASO. FOTO: JOSE RAMON LADRA.

Con la perspectiva que da el tiempo, ¿cuál cree que fue el factor que provocó la salida de quienes estuvieron en el germen del proyecto?

Recuerdo el equipo inicial con muchísimo cariño. Empecé a trabajar con ellos en el 2009. Aquella pasión y entusiasmo, frente al escepticismo generalizado, fue fundamental para entender el triunfo posterior. Por diferentes razones administrativas y avatares de todo tipo, lamentablemente, acabó desmembrándose. Si quieres algo más concreto, te puedo hablar de mis razones. Por un lado, cierta fatiga y decepción institucional. Los dos años de gestación del proyecto fueron muy complicados. Entre nuestro optimismo y la desconfianza generalizada, trabajamos en condiciones bastante adversas. Teníamos que rendir cuentas a demasiada gente de cada decisión conceptual que tomábamos, de cada coma, foto o comentario que incluíamos en los textos. Tuvimos que hacer una ingente labor de pedagogía cultural para demostrar que nuestro modelo no pretendía reproducir el convencional esquema de las capitalidades culturales de las ciudades marca, vinculadas sobre todo al turismo de masas, sino proponer un conjunto de herramientas de trabajo que nos permitieran aprovechar aquella oportunidad europea para pensar y actuar de otras maneras y que, frente al evento festivo anual que empieza en enero y acaba diciembre, pudiéramos trabajar a medio y largo plazo, poniendo la energía en el proceso, imbricándonos en el tejido social. El proyecto lo escribimos sumando muchas voces e ideas. Fue como una especie de corta y pega, cosido con la colaboración de mucha gente, auténticos autores de cada documento que editábamos. Me gustaría hacer especial mención de Ricardo Anton y Ainara Martín, mis colaboradores más cercanos. También lo dejaron. Contra viento y marea asumimos todos los riesgos –el papel creativo de Fernando Bernues fue clave en las presentaciones ante el jurado- y ganamos a pesar de la opinión generalizada de bastante gente que nunca pensó que Donostia lo lograría. En otro orden de cosas, se empezaron a tomar una serie de decisiones administrativas, en relación al modelo de organización, que desde mi punto de vista eran equivocadas. Como se ha visto posteriormente, establecían una manera de hacer contraria al modelo de gestión que propusimos. Nuestra propuesta ponía en el centro el valor de la sociedad civil y su capacidad de autogestión – las famosas olas de energía ciudadana- frente a los modelos clásicos de la administración pública, mucho más burocráticos, fiscalizadores y diría “castradores”. Aquella “excepción” cultural hubiera requerido un tratamiento administrativo también “especial”. Nadie se atrevió y se reprodujo, otra vez, la lógica perversa del peor intervencionismo institucional. A esto se suma, evidentemente, que Bildu no tenía ninguna confianza en mí porque dedujeron que mi “socialismo odonista”, según su apreciación, me hacía incompatible con sus nuevas orientaciones “abertzales”. Como sabes, nuestro proyecto no tenía substancia identitaria, se escribió con la mejor lógica dialógica, habermasiana diría alguien o buenista según otros. Era de todos y de nadie, en definitiva un proyecto inclusivo, con un centro neurálgico en Donostia, pero a su vez sin límites geográficos determinados, multilingüe, como nuestra sociedad y, reconociendo los antagonismos, pero capaz de generar algunos consensos. El mejor ejemplo fue el propio Bildu que supo sumarse, a pesar de que su entorno social había estado en contra cuando era oposición. Como no, también influyó mi feliz vida sevillana.

En su opinión, ¿falló la concreción de las actividades de un programa tan intangible, basado en los valores?

No solo no falló, sino que en dos ocasiones ante un amplio jurado independiente demostramos que nuestro proyecto, más allá de valores intangibles, como tu dices, – por cierto creo que todos lo son- era una propuesta diferente, novedosa, atrevida y nada complaciente con la cultura constituida, en un contexto demasiado acostumbrado a admirarse a sí mismo. En paralelo a una ciudad con una estupenda vida cultural, muy asentada en sus tradicionales y populares festivales –que en ningún momento se discutieron- proponíamos abrir cauces a otras maneras de hacer y gestionar la cultura, que más allá del consumo permitiera que la gente, además de espectadora pudiera ser agente y sujeto activo. Aprovechar la oportunidad para generar otra piel e intentar que la sociedad fuera más actora y no solo voyeur.

¿Ha observado una fractura entre la opinión de los responsables institucionales y la de la ciudadanía en torno a Donostia 2016?

Excepto en la primera fase, en la que Odón Elorza, con su liderazgo personal contra viento y marea y de forma inestable pero eficaz, consiguió la plena unanimidad institucional, desde mi punto de vista, una vez que Bildu accedió con total legitimidad al gobierno del ayuntamiento y de la diputación, ni el resto de instituciones, ni los poderes económicos –me refiero a los posibles patrocinadores- ni mediáticos supieron estar a la altura de lo que se requería. La capitalidad se tenía que haber dejado al margen de las confrontaciones partidistas. Sin embargo, por el contrario, se convirtió en la diana de todos los dardos, muchos de ellos fatalmente venenosos. En esas circunstancias era lógico que la ciudadanía no se sintiera implicada. Fueron cuatro años de “boicot”, más o menos disimulado, al que se sumó también la irregular y timorata gestión de Bildu y la consiguiente inestabilidad en el equipo de la fundación, con sus correspondientes inseguridades, dubitativas actitudes, falta de liderazgo, cambios de dirección etc. Fue significativo comprobar como, al perder Bildu las elecciones, volvió todo a la normalidad, más o menos. Cuando Pablo Berástegui, el último director, comenzó a trabajar con aquel equipo tan herido, poco más pudo hacer. Bastante han hecho con sacar adelante los programas con un mínimo de dignidad. En aquellas circunstancias, yo no lo hubiera hecho mejor.

¿Cree que con motivo de la presentación de ‘Tratado de Paz’ en Madrid alguien intentó cobrarse a usted de pieza?

Estaría bien preguntárselo a los periodistas y políticos que, en plena campaña electoral, lanzaron aquel ataque personal, cuando pocos meses después, una vez concluida la misión desestabilizadora, se inauguró la dichosa exposición, primero en Artium y luego en la Fundación Tapies de Barcelona –cuyo director fue su comisario- y no pasó absolutamente nada. Yo también soy víctima de esa batalla por el poder, como lo fueron primero Guillermo Zapata, por sus twits, luego Jesús Carrillo, por la crisis de los titiriteros, o la propia Celia Mayer, la ya exconcejal de cultura, u otros miembros de la nueva corporación madrileña.

¿Sugiere que los medios deberían haber hecho la vista gorda ante lo que califica de «inseguridades, dubitativas actitudes, falta de liderazgo y cambios de dirección» por no hablar de la judicialización de las diferencias entre los patronos?

No, por supuesto, la información contrastada siempre es positiva. Pero no en vano se conoce a la prensa como el cuarto poder, así que dependiendo del juego de intereses a veces la información se convierte también en arma arrojadiza. Desconozco el tema de la judicializacion que me comentas. Parece que se está convirtiendo en una costumbre, lamentablemente. Vista desde Madrid, ¿cuál ha sido la repercusión de Donostia 2016 fuera de Euskadi, en su opinión?

¿Teme que el balance de la Capitalidad Cultural quede reducido a su dimensión turística?

Ni siquiera. Me temo que esta capitalidad quedará como otro ejemplo más de los modelos que, precisamente, el proyecto original cuestionaba. Seguramente en el balance definitivo, una vez más, se hablará mucho más del exceso de control político o de los errores de gestión que impidieron que se llevara a cabo tal y como se pensó.

¿Considera que el proyecto ha ayudado realmente a mejorar la convivencia entre los ciudadanos?

En términos generales lo dudo, pero confío en que algunos programas específicos del Faro de la Paz y otras actividades puntuales hayan contribuido, en situaciones concretas, a fortalecer el entramado de iniciativas a favor de la convivencia.

¿Cuál le gustaría que fuera el legado?

En el nivel político, aprender de los errores; intentar mejorar las relaciones entre instituciones, que siguen demasiado encerradas en sus respectivos reinos de taifas; dar mucho más protagonismo, medios y recursos a la propia sociedad civil creativa para que pueda ser agente de sus propias iniciativas; hacer que la administración pública cumpla mejor su función mediadora, dejando de lado el paternalismo y reduciendo la burocracia. En el plano técnico, procurar que algunos proyectos puedan tener continuidad en el tiempo, hacer que otras propuestas que se quedaron por el camino puedan llevarse a cabo, activar uno o varios potentes archivos documentales que puedan seguir poniendo en valor los materiales generados por determinados programas en esta fase. En fin, como cuando escribimos el proyecto ganador, podríamos hacer otra vez una larga lista de deseos, pero vuelvo a ser pesimista. Del mismo modo que, cuando Odón y su equipo fueron enviados a “las américas” -por decir algo- la criatura fue adoptada a regañadientes por el resto de los familiares, después atendida sin demasiado cariño, me temo que se la dejará morir sin pena ni gloria. Ojalá me equivoque, pero creo que todo el mundo, con cierto sentido de culpa y algo de vergüenza ajena, quiere pasar página lo ante posible.

¿Qué le ha parecido el primer año de vida de Tabakalera?

Tengo que reconocerte que tampoco sigo muy de cerca su actividad. No   tengo información exhaustiva de todo lo que ocurre en las diferentes instituciones que allí conviven. Tampoco he ido mucho, la verdad. Tres o cuatro veces, puntualmente. Como ves mi percepción es muy limitada así que, por mi parte, sería muy atrevido hacer un juicio de valor mínimamente contrastado.

¿Cree que aún quedan aspectos por afinar en el funcionamiento del centro?

Por la respuesta anterior, es fácil deducir que tampoco tengo una contestación muy afinada para ese pregunta, pero deduzco que no parece que sea fácil conseguir que una maquinaria tan grande pueda funcionar a la perfección, en tan poco tiempo. La propia variedad institucional del equipamiento; las dificultades que, aunque haya voluntad, suele haber a la hora de ponerse de acuerdo entre diferentes modelos de gestión, con objetivos muy dispares; los problemas de complementariedad que se pueden derivar de las distintas propuestas conceptuales y maneras de entender el papel del arte y la cultura requieren un gran y atinado trabajo de coordinación, colaboración mutua y empatía institucional. Hay que tener paciencia y no dejarse llevar por la inmediatez. A la cabeza de cada uno de los programas hay excelentes profesionales, debemos permitir que la experiencia consolide bien los cimientos y sedimente las estructuras.

Usted estuvo también en el primer equipo que perfiló la antigua fábrica de tabacos. ¿Ha cambiado mucho respecto a lo que imaginaron que iba a ser?

Recuerdo aquellos debates, de principios de siglo, como si fuera ayer. En su momento, se plantearon estrategias radicalmente contrapuestas para decidir la función del edificio y su inserción en la ciudad. Ninguna de ellas se pensó con todas las variantes posibles. Tal vez, antes de nada, tendríamos que habernos preguntado por las razones que, en su momento, llevaron a Odón al enunciado fundacional que lo determinó todo, cuando se decidió que aquel mamotreto en su totalidad se tenía que dedicar a la cultura contemporánea. Seguramente en desvelar aquella especie de epifanía se encuentren las contestaciones a las paradojas, discusiones y contradicciones que ha generado la gestación de esta nueva institución. Tal vez ahora estaríamos ante una realidad muy distinta si se hubiera optado por otro modelo. Recuerdo una carta que envié a un conocido compañero de profesión donde le decía que si Tabakalera se dedicaba exclusivamente a usos culturales, el resto de las instituciones de la ciudad tendrían que plantearse su futuro. Allí empezó la muerte lenta de Arteleku, por ejemplo. En aquella carta le dije que no creía que hiciera falta hacer un centro de cultura contemporánea de estas dimensiones que, además iba a capitalizar la mayor parte de las energías. Si quieres una respuesta sincera, insistí, lo que de verdad haría falta es revitalizar el mapa cultural de Donosti y de la región en la que se inscribe, incluidas las casas de cultura de los pueblos. Aquella hipótesis apostaba por la descentralización, recualificación y potenciación de los servicios que ya existían y, por supuesto, la optimización de sus recursos frente a la previsible reordenación de los presupuestos culturales. Si quieres que te diga la verdad, le comenté, ideológica y políticamente esta tesis es la que más me interesa. Sin embargo, siguiendo las pautas de la moda del urbanismo cultural, tan característico de aquella época de la burbuja, Tabakalera emergió para constituirse en otro parque temático, por tanto alejado de aquella posible diversidad que hubiera permitido acoger proyectos de todo tipo, relacionados también con servicios educativos o deportivos, con los cuidados intergeneracionales, la salud o la economía, entre otras muchas posibilidades, incluida un nuevo centro cultural, mucho más redimensionado, claro está, y capaz de transversalizar toda la potencia política y social del lugar. En fin, así se decidió y hubo que trabajar en sacarle el máximo rendimiento a aquella decisión política. Ahora ya es tarde para rectificar, ahí está, saquémosle el mejor rendimiento posible.

Foto: Ricardo Iriarte

Hay quien se queja de algunos usos que se están dando a las instalaciones. ¿Cuál es su opinión al respecto? ¿Considera inadmisible que haya quien va a TBK a pasar el rato?

No conozco las quejas concretas, pero me ha llegado una especie de inquietud y alarma dirigida contra determinados “intrusos” o quejas de que el espacio se ha convertido en una plaza pública lleno de “familias”, “niños” y “jóvenes ociosos”. En fin, me hace gracia. Me parece totalmente lógico que cualquier persona, sea quien sea, venga de donde venga y tenga el color de piel que tenga, pueda sentirse con el derecho a estar en un espacio, que además arquitectónicamente se pensó como lugar de encuentro. En lugar de sentir esa realidad como una amenaza, se debería pensar como una oportunidad política. Se podrían asumir esos antagonismo como un reto democratizador de la propia institución y no aprovechar la ocasión para convertirla en una fortaleza, un feudo para las élites culturales. Podría ser un excelente laboratorio de inclusión y convivencia – permíteme la broma intangible- a la manera en la que se pensó la cultura en el proyecto de la capitalidad. En Tabakalera hay excelentes equipos de mediación y estoy seguro de que estarán deseando ponerse a prueba, más allá de explicar formales exposiciones políticamente correctas, pero sin conexión con la realidad que tratan de representar.

¿Le gusta la línea expositiva del centro?

¿A cuáles te refieres? Por un lado están las que organiza la Kutxa, correctamente resueltas, que pertenecen a ese imaginario popular de artistas de renombre o propuestas formales fácilmente asimilables por el gusto de la mayoría social. Al fin y al cabo, el grado de identificación con Alberto Schommer es mucho más fácil que con Inés Doujak o Ibon Aranbarri, por poner solo dos ejemplos de otros dos que forman parte de la excelente, polisémica y compleja “Estimulantes”. La primera pertenece a ese universo simbólico que forma parte de la cultura constituida y la segunda es una propuesta, con más posibilidades instituyentes, que más allá de las formas estéticas, nos invita a ver el mundo de otra manera, mucho más crítica, obligándonos a pensar, entre otras cosas, nuestra condición de europeos, blancos acomodados o cristianos. Son dos modelos diferentes, que muy bien podrían ser complementarios, pero que desconozco si trabajan esa posibilidad. Sería interesante que lo hicieran. De hecho, lo que realmente más me preocupa es la aparente falta de coordinación entre las instituciones que ahora mismo hacen exposiciones en Donosti, ya que por ejemplo “Estimulantes”, que podemos contemplar ahora mismo en Tabakalera, es perfectamente intercambiable con “Weste lands: tierras devastadas” que se presenta en el Museo San Telmo. De igual modo que la de Gordillo en el KM y Miquel Navarro en la Sala Kubo del Kursaal. Creo que en una ciudad tan pequeña ese sería el reto principal: dotar de identidad propia a cada espacio para que, de forma complementaria, hagan una oferta diversa y coherente con sus misiones y objetivos. Afortunadamente hay público e interesadas para todos los gustos, los mayoritarios, los menos, los más complacientes o las exigentes. Creo que lo tienen fácil, su propia condición les sitúa en campos diferentes. A ese mapa, si realmente se convierte en la gran biblioteca central, se podría sumar el KM, que podría ser un excelente lugar para presentar proyectos relacionados con el libro y la escritura, incluidas todas sus sorprendentes derivas tecnológicas.

IBON ARANBERRI Sin título/Calendario de flores 2017

¿Y la idea de abrir una Escuela de Cine?

No he estado al tanto del proceso que ha llevado a tomar esa decisión. Creo que más allá de un centro de enseñanza reglada -que además ya existen- la idea de crear un centro de alta formación y estudios visuales, complementario con las instituciones que en Tabakalera trabajan con la imagen – Festival, Filmoteca – me parecería bien, siempre y cuando ofreciera un programa que no entrara en competencia con la oferta académica. Es decir que se enriqueciesen mutuamente. De hecho, Zinemaldi ya lleva más de diez años trabajando con una red internacional de escuela de cine.

¿Qué sintió al enterarse del derribo de Arteleku, al frente del cual estuvo durante tantos años?

Pues si te digo la verdad, la triste y melancólica constatación de unos hechos consumados que ya se venían fraguando desde que la experiencia de Arteleku se vio fagocitada por la nueva realidad cultural que impuso Tabakalera. Cuando veo las imágenes del derribo, tan sólo contemplo una ruina anunciada. Entre todos la matamos y ella solo se murió, que dice el sabio refranero.

No hay artista guipuzcoano por debajo de los 45 años que no reivindique el centro… ¿Cree que era un modelo ya agotado?

Hace tiempo que investigadores y estudiosos se preguntan por aquella anomalía institucional. En los años ochenta del siglo pasado, en una especie de carrera desenfrenada por parecernos, a marchas forzadas, a los países más avanzados de Europa, las ciudades españolas comenzaron a construir museos, centros de arte, grandes teatros y auditorios, palacios de congresos y ciudades de la cultura o de la luz. Aquella implosión inusitada se llevó a cabo sin ningún tipo de planificación, ni siquiera una mínima ordenación razonada en función de las necesidades de cada contexto específico. Tan solo atendiendo a las arbitrarias oportunidades urbanísticas y a las lucrativas operaciones de gentrificación municipales, derivadas de aquel crecimiento inmobiliario incontrolado. Aunque las competencias autonómicas permitían una plena independencia de criterio a la hora de tomar cualquier decisión sobre las inversiones culturales, casi todos los esfuerzos se dirigieron a espacios destinados a la exhibición, dejando en un lugar secundario o al albur de la política de becas y subvenciones casi todos los aspectos relacionados con la investigación, formación y producción artística. En aquel panorama de euforia cultural, mientras en otros lugares surgían numerosos centros de exposiciones y museos, apareció Arteleku como un espacio concebido para que artistas y creadores pudieran trabajar en condiciones óptimas de producción y aprender en relación con otros y más adelante también como un complejo de cultura contemporánea, adelantado a su tiempo, que albergó otros servicios complementarios como centro de estudios y documentación-mediateca, que de manera impecable coordinó Miren Eraso, en paz descanse. Si te digo la verdad, me sorprende que, sin contar Hangar de Barcelona o Bilbo Arte, no hayan surgido más instituciones de este tipo. No solo han sido muy rentables a largo plazo, como lo ratifican todos esos artistas que mencionas, sino que en su momento supieron poner a los creadores en el centro de sus objetivos. Creo que no solo nos es un modelo agotado, sino que mantiene una plena vigencia. Otra cosa es que no se opte por esas alternativas.

Los fondos de la biblioteca están desperdigados. ¿Cree que deberían recopilarse de nuevo?

Sobre este tema prefiero no hablar con detalle, porque necesitaría muchas más paginas. No entendí muy bien como se pudo “despedazar” de la manera en la que se ha hizo, con alevosía, uno de los centros de documentación de arte contemporáneo, en su momento, más importantes de España. Eso si que me sigue doliendo, mucho más que las ruinas materiales del edificio, porque sobre aquellos cuarenta mil documentos se sedimentaron los treinta años de vida de Arteleku. Entre las inundaciones, la desidia política, los planes urbanísticos y el desafecto de los sucesivos responsables de Tabakalera, aquel patrimonio ha quedado en el olvido, como un tesoro perdido. En repetidas ocasiones propuse que se hiciera algún gesto para recuperarlo, pero mis deseos se quedaron también por el camino. Ahora, alguna vez, que he ido a Ubik he vuelto a tener en mis manos algunos de aquellos ejemplares que mantienen todavía el sello y la vieja signatura de Arteleku. Parece ser que, a la vista de las demandas, la Facultad de Bellas Artes, con la colaboración de Artium Museo Vasco de Arte Contemporáneo de Vitoria/Gasteiz, va a firmar un acuerdo con la Diputación de Gipuzkoa para regenerar, reactivar y poner en valor el archivo-memoria de Arteleku. Confío en que así sea. Sería una deuda resuelta con la historia.

¿A qué se ha dedicado en estos seis meses de inactividad?

A recuperarme de las heridas (sonrisas), a disfrutar de mi vida con más plenitud, a seguir preocupándome por el sentido del arte y la cultura, y escribir sobre ello.

¿Es muy distinta la política en la capital y en provincias?

La dimensión es radicalmente distinta. Aquí, en Madrid, lo peor y lo mejor de la política se manifiesta de forma insospechada y adquiere una visibilidad y trascendencia inusitadas. Al fin al cabo, aquí están las principales instituciones del Estado, las de la ciudad más grande de España en una comunidad muy importante. Allí, en Tolosa/Donosti, la escala, como diría Oteiza, es más humana.

¿Ha entrado el mundo de la cultura en un proceso de desintegración con la irrupción de lo digital y, por lo tanto, de lo gratuito?

Al contrario, en una proceso de abundancia y crecimiento exponencial. No se trata de criminalizar la gratuidad, sino de plantear una transformación radical del régimen económico del sistema cultural. En cierto modo, si no fuera por las diferentes brechas digitales –disímil desarrollo de infraestructuras, desigualdades culturales y de género, pobreza, analfabetismo digital, etc.- y los cercamientos a los que se ve sometido – privatización, mercantilización, normativización, controles de seguridad, censura, patentes, propiedad intelectual etc., Internet podría considerarse el paradigma económico actual más representativo del denominado “procomún”. Los que defendemos el arte y la cultura como bien común y como herramientas para la transformación social, planteamos que, frente a la actual concentración de poder y beneficios de las grandes compañías, la administración pública podría desempeñar un papel muy constructivo si dejara de atender primordialmente, precisamente, a los intereses de las grandes industrias culturales del entretenimiento y las corporaciones tecnológicas, relacionadas con el mercado de las telecomunicaciones. Es decir, cambiara radicalmente la orientación de sus políticas y apoyara una reestructuración completa del entorno digital, centrándose en la activación de políticas de cercanía y apoyo al interés general. En definitiva, poner en marcha medidas democráticas y sociales que, en beneficio de los creadores, fomenten una sustancial redistribución del poder y la riqueza, ahora, en manos de los monopolios de la telecomunicación y de las grandes industrias del ocio y el entretenimiento. Ahí está la sustancia económica de donde habría que extraer los recursos. No se trata de penalizar la gratuidad, no lo hacemos con la educación y la sanidad, así que tampoco con la cultura. La cuestión central de esta batalla, por tanto, es saber si podrá existir una infraestructura básica de comunicación, redes sociales y tecnologías digitales que se gobiernen como un bien común y, en consecuencia, disponibles para cualquiera en todo momento y lugar del mundo, o seguirán administradas por estructuras privativas al servicio del mercado y en connivencia con estados cómplices.

¿Siente que aún tiene cosas que aportar? ¿Desde dónde lo hará?

Claro. Sigo siendo un servidor civil, así que me dejaré querer, pero para ser más feliz, no para sufrir inútilmente.

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