El Sida me ha unido
Pepe Espaliú
a la valentía de otros seres
y en ella vivo violentamente
y estremecido, resistiendo
esas olas que se obstinan
en erosionar mi frágil barcaza
Ayer por la mañana, casualidad, uno de diciembre Día Mundial del Sida, me llegó a casa el libro El último Espaliú, publicado por la Academia de España en Roma. En él se recogen un conjunto de textos e imágenes, correspondientes a las actividades y a la exposición del mismo título que, coordinadas por Xose Prieto Souto, Rosalía Banet y Raffaele Quattrone, se celebraron el año pasado, con ocasión del 25 aniversario de la estancia del artista Pepe Espaliú como becario de escultura del año 1992.
Como su Directora, Ángeles Albert, escribe en la introducción: “La Academia nace para ser residencia de creadores e investigadores, esta es su principal vocación hoy como ayer, pero lo más importante es que lo seguirá siendo mañana”. En la exposición se presentaron diversas obras del artista, incluidas las dos piezas que donó a la institución(«Maternidad» y «Muletas», ambas de 1989 y reproducidas en este texto), y otros materiales relacionados explícitamente con su enfermedad y con su vulnerabilidad personal. Pero también, como apunta Albert, con la responsabilidad que, en aquellos frágiles momentos de su vida (o en el presente, con toda persona vulnerable) la Academia -cualquier institución, añadiría yo- indefectiblemente hubiera tenido que asumir a la hora de darle todo el apoyo necesario y de haber hecho todo lo posible para facilitarle, sin paternalismos hipócritas, una comunidad protectora y comprometida en denunciar los prejuicios sociales hacia cualquier tipo de marginación, entonces, cuando el SIDA se consideraba un estigma, y ahora, en cualquier circunstancia similar.
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